miércoles, 23 de diciembre de 2009

Visita de muerte.

El día que la muerte visitó la casa de Claudio, tuvo que golpear la puerta cuatro veces antes de entrar. Si hubiese golpeado 100 veces no habría sido suficiente, Claudio no pensaba atender.
Dos razones básicas, eran las que se fundaban en aquella decisión.

La primera: Pensaba que era su novia, se habían abandonado hacia algunos días. Abandono no en el sentido de dejarse tirado por ahí, se habían abandonado metafóricamente, en un fino resto de la zona centro, sin pena ni gloria, esta última no había podido concurrir al evento.
La segunda razón: Claudio se encontraba rascándose las pelotas plácidamente con su mano derecha, mientras la izquierda, jugaba al zapping con tan sólo dos canales de aires con los que cuenta el departamento.

Si hubiese sabido quién golpeaba, tampoco hubiese atendido y probablemente habría escapado por la puerta trasera, en el caso de tenerla, ya que, la casa no contaba con puerta trasera.
“No puedes escaparte de mi”- dijo en algún momento la muerte intentando fallidamente, una carcajada terrorífica. “nunca me sale esa risa. – Concluyó entre penas y sollozos.

En el momento de mayor placer lúdico con sus pelotas, la puerta se abrió.
Claudio saltó del sillón con al electricidad de un pez fuera del agua. Asustado. El corazón se le había atragantado.

La puerta se abrió de par en par pero del otro lado no había nada.

- ¿Por qué no abrís? Pelotudo. Dijo una voz sin materialidad a la vista.
Estas palabras estremecieron tanto al pobre joven que se regó su pierna con su orina. Sí sí, se hizo pis encima.
Con voz desprolija y ahogada a causa de estar bajos los placenteros efectos de evacuar dijo.


- ¿Quién anda ahí? Al tiempo que en puntas de pies se escondía detrás de las cortinas.
- Se te ven los pies, pelotudo. Dijo la voz escupiendo una sonrisa elegante como las tardes de Paris.
- Soy la muerte. Se apresuró a decir sin cortar su risa parisina.

Claudio recuperó el aliento y sus funciones vitales. Salió de las cortinas como un ave fénix.

- Y yo soy King Kong. Dijo golpeándose el pecho alternadamente con las manos al ritmo del conocido grito de Tarzán.

Un Flash congeló la imagen.

- Esto va derechito a Facebook. Deslizó la muerte desnudando sutilmente esa sonrisita parisiense que ya comenzaba a alterar a Claudio.
- ¿Dónde estas?
- Acá, abajo pelotudo.

Allí estaba, un enano. No un tipo de baja estatura. Un enano. Claudio se estrelló en una risa maquiavélica.

- Así que tú eres la muerte.
- Es más creíble que tu seas King Kong ¿No?
- También eres humorista. Dijo Claudio en un viento de jubiloso placer
- No, pero como mi trabajo es el peor de todos, intento ponerle un poco de humor.
- Igual te confieso, te imaginaba más elegante. Vestido de negro y un poco más alto.
- Yo también te imaginaba más elegante y menos pelotudo, pero para que vamos a jugar a las idealizaciones ¿No?
- Está bien, está bien, y se supone que me voy a morir hoy. Dijo con una mezcla de temor y placer.
- No no. Nada de eso amigo. Sólo pasaba por acá. En realidad tuve que llevarme a tu vecina, la vieja Gómez.
- No me digas. Y esperas que te crea todo esto.


A los dos minutos una ambulancia llegó al lugar se llevó a la vieja Gómez, Claudio la pudo ver por la rendija de la puerta.
Una gota le camino toda la cabeza hasta estallar contra el piso.

- No te asustes Claudito sólo te vine a visitar.
- Y por qué la muerte quisiera visitarme.
- Porque sabía que te estabas rascando las pelotas. De hecho sé que siempre lo haces.
- Es verdad, es un placer sería más divertido si tuviera mas de dos canales y programación 24 hs, después del noticiero se torna un poco monótono.
- Imagino, pero bueno esto es así. mi trabajo es monótono y no me quejo.
- ¿Querés un café?
- Dale dale. Un cafecito y me voy.
- Con Azúcar o sin azúcar.
- Cuatro cucharadas soperas de azúcar y si tenés miel, un poquito.
- Marche un cafecito para la muerte.

Luego de horas de charlar largo y tendido la muerte decidió marcharse.
Antes,Claudio preguntó:

- ¿Cómo sabés que me rasco las pelotas todos los días?
- Ayer cuando vine a visitar a la Vieja Gómez, me contó que nunca atendías la puerta y te vivías rascando las pelotas.
- Y por qué visitaste a la vieja Gómez ayer.

La muerte no dijo nada y se fue dejando las huellas de su risa parisina.

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