viernes, 3 de septiembre de 2010

La derrota

Querrá levantar la mirada, pero no podrá. Estará pesada como el puño apretado, de algún pugilista peso pesado. El orgullo inmaculado estará maculado. El silencio será como un castigo, como un refugio ante la posible palabra que podrá desenfrenar una ira incontrolable.
Una mano en la cintura, la otra despeinará el pelo transpirado, como queriendo volver atrás, lo que no tiene ni vuelta, ni atrás.

Verá al rival con envidia, queriendo robar algo que es suyo, el sabor del triunfo hurtado sin pavor. La sonrisa de la victoria, de la superioridad, del orgullo. Querrá que el tiempo pase rápido, como un halcón, como un arco iris. El tiempo pasará lento, como un descuento de siete minutos en un partido cerrado.

Soñará con esa pelota que pegó en el palo y salió, por culpa del histérico azar, de la injusta justicia, que siempre esta lejos del derrotado, o vaya a saber por qué razón.
Descreerá de Dios como en cada derrota, se sacará la camiseta con desdén, con pachorra, con amargura. Con amargura también, volverá a su lecho de hogar, esperando que al llegar, el día haya muerto. Buscará una revancha prontamente, intentará, inválidamente olvidar, como si fuera fácil olvidar una derrota.

Él sabe que deberá esperar, que deberá aguantar las cargadas del almacenero, del verdulero, de todos aquellos que jugaban para el otro equipo.
Deberá aguatar las cargadas del Negro Cantón después de ese terrible túnel que se comió. Pensará “como no cerré las piernas… como no cerré las piernas”. Pero no, las piernas no las cerró.

Mientras marché a su casa, encorbado, con la mirada estrellada contra las piedras de la calle, intentará, nuevamente, sin éxito, olvidar.
El único consuelo es que el próximo sábado habrá revancha, en la misma cancha contra el mismo rival de siempre. La derrota es una espina que en el mejor de los casos dura siete días, en el peor, para siempre.

La locura

Llegó como de ningún lugar. Nadie la había visto antes, nadie podría olvidarla. Nadie que la vio la volvió a ver. Algunos pensaban que no era real, otros empezaron a creer en la existencia de Dios. Hubieron quienes decidieron dejar la vida para buscarla en el más allá.

Nadie supo jamás su nombre, poco importaba. Mirarla a los ojos era un éxtasis insoportable, cuando uno abandonaba sus ojos el mundo era tan vació y trivial, hombres y mujeres se hundían en la profunda angustia y depresión. Todo perdía sentido. Nadie nunca pudo verla dos veces. Algunos dicen que Don Julio, tuvo el privilegio de volver a verla, nadie volvió a verlo a él.

Aseguran que se la veía en las oscuras noches de invierno, caminar descalza por la mitad de la calle, nunca en el mismo lugar.
Los más incrédulos, sostienen que nunca existió, los más optimistas salen cada noche a su encuentro. Otros sustentan que anda en busca de su amor perdido y los que la vieron afirman que ella es la locura disfrazada de mujer.