miércoles, 21 de abril de 2010

El coleccionista de sonrisas

El coleccionista de sonrisas, así lo llaman ahora, así lo conoció casi todos los que lo conocieron y los que casi lo conocen. Pero antes tuvo un nombre, uno de verdad. Hubo un hombre, otro hombre.

Todavía dudo si es trascendente empezar esta historia con aquel tipo, si sería mejor empezarla con éste, con el coleccionista que es en definitiva, la razón por la que escribo.
Y aunque sigo con algunas duda sobre el comienzo, empezaré por aquel tipo que poca importancia tiene que en este momento, aunque de momento desconozco cómo será…

Se llamaba Matías. Matías Sturt. Hijos de padres…. De padre y madre. La madre seguro se llamaba Natalia Aramendia, del padre tengo algunas vacilaciones, pero según Natalia era: Alberto Sturt. Yo sigo dudando si no fue hijo de una aventura que ella tuvo, un verano. Poco importa.

La vida de Matías tuvo un comenzó muy trágico, rápidamente perdió a sus padres. Fue en la playa. Mientras los padres se debatían en un lenguaje cada vez mas vulgar, él decidió tomar un paseo por las cálidas arenas. Encontró allí un enorme castillo, estaba abandonado, era tan grande que podía perderse allí. Tenía túneles, puertas por todos lados, ventanas, era un paraíso.

Matías quedo incrédulo ante esa obra y sin pensar se introdujo en aquel castillo. El tiempo se detuvo para él, y permaneció allí todo el tiempo que pudo, que a decir verdad no podría traducirlo en tiempos reales, pero cuando salió, ya era todo un hombre y lo hizo porque, un fuerte viento sureño, arrasó con todo esa obra arquitectónica.

Esto fue un golpe muy duro para él, había pasado años allí. Busco a sus padres que nunca pudo encontrar. Entre tantas pérdidas también se extravió su sonrisa. Su alma se disfrazó de penas y la sonrisa y su gracias fueron desterradas, cómo Adán y cómo Eva. No había lugar para ella.
Tan fuerte fue que ni siquiera podía estirar los labios para simular una gracia, sus músculos habían cedido. Su semblante era un vacío.
Así comenzó la historia, así dicen que comenzó, y con esto una nueva identidad, Matías dejo de ser Matías para ser el coleccionista de sonrisas.

Al principio las pintaba, pasaba sus días retratando muecas alegres de la gente.
Siempre se lo veía en las comedías teatrales, siempre mirando al publico, pintando. Luego se las llevaba a su casa y las colgaba de las paredes, y las disfrutaba en su soledad.

Alguna tarde primaveral de antaño, ese muchachito que supo llamarse Matías se encontró con una sonrisa más linda que la luna, más dulce que un beso con miel.
Fue de casualidad. El sol ya se iba alejando lento, y él ya había guardado los colores. Salía de un viejo bar con lagunas copas de más, cunado se la encontró de frente. Esplendida. Brillante. Era de esas sonrisas que verlas estremece. Sintió corriente en la espalda. De esos gestos que te pueden hacer enloquecer. Literalmente.
Rápidamente la boceteó. Ella lo miró desconfiada. A él no le importó. Cuando había terminado se acercó y le dijo; alguna vez viste algo así. Mientras le mostraba su propia sonrisa. Ella quedó como sacudida y dejo caer una nueva sonrisa, esas que desvisten hasta las muelas. Salvaje. Por qué me dibujaste, dijo ella. Para volverte a ver, respondió él. Ella lo amo, en el acto, con locura y miedo.
Quedó enloquecida cuando el le mostró sus pinturas. Se alcanzaron a ver a los ojos entre los rayos de luz que aun sobrevivían a la oscuridad. Ella sonrió, él lo intentó.
Ella se fue de madrugada cuando él simulaba dormir. La dejo ir, no podía estar con ella sin poder reír. Cómo hacer para amar sin saber reír.
No se volvieron a ver, el dejó las pinturas por las fotos y siguió coleccionando sonrisas de las más varadas y divertidas.
Disfrutaba en las plazas de las expresiones de los niños. risas inocentes, inmaculadas, sin ese hilo de contaminación que la vida les convidaría años después. También disfrutaba de las sonrisas de los viejos, esos que sabían que el fin del camino no estaba tan lejos y sin embargo sabían reír desencajadamente. Saber que la muerte estaba cerca y reír jubilosamente era algo que le fascinaba.

Algunos dicen que aquella mujer le devolvió al sonrisa y vivieron en un amor feroz , que tuvieron algunos hijos y que sólo la muerte los pudo separar, yo nunca pude aseverar esa historia, pero tampoco la puedo refutar.

jueves, 1 de abril de 2010

Teorías sobre San Valentín

Las historias sobre San Valentín son tantas como disímiles entre si. Los historiados especializados sospechan que, de no haber varios San Valentines, éste habría vivido alrededor de 300 años.
Los más mitológicos sostienen que aún sigue vivo en algún lugar del planeta tierra, más precisamente en la tierra. Los realistas lo imaginan bajo tierra.

Los que fomentan la idea de la inmortalidad de san Valentín, reparan sus especulaciones en la premisa de que: es el responsable de la vida y de la muerte, es un guerrero para soportar la vida y a través del amor esperar a la muerte.
Todos sabemos que esto es casi imposible.

Otros sostienen que se lo ha visto en diferentes lugares al mismo tiempo, consumiendo el amor de la manera más genuina posible, fuerte contra la pared.

Facundo Ramell, uno de los buscadores de anécdotas de San Valentín, alega fehacientemente que dicho sujeto no se llamaba tal y que su varadero nombre, es Santiago Val. En su biografía no autorizada, asevera que Santiago Val o San Valentín, era un mujeriego intrépido y se lo veía paseando durante todas las noches conquistando las más plebeyas, hermosas y vírgenes de las mujeres. Incluso dice que fue él, quien inventó la famosa pastilla azul, cuando ya entrado en edad no podía consumar prácticamente el amor.
Esta teoría comenzó a perder credibilidad cuando se supo que Ramell nunca fue un historiador y que tampoco sabia escribir, era un analfabeto, los más puntillosos dicen que Facundo Ramell nunca existió y no es más que un invento de quien escribe. Yo no podría afirmar semejante proposición, al menos, no si no delante de mi abogado.

Saúl Bennet, otro inspector de la vida y obra del famoso San Valentín, consta que era un pésimo amante y a la edad de 25 años, aún no conocía el amor, después de haberlo buscado en cada cajón de su cómoda durante varios años.
Saúl atestigua que, Valentín conoció a Cupido en una fiesta secreta en el “bar de la desilusión” y con algunas copas de más ambos hicieron un pacto, el cual contaba con un permiso de Cupido para con Valentín, para poder conquistar todas las mueres que quisiera, él las fecharía y el consumaría de una vez por todas el amor tan deseado y que durante toda su vida había sido fruto de crueles encuentros.
Sin embargo luego de varios intento Valentín y Cupido tuvieron una rígida discusión que terminó con su pacto.
A continuación un fragmento de poca validez histórica sobre dicho acontecimiento.

- Che cupido. Dijo Valentín.
- Sí querido qué pasa.
- Es necesario la flecha. El flechazo digo… es necesario?
- Por qué lo decís.
- Porque las últimas cuatro que flechaste, murieron, y las que quedan vivas me culpan a mi de atacarlas. Tengo seis causas abiertas: cuatro por homicidio y dos por intento de homicidio. Y de amor ni hablemos. No me quieren ver. Ahora los que me quieren ver son sus maridos y precisamente no vivo.
- Mirá Valentín, yo no puedo a esta altura de mi vida cambiar la historia, soy cupido el del arco y la flecha.
- Bueno entonces que el flechazo no sea en el corazón. Es obvio que van a morir.
- De amor mi querido, si mueren lo hacen de amor.
- Yo no quiero que mueran de amor, yo quiero hacerles el amor.
- Bueno querido, entonces estás hablando con la persona equivocada. Sentenció cupido mientras sus alas comenzaban a llevarlo lejos del suelo.


Otros más cerca de la religión y la teología más ortodoxa, afirman que San Valentín no era santo. Éstos aseguran que lo vieron en reiteradas oportunidades en la tribuna de Huracán, gritando salvajemente goles contra el club “santo” (San Lorenzo”) y así echaron por tierra la teoría de la santidad.
Incluso aseveraron que, no sólo no era un santo, sino un mal tipo, cuando las mujeres los dejaban, que era casi todas las veces, éste las arremetía a balazos o les daba con las boleadoras del abuelo Ricardo.
Los más estudiosos de la literatura oficial sostienen que San Valentín era un plagiador, y para conquistar a sus mujeres acudía a imposibles prosas poco conocidas, pero brillantes. Otorgándose la autoría.

No faltan en éstas teoría, la de los científicos más melancólicos que sostienen a rajatabla que nuestro Valentín, vivió un amor eterno. Esos que nunca se consumen y pasó sus días entre en la más dulce de las penas de amor, sufriendo y gozando por una pasión que nunca fue y que a la vez fue eterno.
Los estudiosos de las estructuras psíquicas que se acoplan a ésta teoría lo sentenciaron sin demasiados rodeos: La histeria masculina nació con san Valentín. Estos melancólicos comenzaron a pintar las paredes con san Valentín como el símbolo del amor. Aseguran que el amor es un quimera.

Los mas románticos sostienen que san Valentín nace de la mitología escandinava, y postulan que nuestro héroe del amor, cansado de las relaciones terrenales y escapando de la urbe, se fue al mar, decidido a conquistar una hermosa sirena de piel morena y ojos de Dios. Algunos dicen que la conquistó y que vivieron felices, otros sostienen que se ahogó cuando ella los invitó a conocer a sus padres en las profundidades del mar.