martes, 17 de mayo de 2011

La casa sin fin

A decir verdades; a ciencia cierta como se dice, “sin fin” era un eufemismo. Nadie había llegado al fin de la casa lo que no quiere decir que no tenga fin, quizá alguno llegó y no supo volver, o mejor aún no quiso volver. Tal vez, yacen allí, los placeres más osados del mundo.

Algunos creen que es un laberinto, que sólo es cuestión de inteligencia, otros más lúcidos y crédulos sospechan que allí está el cielo y el infierno. Depende de que puerta abra: cuestión de suerte, destino contingencia, o cualquier otra creencia. Lo cierto es que al final de cada puerta hay otra que te lleva a “hall principal”, y así por cada puerta que se abra en el eterno pasillo que llega al fin de la casa sin fin.

La suerte corría de tu lado si entrabas a la habitación de Doña Marta, el lugar preferido de los lujuriosos y los no tanto, pero la trampa estaba en que cada vez que el sol se ponía, cada mañana, el contenido de las habitaciones cambiaba. Quien se encontraba a San Pedro en la primera puerta a la derecha un lunes, era posible que un martes se encontrara a Satanás, o lo que es peor el purgatorio: de allí no salía, al menos no, sin dejar algo de dignidad entre las cuatro paredes.

Algunos ilusos y creyentes dogmáticos volvían a insistir sobre la misma habitación con paupérrimas consecuencias, Jimena había entrado a la habitación de los abundantes manjares del opio y cuando fue enérgica al día siguiente, se encontró con su madre floja de prendas a las carcajadas con el escuálido y repugnante sodero Raulito Bueno.


Todo era muy misterioso puertas adentro, no había calendario, fechas, ni horas. El oráculo que se encuentra en la entrada principal, a la que todos acudían irremediablemente cada mañana, sostiene que el tiempo allí, esta detenido: una vez adentro no hay salida, es otro tiempo y espacio.
También contó Don Carlos, el mayordomo, que no hay que darle mucha bola a oráculo, al parecer se va de copas tan seguido que quedó medio disparatado y cada vez que le preguntan sale con alguna respuesta extraña, yo creo que es una forma de darle un poco de misterio a algo tan siempre como la nada, la eternidad.

Don Leopoldo sostiene que el oráculo es un esquizoparanoide, que ve gente que no hay, otros sostienen que don Leopoldo se está quedando ciego, el bastón blanco que lo acompaña a todos lados ha hecho aumentar las sospechas. Lo que no tengo dudas es que alguien miente, todos mienten y nadie se hace cargo, todos se lavan las manos. Especialmente Luque, este tiene una especie de obsesión de manual: se refriega las manos unas 89 veces con jabón y 80 con agua, cada vez que abre un picaporte. Lleva 4 años en el lugar, y es un presupuesto en jabón, lo quieren echar, pero nadie encuentra la salida, que suponen se encuentra en el final de la casa que nadie conoce.

A veces pienso que nadie quiere salir de allí. Quizá la puerta de entrada sea la misma de salida, aunque todos aseguran haber intentado, todos ahí dentro sabemos que nadie se anima a girar el picaporte, simplemente porque después de la casa sin fin no hay nada. Otros aseveran que es todo una farsa, que la realidad es el patio del neuropsiquiátrico de la esquina.

Otros más quiméricos, narran que la casa fue construida, dicen, para aquellos que querían un vida eterna, que vendieron la mortalidad a una especie de gurú, parece que no leyeron la letra chica, eso dice el abogado Domingo Pena, que ha intentado por todos los medios una salida legal, pero hasta aquí todos sus alegatos fueron perdidos en mano de la fiscalía e turno, tan deficiente como la misma desorientación de la casa.

No se si podrán leer esto afuera, tanto tiempo pasa uno allí que decidí ponerme escribir para pasar el tiempo, tiempo me sobra. Lo que si les digo es que si encuentran la puerta de salida no me dejen salir.