sábado, 10 de marzo de 2012

Dilema científico (I): Qué quieren las mujeres

Los más destacados eruditos del conocimiento se reunían con el fin de debatir y resolver los problemas que más aquejaban a la sociedad. El encuentro bajo el lema: “La paranoia del saber”, comenzó con una maratón de discusiones convenidas hasta encontrar la verdad: El Alemán Carl Marx abandonó rápidamente la maratón por causas aún no establecidas por el conocimiento científico, ya que no era posible dar con el principio de contrastación, impuesto tiempo después por el austriaco Karl Popper. Sin embargo por el color que florecía de la parte posterior de su nalga, y aceptado por el conocimiento popular, estaba en presencia de un desgarro muscular. Marx no corría desde que la prole lo perseguía por allá, a fines del siglo XIX al grito de “Burgués vende humo”.

La primera problemática fue puesta en comunidad por el francés Foucault que se encontraba aquejado por un insomnio sin precedentes a causa de la imposibilidad de resolver el dilema del huevo y la gallina. Qué da origen a qué. Sin embargo, este dilema no pudo ser resuelto, ya que, la misma fue intervenida por un piquete argentino de “la corriente vegetariana” con raíces comunista que ponían énfasis en preservar las gallinas con el fin de comer más huevos. Minutos después, se sumó al conflicto una contramarcha, un puñado de “pater family” que se inclinaban a favor de no romper los huevos, sus huevos, con infinidad de quejas sobre sus mujeres: esposas, madres, hermanas y especialmente suegras, éstos entonaron entre llanto que no podían más y elevaron un acta para que los filósofos discutan qué quieren las mujeres…

Ante ésta situación los filósofos cercanos al estudio de los sujetos como Sigmund Freud y Jacques Lacan emprendieron una ferviente y extraña discusión sobre qué quieren las mujeres:

JL: Sig, qué quieren las mujeres…

SF: Qué sé yo. Respondió el viejo mientras que con un movimiento casi imperceptible masajeaba su larga barba y leía un diario deportivo interesado en la formación del Rapid Viena que se preparaba para enfrentar al clásico rival: Austria Viena. El inventor del psicoanálisis menaba la cabeza con desdén mientras confirmaba la noticia que su equipo jugaría con línea de 3. “con lo importante que son lo laterales” ,decía una y otra vez, ante la atónita mirada del Lacan que era un acérrimo defensor de la línea de 5. Algunos dicen, sin pruebas contundentes que en una reunión, fines de los años 70 con el “Narigón “Bilardo le contó los beneficios de jugar con 5 en el fondo, luego la historia del mundial 86 es conocida.

JL: Yo creo que quieren no saber que quieren, y así poder seguir gozando de la palabra. El falo en esta discusión es clave, no le parece.

SF: Qué cosas raras dice usted, que sé yo que quieren, pregúntele a ellas. Concluyó el viejo Freud mientras abandonaba la sala tratando de sintonizar la transmisión del partido y apremiado por una urgencia cólica.

Rápidamente el africano Goio Gu ferviente defensor del existencialismo alemán dejó rodar una pregunta con aires de banalidad como quién pregunta por el tiempo

GG: ¿Cuál es el fin de la vida?

Como si se tratara de un aguerrido defensor italiano salió a cruce el agnóstico Sartre.

S: déjese de preguntar estupideces hombre, cuál va a ser, la muerte. La divina muerte.

GG: ¿Qué tiene de divina la muerte?

S: eso mismo querido colega, esa es la pregunta, la única sin respuesta: Qué hay en la muerte. Si supiera tendría los bolsillos llenos de plata y no de agujeros. Esto de ser científico no garpa. Porqué no hablamos de cosas serias. Por ejemplo: ¿Cómo salió mí querida Marsella?

La feminista Nancy Fraser salto al grito de: “cállate francés sectario, machista descarado!”, mientras apuntaba su esbelto trasero al público varonil exhibiendo sin pudor sus partes íntimas y guiñándole el ojo al moralista Hume que enrojeció como un tomate maduro.

Luego de varias discusiones alocadas se volvió sobre el tema de las mujeres, qué quieren las mujeres, la discusión terminó en un bochornoso episodio digno de una tribuna futbolera -argentina- con difamaciones cruzadas. El mismísimo Freud fue acusado de engañar a su mujer con la hermana (su cuñada), y se decía que había inventado toda su teoría para no sentir culpa de tremendo acto. La sala perdió cualquier tipo de intelectualidad y las hermosas discusiones dialécticas fueron sustituidas por trompadas que volaban por el recinto, mientras un silencioso Lacan aprovechaba el tumulto para irse sin pagar.

martes, 17 de mayo de 2011

La casa sin fin

A decir verdades; a ciencia cierta como se dice, “sin fin” era un eufemismo. Nadie había llegado al fin de la casa lo que no quiere decir que no tenga fin, quizá alguno llegó y no supo volver, o mejor aún no quiso volver. Tal vez, yacen allí, los placeres más osados del mundo.

Algunos creen que es un laberinto, que sólo es cuestión de inteligencia, otros más lúcidos y crédulos sospechan que allí está el cielo y el infierno. Depende de que puerta abra: cuestión de suerte, destino contingencia, o cualquier otra creencia. Lo cierto es que al final de cada puerta hay otra que te lleva a “hall principal”, y así por cada puerta que se abra en el eterno pasillo que llega al fin de la casa sin fin.

La suerte corría de tu lado si entrabas a la habitación de Doña Marta, el lugar preferido de los lujuriosos y los no tanto, pero la trampa estaba en que cada vez que el sol se ponía, cada mañana, el contenido de las habitaciones cambiaba. Quien se encontraba a San Pedro en la primera puerta a la derecha un lunes, era posible que un martes se encontrara a Satanás, o lo que es peor el purgatorio: de allí no salía, al menos no, sin dejar algo de dignidad entre las cuatro paredes.

Algunos ilusos y creyentes dogmáticos volvían a insistir sobre la misma habitación con paupérrimas consecuencias, Jimena había entrado a la habitación de los abundantes manjares del opio y cuando fue enérgica al día siguiente, se encontró con su madre floja de prendas a las carcajadas con el escuálido y repugnante sodero Raulito Bueno.


Todo era muy misterioso puertas adentro, no había calendario, fechas, ni horas. El oráculo que se encuentra en la entrada principal, a la que todos acudían irremediablemente cada mañana, sostiene que el tiempo allí, esta detenido: una vez adentro no hay salida, es otro tiempo y espacio.
También contó Don Carlos, el mayordomo, que no hay que darle mucha bola a oráculo, al parecer se va de copas tan seguido que quedó medio disparatado y cada vez que le preguntan sale con alguna respuesta extraña, yo creo que es una forma de darle un poco de misterio a algo tan siempre como la nada, la eternidad.

Don Leopoldo sostiene que el oráculo es un esquizoparanoide, que ve gente que no hay, otros sostienen que don Leopoldo se está quedando ciego, el bastón blanco que lo acompaña a todos lados ha hecho aumentar las sospechas. Lo que no tengo dudas es que alguien miente, todos mienten y nadie se hace cargo, todos se lavan las manos. Especialmente Luque, este tiene una especie de obsesión de manual: se refriega las manos unas 89 veces con jabón y 80 con agua, cada vez que abre un picaporte. Lleva 4 años en el lugar, y es un presupuesto en jabón, lo quieren echar, pero nadie encuentra la salida, que suponen se encuentra en el final de la casa que nadie conoce.

A veces pienso que nadie quiere salir de allí. Quizá la puerta de entrada sea la misma de salida, aunque todos aseguran haber intentado, todos ahí dentro sabemos que nadie se anima a girar el picaporte, simplemente porque después de la casa sin fin no hay nada. Otros aseveran que es todo una farsa, que la realidad es el patio del neuropsiquiátrico de la esquina.

Otros más quiméricos, narran que la casa fue construida, dicen, para aquellos que querían un vida eterna, que vendieron la mortalidad a una especie de gurú, parece que no leyeron la letra chica, eso dice el abogado Domingo Pena, que ha intentado por todos los medios una salida legal, pero hasta aquí todos sus alegatos fueron perdidos en mano de la fiscalía e turno, tan deficiente como la misma desorientación de la casa.

No se si podrán leer esto afuera, tanto tiempo pasa uno allí que decidí ponerme escribir para pasar el tiempo, tiempo me sobra. Lo que si les digo es que si encuentran la puerta de salida no me dejen salir.

viernes, 22 de octubre de 2010

Del Rústico González, Jamás.

Quién lo hubiese imaginado del “Rústico” González. Nadie. Quién se lo hubiese imaginado. Ni en broma. Del “Firulete” Candía capaz, que sé yo, prejuicio viste! pero si me decían de “Firulete” firmaba, era medio livianito, sensible, por ahí se lo veía llorisqueando cuando perdíamos un partido, pero el “Rustico” no. De cualquiera menos de González.

Jon Pual “Rústico” González se llamaba. El padre lo quería música, pero éste de lírica no tenia nada. Era tan devoto de su manía de destruir el juego que a veces les pegaba a sus propios compañeros, cuando alguno de éstos se ensañaba en lo que él denominaba, “ataques de habilidad”, iba y sin un gramo de piedad los partía. Les daba murra como se dice en el barrio, pregúntale a “Firulete”, un día se engolosinó más de la cuenta y Jon Paul lo corrió 80 metros y lo atendió, le rompió tibia y peroné. Candía no volvió ser el mismo nunca más.
Pero quién le iba a decir algo al González, nadie, le tenían miedo hasta su sombra que cuando el dormía se escapaba en búsqueda de un poco de buenos modales. La sombra estaba harta de andar por el piso barriendo jugadores, le dolían todos los huesos después de cada partido. Estuvo 15 años en terapia para poder superarlo, pero fue imposible y cuando Jon empezó a sospeche que ésta le estaba robando tuvo que dejar su análisis.
El “Rústico” te mataba, ni su mujer se salvaba, el lunes que era el día libre, él seguía practicando con ella, la llevaba la patio y le aplicaba tijeras, codazos, unas 40 o 50 veces por lunes. La mujer no aguantó más y lo dejó. Y si! Que iba a ser. Pero esto no lo puedo creer, de cualquiera menos del Rústico.

En el barrio hay un rumor que a los cinco años jugando con su padre en el jardín de la casa en un cruce, lo atendió y lo mando al hospital “todo pelota, todo pelota”, se defendía Jon, ya preparándose para lo que seria su frase de cabecera. El padre mientras iba medio moribundo repetía sin cesar “Tiene futuro… tiene futuro.” Y bueno que le vas a decir, los padres son así.

En el periodismo salía mas en el encabezado de policiales que en el deportivo, la única vez que estuvo en éste último fue de casualidad.

Marcador de punta. Derecho o izquierda fue un misterio que nunca se reveló, le daba con la misma eficacia a la tribuna, nunca en su larga carrera salió de alguno de sus pies algún pase a sus compañeros, sin embargo jugaba siempre, y cómo no iba a jugar, el técnico le tenia un miedo terrible, lo ponía de capitán incluso. Pero esto nunca me lo hubiese imagina, del Rústico González. Jamás.

En su carrera contaba con 81 expulsiones y 275 amarillas, en una entrevista sostuvo que cuando llegue a las 100 se retiraba, y no era broma.
Pero esto no me lo hubiese imaginado nunca, del “Rústico” nunca, sino lo hubiese visto no lo creería en la vida.
Al principio pensé que era otro, que se parecía, pero cuando me quedó mirando fijo empecé a sospechar y cada vez que me acercaba quería irme en dirección contraria pero ya era obvio, y nos quedamos cara a cara.

- Que haces Pepe. Me dijo con una naturalidad imposible.
- Bien. Dije titubeando.
- Te presento a Luisito, mi novio. Dijo sin pudor.
No sabia que decir me quedé heleado. Charlamos un ratito de algo que ya olvidé y me fui. Estremecido, no podía comprender eso, y con la naturalidad que lo confirmaba. Los saludé tratando de no mostrar mi supresa y seguí caminado mientras las piernas me bailaban una milonga. Cuando me alejaba escucho una voz que dice.
- Pepe Pepe. Me dio vuelta y era él.
- Liberación sexual. Me dijo con un tonito que entonaba una melodía que de su boca era inadmisible, al tiempo que dejaba caer una sonrisa picara que nunca voy poder olvidar (a veces sueño con ella). Nunca me lo hubiese imaginado, del “Rústico” jamás. Pero bueno como decía el nono: Cada uno de su culo hace un florero; ¿no?

domingo, 3 de octubre de 2010

Los cazadores de miedo (I)

Algunas epidemias de pánico habían azotado a la cuidad. (El autor no tiene idea alguna de cómo puede llamarse la cuidad, cualquier sugerencia es bienvenida. Nota del editor). Los funcionarios públicos de la cuidad decidieron formar una unidad especial para combatir el miedo. Éste ya había hecho estragos en todas las generaciones, sin discriminación. No había condición social, racial o económica que el miedo omita, salvo, eso si, salvo a Don pepe, el miedo no se atrevía a rondar cerca de la casa, no hay versión oficial, los rumores hablar de pacto, incluso algunos sostienen que mantuvieron un romance prohibido y bueno, puterío viste. La cosa que el miedo estaba haciendo cagar a varias patas y el olor era insoportable.

En un primer momento los mandatarios intentaron que era voluntaria, pero nadie quería saber nada al respecto, y a falta de voluntarios se decidió, con ese monopolio de la violencia legítima que tiene el estado, hacerlo arbitrariamente.
A dedo como quien dice. Todos a sorteo. Si señor, a sorteo, los cuatro primeros nombres formarían parte del escuadro anti-miedo. Los nombres se darían por la radio. El pueblo temblaba de miedo esperando con la oreja pegada a la radio, todos esperando no escuchar su nombre. Doña Juana no pudo soportar la idea y murió de miedo, la vieja tenia una enfermedad Terminal, pero aseguran que la causa de la muerte no había sido otra que el mismísimo miedo. ¿Cómo sabe? Preguntó el marido entre alivio y sollozos.

Los cuatro nombrados fueron, Leopoldo Armines, ex combatientes de la cruzadas, se lo veía cada viernes y sábado, sin excepción, a las trompadas en el cruce entre 8 de Julio y Callao.
Lorenzo Augusto, un viejo de 90 años que no sufría el miedo, no sufría nada, tampoco gozaba de nada, sólo estaba vivo porque no estaba muerto. La lista se completaba con dos mujeres; Lorenza Abril, una bella madame y Roberta Lozano una vieja profesora de lengua que guardaba tanto miedo que algunos llegaron a pensar que el mismísimo miedo le temía.

Después de algún revoloteo, discusión y ademanes, se le otorgó la primera misión al escuadrón; erradicar el miedo a la oscuridad de los niños.

Un tiempo más tarde de buscar y buscar, el cuarteto se encontró con el miedo una noche de verano; estaba sentado sobre una antigua construcción a la luz de la luna fumando un porro. Aseguran éstos atrevidos, que el miedo nocturno es algo oscuro, un “negrito”, dijo despectivamente la madame, era incluso mas negro que misma noche sin luna, “Para mi que era de sucio nomá”, sentenció el viejo que ya casi no veía. El miedoo reía espantosamente en soledad.

- Che vos… che culiao. Dijo el joven peleador.
- Qué. Dijo el miedo apuntando la mirada a la luna.
- Sabes quiénes somos. Saco chapa el viejo.
- Sí, sí. El famoso escuadrón anti-miedo. Alcanzó a decir interrumpido por una estampida risueña que no podía parar.
- De qué te ríes. Dijo la profesora, mientras lo miraba como se estremecía al punto de estar en posición fetal de tanta risa.
- Este porro es fatal. Sostenía el miedo entre carcajadas.
- Che bueno, vamos a lo nuestro, tenés que parar de asustar pibes. Sino asustás más pibes estamos todos contentos y no vamos a tener que usar la fuerza ni hacerte daño, ni nada.
- Ustedes se creen que asustar chicos es lindo. Se pudo serio el miedo y siguió; porque te crees que fumo, para evadir la cruda realidad. Y con la última palabra dejo la risa para vestirse de llanto.
- Y por que lo haces. Dijo la profesora.
- Y sino quien lo va hacer.
- Nadie, querido, nadie, no hace falta asustar a los niños.
- Ustedes no entienden nada, no saben lo importante que es para los chicos el miedo al viejo de la bolsa, a la oscuridad.

Cuando terminó de hablar ya no se lo puedo ver ningún lugar. Había desaparecido en la oscura noche, de nada sirvió intentar seguir el rastro de las risas que esporádicamente se escuchaban, la primera misión del escuadrón había sido un rotundo fracaso.

sábado, 2 de octubre de 2010

Las aventuras del detective John John González: Capítulo1: La amante.

El silencio comenzó a invadir por completo la oficina de John John. Salvo el reloj, el tic tac parecía dispararle justo en la cien. Ese ruido tan olvidado y postergado por los sonidos de la urbe, venia a vengarse violentamente: Tic tac, tic tac, tic tac.
Doble John (como le decían algunos), tomó el reloj que conservaba desde años y lo arrojó contra una de las paredes. Cayó en varios pedazos haciendo del silencio, algo sublime.
El silencio era intenso y tenso, violento y lento…
El detective prendió un cigarro mientras se apoyaba contra la ventana para recuperar el equilibrio. lo había perdido desde aquella llamada. Desde aquel momento sus demonios no dejaban de gritarle al odio: “Boludo, en que cagada te metiste, boludo”. (Nadie sabe a ciencia cierta si sus demonios le gritaban, años mas tarde sostuvo que oía voces todo el tiempo).

- Qué pasó jefe. Preguntó Pedro, algo preocupado.
- Malas noticias, malas noticias. Repetía Gonzáles mientras fijaba su mirada en el culo de una bella mujer que pasaba por allí.

5 MINUTOS ANTES!

Riiiiiiiiiing, riiiiiiiiiiiiiiing.

- Detective John John González, hable.
- Hola González, habla Samuel Vitto, llamó para informar un asesinato. La voz titubeaba como el mar.
- Deme la dirección.
- Usted sabe perfectamente la dirección.
- Cómo dice… cómo carajo voy a saberla si todavía no me la dice.
- Margarita Po, le suena.
- Qué pasó con Margarita. Dijo el detective sin querer saber la respuesta.
- Sabe donde vive.
- Claro que sé donde vive.
- Vio, le dije que sabe la dirección.
- Hable canalla, qué pasó…
- Estoy en el living de su amante, se encuentra tirada sobre la alfombra roja en la cual tantas noches la uso para regocijarse de lujuria, esta muerta.

Esa última palabra quedó haciendo eco en su cabeza; muerta. Mientras el silencio lo secuestraba todo. Todo menos el reloj y su tic tac que después de volar por las paredes calló para siempre.

Doble John estaba en problemas, deseo vanamente que eso nunca hubiese ocurrido, pero ocurrió y allí se dirigió a toda velocidad, a toda la velocidad que su auto le permitía. Un viejo citroén modelo 80 que caminaba a 60Km/h en el mejor de los casos. Tardó varios minutos en llegar a esa dirección que tantas veces había ido con otras intenciones y sensaciones.

Cuando llegó se encontró con el cadáver de su amada ya sin vida. También estaba en la escena del crimen un tipo sentado en el sillón verde manzana, que hacía juego con todo el lugar. El tipo tenía la mirada perdida y ni siquiera se movilizó cunado el detective entro casi en estado de pánico.
John no soltó palabra y de forma violenta lo esposó.

- Qué hace. Dijo el hombre.
- Que qué hago… hijo de puta…. Hijo de mil putas.

Aquel hombre estaba pálido, blanco como las alas de un ángel.

- Yo no la maté. Dijo convencido.
- Claro y yo soy Homero Simpson.
- No espere, yo no la maté.
- Y quién lo hizo…
- Su marido…
- Mi marido. Preguntó asustado doble John,
- No no, el marido de ella.
- Y usted cómo sabe.
- Porque él me lo dijo, y fue también él quien me ordenó que lo llamará apuntándome con un arma.


Eso lo veremos hijo de puta, dijo el detective mientras se lo llevaba esposado.

3O MINUTOS DESPUES! (en el confesionario)

- Así que usted dice que no fue…
- No señor, ya le dije que pasó. Volvía a mi casa y alguien me amenazó con un arma, me llevó al lugar y bueno lo que le dije, me obligó a llamarlo a usted.
- Y por que no huyó después de llamar.
- Por qué él puso mis manos en el cadáver, están mis huellas.
- Usted espera que le crea colosal estupidez, nunca pensó en ir a análisis, esta muy jodido. Usted piensa que alguien de mi capacidad va a creerse ese cuento. Dijo el detective al tiempo que menaba la cabeza tratando de aceptar los hechos.
- Le digo la verdad, investigué.
- Usted esta hasta las pelotas, y cuando esto se resuelva se las voy a cortar.

Desde la unidad intentaron comunicarse con el esposo de Margarita, pero fue imposible. El perito dictaminó que efectivamente las huellas en el cadáver de Po coincidían con la de aquel hombre. No había nada más que agregar, era el asesino, no quedaba más que dar la información al marido.

Sin embargo algo no le cerraba al detective, el cierre del pantalón no le cerraba, en la última semana se había excedido con los postres y los pantalones se lo hacían saber, tampoco le cerraba la historia, era muy simple, muy estúpida. Más dudas le crecieron cuando los estudios psiquiátricos al sospechoso, arrojaron que estaba en todos sus cabales.

Cuando el detective llegó de vuelta a su oficina, estaba Pedro esperándolo con un sobre en la mano.

- Lo trajo un delivery. Se limitó a decir.

Era una carta. Doble john temblaba como una hoja sin tallo, el miedo no le permitía leer la carta.

- Tráeme la botella de whisky. Ordenó mirando al suelo.
- Pero señor son las 10 de la mañana.
- Si no hubiese roto el reloj sabría la hora, es medio temprano para andar escabiando no, igual tráigame la botella carajo. Dijo enfurecido mientras las cejas se unían casi matrimonialmente.
- Pero señor…
- Pero las pelotas, trae el wisky la puta madre…
- Ok... sentenció. Pedro.

Doble John tomó un sorbito de ese whisky de mala calidad que había comprado hace un tiempo, miró carta y nada… volvió a mirar al whisky y se lo empinó en repetidas oportunidades, casi hasta vaciar la botella. Para ese momento tenía una curda que no podía tenerse en pie, volvió apoyarse sobre la ventana para no caer.

- Pedro, Pedro vení…
- Sí jefe…
- Lee que no entiendo la letra, este hijo de puta escribe con el culo.
- Pedro abrió el sobre y leyó.

“ESTO RECIEN EMPIEZA JOHN JOHN GONZÁLEZ… LA VENGANZA SERÁ TERRIBLE”.

- Ya sé. Dijo el detective sacando chapa de sus habilidades.
- Qué doble John.
- Hay que hacer un estudio perital de la letra, así sabremos la verdad.
- Está escrito a maquina Jefe.
- Que Hijo de puta. Bien pensando, bien pensado. Repetía González.
- Entonces...
- Entonces no sé Pedro, se me acabaron las ideas.
- Ideas? sólo dijo un... no alcanzó a terminar de hablar que Doble John lo acomodó de un cross al mentón.

Cuando doble John se dirigía en búsqueda del esposo de Margarita, se cruzó con Vitto, lo observó sin que se diera cuenta y notó cierta mueca de alegría perversa, por un momento pensó que todo lo había armado él, que la carta había sido parte del plan, era una buena idea. Pero por qué. Qué buscaba aquel hombre con todo esto, incriminar al esposo, ponerlo a él a investigar el asesinato de su amante, algo le seguía sonando raro. Algo de la historia no cerraba.
Doble John salió con el semblante afligido en búsqueda de la verdad, no sin antes darle la última estocada al viejo y amargo whisky de cuarta.


(CONTINUARÁ).

viernes, 3 de septiembre de 2010

La derrota

Querrá levantar la mirada, pero no podrá. Estará pesada como el puño apretado, de algún pugilista peso pesado. El orgullo inmaculado estará maculado. El silencio será como un castigo, como un refugio ante la posible palabra que podrá desenfrenar una ira incontrolable.
Una mano en la cintura, la otra despeinará el pelo transpirado, como queriendo volver atrás, lo que no tiene ni vuelta, ni atrás.

Verá al rival con envidia, queriendo robar algo que es suyo, el sabor del triunfo hurtado sin pavor. La sonrisa de la victoria, de la superioridad, del orgullo. Querrá que el tiempo pase rápido, como un halcón, como un arco iris. El tiempo pasará lento, como un descuento de siete minutos en un partido cerrado.

Soñará con esa pelota que pegó en el palo y salió, por culpa del histérico azar, de la injusta justicia, que siempre esta lejos del derrotado, o vaya a saber por qué razón.
Descreerá de Dios como en cada derrota, se sacará la camiseta con desdén, con pachorra, con amargura. Con amargura también, volverá a su lecho de hogar, esperando que al llegar, el día haya muerto. Buscará una revancha prontamente, intentará, inválidamente olvidar, como si fuera fácil olvidar una derrota.

Él sabe que deberá esperar, que deberá aguantar las cargadas del almacenero, del verdulero, de todos aquellos que jugaban para el otro equipo.
Deberá aguatar las cargadas del Negro Cantón después de ese terrible túnel que se comió. Pensará “como no cerré las piernas… como no cerré las piernas”. Pero no, las piernas no las cerró.

Mientras marché a su casa, encorbado, con la mirada estrellada contra las piedras de la calle, intentará, nuevamente, sin éxito, olvidar.
El único consuelo es que el próximo sábado habrá revancha, en la misma cancha contra el mismo rival de siempre. La derrota es una espina que en el mejor de los casos dura siete días, en el peor, para siempre.

La locura

Llegó como de ningún lugar. Nadie la había visto antes, nadie podría olvidarla. Nadie que la vio la volvió a ver. Algunos pensaban que no era real, otros empezaron a creer en la existencia de Dios. Hubieron quienes decidieron dejar la vida para buscarla en el más allá.

Nadie supo jamás su nombre, poco importaba. Mirarla a los ojos era un éxtasis insoportable, cuando uno abandonaba sus ojos el mundo era tan vació y trivial, hombres y mujeres se hundían en la profunda angustia y depresión. Todo perdía sentido. Nadie nunca pudo verla dos veces. Algunos dicen que Don Julio, tuvo el privilegio de volver a verla, nadie volvió a verlo a él.

Aseguran que se la veía en las oscuras noches de invierno, caminar descalza por la mitad de la calle, nunca en el mismo lugar.
Los más incrédulos, sostienen que nunca existió, los más optimistas salen cada noche a su encuentro. Otros sustentan que anda en busca de su amor perdido y los que la vieron afirman que ella es la locura disfrazada de mujer.