viernes, 22 de octubre de 2010

Del Rústico González, Jamás.

Quién lo hubiese imaginado del “Rústico” González. Nadie. Quién se lo hubiese imaginado. Ni en broma. Del “Firulete” Candía capaz, que sé yo, prejuicio viste! pero si me decían de “Firulete” firmaba, era medio livianito, sensible, por ahí se lo veía llorisqueando cuando perdíamos un partido, pero el “Rustico” no. De cualquiera menos de González.

Jon Pual “Rústico” González se llamaba. El padre lo quería música, pero éste de lírica no tenia nada. Era tan devoto de su manía de destruir el juego que a veces les pegaba a sus propios compañeros, cuando alguno de éstos se ensañaba en lo que él denominaba, “ataques de habilidad”, iba y sin un gramo de piedad los partía. Les daba murra como se dice en el barrio, pregúntale a “Firulete”, un día se engolosinó más de la cuenta y Jon Paul lo corrió 80 metros y lo atendió, le rompió tibia y peroné. Candía no volvió ser el mismo nunca más.
Pero quién le iba a decir algo al González, nadie, le tenían miedo hasta su sombra que cuando el dormía se escapaba en búsqueda de un poco de buenos modales. La sombra estaba harta de andar por el piso barriendo jugadores, le dolían todos los huesos después de cada partido. Estuvo 15 años en terapia para poder superarlo, pero fue imposible y cuando Jon empezó a sospeche que ésta le estaba robando tuvo que dejar su análisis.
El “Rústico” te mataba, ni su mujer se salvaba, el lunes que era el día libre, él seguía practicando con ella, la llevaba la patio y le aplicaba tijeras, codazos, unas 40 o 50 veces por lunes. La mujer no aguantó más y lo dejó. Y si! Que iba a ser. Pero esto no lo puedo creer, de cualquiera menos del Rústico.

En el barrio hay un rumor que a los cinco años jugando con su padre en el jardín de la casa en un cruce, lo atendió y lo mando al hospital “todo pelota, todo pelota”, se defendía Jon, ya preparándose para lo que seria su frase de cabecera. El padre mientras iba medio moribundo repetía sin cesar “Tiene futuro… tiene futuro.” Y bueno que le vas a decir, los padres son así.

En el periodismo salía mas en el encabezado de policiales que en el deportivo, la única vez que estuvo en éste último fue de casualidad.

Marcador de punta. Derecho o izquierda fue un misterio que nunca se reveló, le daba con la misma eficacia a la tribuna, nunca en su larga carrera salió de alguno de sus pies algún pase a sus compañeros, sin embargo jugaba siempre, y cómo no iba a jugar, el técnico le tenia un miedo terrible, lo ponía de capitán incluso. Pero esto nunca me lo hubiese imagina, del Rústico González. Jamás.

En su carrera contaba con 81 expulsiones y 275 amarillas, en una entrevista sostuvo que cuando llegue a las 100 se retiraba, y no era broma.
Pero esto no me lo hubiese imaginado nunca, del “Rústico” nunca, sino lo hubiese visto no lo creería en la vida.
Al principio pensé que era otro, que se parecía, pero cuando me quedó mirando fijo empecé a sospechar y cada vez que me acercaba quería irme en dirección contraria pero ya era obvio, y nos quedamos cara a cara.

- Que haces Pepe. Me dijo con una naturalidad imposible.
- Bien. Dije titubeando.
- Te presento a Luisito, mi novio. Dijo sin pudor.
No sabia que decir me quedé heleado. Charlamos un ratito de algo que ya olvidé y me fui. Estremecido, no podía comprender eso, y con la naturalidad que lo confirmaba. Los saludé tratando de no mostrar mi supresa y seguí caminado mientras las piernas me bailaban una milonga. Cuando me alejaba escucho una voz que dice.
- Pepe Pepe. Me dio vuelta y era él.
- Liberación sexual. Me dijo con un tonito que entonaba una melodía que de su boca era inadmisible, al tiempo que dejaba caer una sonrisa picara que nunca voy poder olvidar (a veces sueño con ella). Nunca me lo hubiese imaginado, del “Rústico” jamás. Pero bueno como decía el nono: Cada uno de su culo hace un florero; ¿no?

domingo, 3 de octubre de 2010

Los cazadores de miedo (I)

Algunas epidemias de pánico habían azotado a la cuidad. (El autor no tiene idea alguna de cómo puede llamarse la cuidad, cualquier sugerencia es bienvenida. Nota del editor). Los funcionarios públicos de la cuidad decidieron formar una unidad especial para combatir el miedo. Éste ya había hecho estragos en todas las generaciones, sin discriminación. No había condición social, racial o económica que el miedo omita, salvo, eso si, salvo a Don pepe, el miedo no se atrevía a rondar cerca de la casa, no hay versión oficial, los rumores hablar de pacto, incluso algunos sostienen que mantuvieron un romance prohibido y bueno, puterío viste. La cosa que el miedo estaba haciendo cagar a varias patas y el olor era insoportable.

En un primer momento los mandatarios intentaron que era voluntaria, pero nadie quería saber nada al respecto, y a falta de voluntarios se decidió, con ese monopolio de la violencia legítima que tiene el estado, hacerlo arbitrariamente.
A dedo como quien dice. Todos a sorteo. Si señor, a sorteo, los cuatro primeros nombres formarían parte del escuadro anti-miedo. Los nombres se darían por la radio. El pueblo temblaba de miedo esperando con la oreja pegada a la radio, todos esperando no escuchar su nombre. Doña Juana no pudo soportar la idea y murió de miedo, la vieja tenia una enfermedad Terminal, pero aseguran que la causa de la muerte no había sido otra que el mismísimo miedo. ¿Cómo sabe? Preguntó el marido entre alivio y sollozos.

Los cuatro nombrados fueron, Leopoldo Armines, ex combatientes de la cruzadas, se lo veía cada viernes y sábado, sin excepción, a las trompadas en el cruce entre 8 de Julio y Callao.
Lorenzo Augusto, un viejo de 90 años que no sufría el miedo, no sufría nada, tampoco gozaba de nada, sólo estaba vivo porque no estaba muerto. La lista se completaba con dos mujeres; Lorenza Abril, una bella madame y Roberta Lozano una vieja profesora de lengua que guardaba tanto miedo que algunos llegaron a pensar que el mismísimo miedo le temía.

Después de algún revoloteo, discusión y ademanes, se le otorgó la primera misión al escuadrón; erradicar el miedo a la oscuridad de los niños.

Un tiempo más tarde de buscar y buscar, el cuarteto se encontró con el miedo una noche de verano; estaba sentado sobre una antigua construcción a la luz de la luna fumando un porro. Aseguran éstos atrevidos, que el miedo nocturno es algo oscuro, un “negrito”, dijo despectivamente la madame, era incluso mas negro que misma noche sin luna, “Para mi que era de sucio nomá”, sentenció el viejo que ya casi no veía. El miedoo reía espantosamente en soledad.

- Che vos… che culiao. Dijo el joven peleador.
- Qué. Dijo el miedo apuntando la mirada a la luna.
- Sabes quiénes somos. Saco chapa el viejo.
- Sí, sí. El famoso escuadrón anti-miedo. Alcanzó a decir interrumpido por una estampida risueña que no podía parar.
- De qué te ríes. Dijo la profesora, mientras lo miraba como se estremecía al punto de estar en posición fetal de tanta risa.
- Este porro es fatal. Sostenía el miedo entre carcajadas.
- Che bueno, vamos a lo nuestro, tenés que parar de asustar pibes. Sino asustás más pibes estamos todos contentos y no vamos a tener que usar la fuerza ni hacerte daño, ni nada.
- Ustedes se creen que asustar chicos es lindo. Se pudo serio el miedo y siguió; porque te crees que fumo, para evadir la cruda realidad. Y con la última palabra dejo la risa para vestirse de llanto.
- Y por que lo haces. Dijo la profesora.
- Y sino quien lo va hacer.
- Nadie, querido, nadie, no hace falta asustar a los niños.
- Ustedes no entienden nada, no saben lo importante que es para los chicos el miedo al viejo de la bolsa, a la oscuridad.

Cuando terminó de hablar ya no se lo puedo ver ningún lugar. Había desaparecido en la oscura noche, de nada sirvió intentar seguir el rastro de las risas que esporádicamente se escuchaban, la primera misión del escuadrón había sido un rotundo fracaso.

sábado, 2 de octubre de 2010

Las aventuras del detective John John González: Capítulo1: La amante.

El silencio comenzó a invadir por completo la oficina de John John. Salvo el reloj, el tic tac parecía dispararle justo en la cien. Ese ruido tan olvidado y postergado por los sonidos de la urbe, venia a vengarse violentamente: Tic tac, tic tac, tic tac.
Doble John (como le decían algunos), tomó el reloj que conservaba desde años y lo arrojó contra una de las paredes. Cayó en varios pedazos haciendo del silencio, algo sublime.
El silencio era intenso y tenso, violento y lento…
El detective prendió un cigarro mientras se apoyaba contra la ventana para recuperar el equilibrio. lo había perdido desde aquella llamada. Desde aquel momento sus demonios no dejaban de gritarle al odio: “Boludo, en que cagada te metiste, boludo”. (Nadie sabe a ciencia cierta si sus demonios le gritaban, años mas tarde sostuvo que oía voces todo el tiempo).

- Qué pasó jefe. Preguntó Pedro, algo preocupado.
- Malas noticias, malas noticias. Repetía Gonzáles mientras fijaba su mirada en el culo de una bella mujer que pasaba por allí.

5 MINUTOS ANTES!

Riiiiiiiiiing, riiiiiiiiiiiiiiing.

- Detective John John González, hable.
- Hola González, habla Samuel Vitto, llamó para informar un asesinato. La voz titubeaba como el mar.
- Deme la dirección.
- Usted sabe perfectamente la dirección.
- Cómo dice… cómo carajo voy a saberla si todavía no me la dice.
- Margarita Po, le suena.
- Qué pasó con Margarita. Dijo el detective sin querer saber la respuesta.
- Sabe donde vive.
- Claro que sé donde vive.
- Vio, le dije que sabe la dirección.
- Hable canalla, qué pasó…
- Estoy en el living de su amante, se encuentra tirada sobre la alfombra roja en la cual tantas noches la uso para regocijarse de lujuria, esta muerta.

Esa última palabra quedó haciendo eco en su cabeza; muerta. Mientras el silencio lo secuestraba todo. Todo menos el reloj y su tic tac que después de volar por las paredes calló para siempre.

Doble John estaba en problemas, deseo vanamente que eso nunca hubiese ocurrido, pero ocurrió y allí se dirigió a toda velocidad, a toda la velocidad que su auto le permitía. Un viejo citroén modelo 80 que caminaba a 60Km/h en el mejor de los casos. Tardó varios minutos en llegar a esa dirección que tantas veces había ido con otras intenciones y sensaciones.

Cuando llegó se encontró con el cadáver de su amada ya sin vida. También estaba en la escena del crimen un tipo sentado en el sillón verde manzana, que hacía juego con todo el lugar. El tipo tenía la mirada perdida y ni siquiera se movilizó cunado el detective entro casi en estado de pánico.
John no soltó palabra y de forma violenta lo esposó.

- Qué hace. Dijo el hombre.
- Que qué hago… hijo de puta…. Hijo de mil putas.

Aquel hombre estaba pálido, blanco como las alas de un ángel.

- Yo no la maté. Dijo convencido.
- Claro y yo soy Homero Simpson.
- No espere, yo no la maté.
- Y quién lo hizo…
- Su marido…
- Mi marido. Preguntó asustado doble John,
- No no, el marido de ella.
- Y usted cómo sabe.
- Porque él me lo dijo, y fue también él quien me ordenó que lo llamará apuntándome con un arma.


Eso lo veremos hijo de puta, dijo el detective mientras se lo llevaba esposado.

3O MINUTOS DESPUES! (en el confesionario)

- Así que usted dice que no fue…
- No señor, ya le dije que pasó. Volvía a mi casa y alguien me amenazó con un arma, me llevó al lugar y bueno lo que le dije, me obligó a llamarlo a usted.
- Y por que no huyó después de llamar.
- Por qué él puso mis manos en el cadáver, están mis huellas.
- Usted espera que le crea colosal estupidez, nunca pensó en ir a análisis, esta muy jodido. Usted piensa que alguien de mi capacidad va a creerse ese cuento. Dijo el detective al tiempo que menaba la cabeza tratando de aceptar los hechos.
- Le digo la verdad, investigué.
- Usted esta hasta las pelotas, y cuando esto se resuelva se las voy a cortar.

Desde la unidad intentaron comunicarse con el esposo de Margarita, pero fue imposible. El perito dictaminó que efectivamente las huellas en el cadáver de Po coincidían con la de aquel hombre. No había nada más que agregar, era el asesino, no quedaba más que dar la información al marido.

Sin embargo algo no le cerraba al detective, el cierre del pantalón no le cerraba, en la última semana se había excedido con los postres y los pantalones se lo hacían saber, tampoco le cerraba la historia, era muy simple, muy estúpida. Más dudas le crecieron cuando los estudios psiquiátricos al sospechoso, arrojaron que estaba en todos sus cabales.

Cuando el detective llegó de vuelta a su oficina, estaba Pedro esperándolo con un sobre en la mano.

- Lo trajo un delivery. Se limitó a decir.

Era una carta. Doble john temblaba como una hoja sin tallo, el miedo no le permitía leer la carta.

- Tráeme la botella de whisky. Ordenó mirando al suelo.
- Pero señor son las 10 de la mañana.
- Si no hubiese roto el reloj sabría la hora, es medio temprano para andar escabiando no, igual tráigame la botella carajo. Dijo enfurecido mientras las cejas se unían casi matrimonialmente.
- Pero señor…
- Pero las pelotas, trae el wisky la puta madre…
- Ok... sentenció. Pedro.

Doble John tomó un sorbito de ese whisky de mala calidad que había comprado hace un tiempo, miró carta y nada… volvió a mirar al whisky y se lo empinó en repetidas oportunidades, casi hasta vaciar la botella. Para ese momento tenía una curda que no podía tenerse en pie, volvió apoyarse sobre la ventana para no caer.

- Pedro, Pedro vení…
- Sí jefe…
- Lee que no entiendo la letra, este hijo de puta escribe con el culo.
- Pedro abrió el sobre y leyó.

“ESTO RECIEN EMPIEZA JOHN JOHN GONZÁLEZ… LA VENGANZA SERÁ TERRIBLE”.

- Ya sé. Dijo el detective sacando chapa de sus habilidades.
- Qué doble John.
- Hay que hacer un estudio perital de la letra, así sabremos la verdad.
- Está escrito a maquina Jefe.
- Que Hijo de puta. Bien pensando, bien pensado. Repetía González.
- Entonces...
- Entonces no sé Pedro, se me acabaron las ideas.
- Ideas? sólo dijo un... no alcanzó a terminar de hablar que Doble John lo acomodó de un cross al mentón.

Cuando doble John se dirigía en búsqueda del esposo de Margarita, se cruzó con Vitto, lo observó sin que se diera cuenta y notó cierta mueca de alegría perversa, por un momento pensó que todo lo había armado él, que la carta había sido parte del plan, era una buena idea. Pero por qué. Qué buscaba aquel hombre con todo esto, incriminar al esposo, ponerlo a él a investigar el asesinato de su amante, algo le seguía sonando raro. Algo de la historia no cerraba.
Doble John salió con el semblante afligido en búsqueda de la verdad, no sin antes darle la última estocada al viejo y amargo whisky de cuarta.


(CONTINUARÁ).

viernes, 3 de septiembre de 2010

La derrota

Querrá levantar la mirada, pero no podrá. Estará pesada como el puño apretado, de algún pugilista peso pesado. El orgullo inmaculado estará maculado. El silencio será como un castigo, como un refugio ante la posible palabra que podrá desenfrenar una ira incontrolable.
Una mano en la cintura, la otra despeinará el pelo transpirado, como queriendo volver atrás, lo que no tiene ni vuelta, ni atrás.

Verá al rival con envidia, queriendo robar algo que es suyo, el sabor del triunfo hurtado sin pavor. La sonrisa de la victoria, de la superioridad, del orgullo. Querrá que el tiempo pase rápido, como un halcón, como un arco iris. El tiempo pasará lento, como un descuento de siete minutos en un partido cerrado.

Soñará con esa pelota que pegó en el palo y salió, por culpa del histérico azar, de la injusta justicia, que siempre esta lejos del derrotado, o vaya a saber por qué razón.
Descreerá de Dios como en cada derrota, se sacará la camiseta con desdén, con pachorra, con amargura. Con amargura también, volverá a su lecho de hogar, esperando que al llegar, el día haya muerto. Buscará una revancha prontamente, intentará, inválidamente olvidar, como si fuera fácil olvidar una derrota.

Él sabe que deberá esperar, que deberá aguantar las cargadas del almacenero, del verdulero, de todos aquellos que jugaban para el otro equipo.
Deberá aguatar las cargadas del Negro Cantón después de ese terrible túnel que se comió. Pensará “como no cerré las piernas… como no cerré las piernas”. Pero no, las piernas no las cerró.

Mientras marché a su casa, encorbado, con la mirada estrellada contra las piedras de la calle, intentará, nuevamente, sin éxito, olvidar.
El único consuelo es que el próximo sábado habrá revancha, en la misma cancha contra el mismo rival de siempre. La derrota es una espina que en el mejor de los casos dura siete días, en el peor, para siempre.

La locura

Llegó como de ningún lugar. Nadie la había visto antes, nadie podría olvidarla. Nadie que la vio la volvió a ver. Algunos pensaban que no era real, otros empezaron a creer en la existencia de Dios. Hubieron quienes decidieron dejar la vida para buscarla en el más allá.

Nadie supo jamás su nombre, poco importaba. Mirarla a los ojos era un éxtasis insoportable, cuando uno abandonaba sus ojos el mundo era tan vació y trivial, hombres y mujeres se hundían en la profunda angustia y depresión. Todo perdía sentido. Nadie nunca pudo verla dos veces. Algunos dicen que Don Julio, tuvo el privilegio de volver a verla, nadie volvió a verlo a él.

Aseguran que se la veía en las oscuras noches de invierno, caminar descalza por la mitad de la calle, nunca en el mismo lugar.
Los más incrédulos, sostienen que nunca existió, los más optimistas salen cada noche a su encuentro. Otros sustentan que anda en busca de su amor perdido y los que la vieron afirman que ella es la locura disfrazada de mujer.

jueves, 22 de julio de 2010

Normita y las malas lenguas

Las malas lenguas tiene mala reputación, eso es indiscutible, lo discutible del asunto es si realmente son malas. Quién no quiere tener una mala lengua especialmente si es de una mujer hermosa; O quién no quiere tener una lengua especialmente si es de una mujer, o quién no quiere tener una lengua especialmente o también, por qué no, quién no quiere tener una lengua y algunos pensaran; quién no quiere tener una...

Doña Norma era una pomposa mujer que ya había olvidado sus abriles como lechos de amor por los cuales había despilfarrado montañas de placer.
Dicen que dicen, que hacía todo tipo de atrocidades con su lengua y en el barrio, las malas lenguas hablaban pestes de la lengua de Doña Norma; los que hablan maravillas eran las caras de los tipos, en un aura de placer inmaculado como si el propio Dios les hubiese prometido la vida eterna.

La realidad es que las malas lenguas no son tan malas, aunque su reputación diga lo contrario. Pero la moral burocracia que ejercía el barrio no tuvo más remedio que llevar a la lengua de Normita a la corte. le querían cortar la lengua.

Hubo una manifestación de las mujeres nucleadas en la agrupación “Frígidas Intransigentes”; dirigidas al centro de la cuidad con pancartas y cánticos en contra de la pobre e inocente Doña Normita; no tardó demasiado en armarse una contramarcha por la mayoría de los hombres del barrio, estos debieron salir encapuchados, ya que,la mayoría de sus mujeres se encontraban en la otra marcha.
Finalmente el corte de la lengua de Norma no se hizo y la mandaron a la corte, a la corte suprema a declarar….

La vieja de lengua ágil tuvo que declarar en el juzgado primero (y único), allí sin demasiado rodeos y con algunos pelos en la lengua, sentenció, ante las preguntas incriminatorias de la jueza, que el comportamiento de su lengua era excelente y altruista, benevolente; "sino pregúntele a su marido” culminó. La astucia de la jueza, cornuda desde ahora en adelante llevó a Norma a la cárcel por desacato a la autoridad y adulterio.

Los muchachos de la marcha la despidieron al grito de ¨”Normita normita” a coro tipo hinchada de fútbol e inmediatamente construyeron un monumento en la plaza principal con la legua de Normita y un cartel que decía “ gracias por tanto placer”….
Hoy a 50 años de aquél episodio Normita sigue haciendo creer algunos hombres que Dios existe.

lunes, 19 de julio de 2010

Duda...

Yo sabía que ella era mi felicidad...
lo que no sabía era si quería ser feliz.

lunes, 31 de mayo de 2010

Julián Gómez, el gran arbitro.

Hay pocos oficios como el arbitraje, y pocos árbitros como Julián Gómez. Un tipo solitario que había encontrado en la conducción legal de fútbol; su pasión.

No era como otros árbitros que habían frustrado su fantasía de futbolistas y se conformaban con estar cerca de los jugadores. Como el viejo Armando Lillia, un tipo que era tan fanático del juego, que sólo dirigía para estar en el campo de juego. Tanto era así que, cuando se brotaba, pedía eufóricamente que le pasen el balón y pobre de aquel no obedecía. Era sometido a las peores sanciones. Tarjeta roja y meses sin pisar el campo de juego, o salía a divulgar de forma amarillista comentarios de los jugadores y de sus esposas.

Pero Julián Gómez no, este era fanático del arbitraje, y sólo miraba fútbol para ver dirigir. Conocía a todos los árbitros del mundo y de la historia del fútbol, era una enciclopedia, un obsesivo.

Julián dirigió su último partido el mismo día que la muerte vino a buscar. Nada había impedido que el viejo de 93 años, siga dirigiendo.
Cuando tuvo edad de retirarse mandó una carta suplicando que si no dirigía, moría, y gracias a eso y al afecto de los jugadores siguió conduciendo. Incluso cuando ya no podía ni ver, los jugadores no cometían falta alguna para no ridiculizar al hombre de negro.

El tipo ponía el cuerpo, siempre. La primera pierna la puso en la guerra mundial y allí la dejó. La segunda no recuerda bien, lo que confirma que fue después que su alzheimer avanzara al punto que, cuando pitaba una falta, había olvidado que había sancionado y para que equipo era. Eso tampoco lo abatató. Empezó a dirigir en silla de ruedas.
Más allá de su pasión y su afán por el arbitraje, Gómez era un arbitro de medio pelo, algunos dicen que era ciego, otros miope, la mayoría afirma que era localista..

A los 80, tuvo que dejar el silbato, no podía pitar más, sus pulmones no lo acompañaban, a veces se quedaban en la casa o salían sin su permiso.
Cuando parecía llegar el ocaso del viejo Julián, apreció al Sábado siguiente mostrando su nueva gambeta al destino, le puso una bocina a la silla de ruedas, que había robado a su nieto de tres años y suplantó el silbato por la bocina. Al principio generó algún altercado entre los jugadores que no se acostumbraban al nuevo sonido, pero el tiempo lo solucionó.

El último partido que dirigió el viejo Gómez fue entre: Atlético Villa Dolmen Vs. Deportivo Panqueques juniors. El viejo había decido dejar el arbitraje. Ya era de demasiado; silla de rueda, bocina para pitar, un largavista porque ya dirigía desde el circulo central y no veía nada. Para completarla un traductor, al parecer el viejo Gómez era chino y no hablaba español.

Fue la primera vez que en el barrio se coreó por el arbitro… “Gómez olé olé olé Gómez”… No se sabe bien si murió porque dejó el fútbol o de la emoción de ese aliento siempre distante e hiriente. Lo cierto es que el viejo Gómez murió aquel día entre llanto y felicidad.

jueves, 6 de mayo de 2010

El viento

Yo no sé si es verdad, pero yo le creo y con eso basta. Basta y sobra. Me lo dijo el abuelo, que me importa la que diga la ciencia o los eruditos del conocimiento, no me importa, yo le creo a mi abuelo y con eso basta o no? Sí, basta y sobra.

Lo que pasa que nadie le cree al abuelo, todos dicen que está loco y que no puede asimilar la realidad, entonces, inventa historias cada vez que le preguntan, siempre tiene alguna explicación rara, que nadie comparte y yo no sé si serán verdades, que me importa, son tan hermosas que yo le creo aunque no le crea.

El tema esta vez, fue el viento. Cómo nació el viento, fue una pregunta que largó mi hermana, para evitar que se hable del colegio, porque había repetido por segunda vez y la conversación iba directo a esa dirección.

Por qué existe el viento, preguntó, y yo sabía que a ella no le importaba, y la verdad que hasta que escuché al nono, a mi tampoco, al nono no sé, al nono no lo sé.
Pero cómo si estuviera esperando desde siempre responder esa pregunta, se arremangó las manos, prendió un pucho negro, de esos que ahora los quiosqueros casi no venden, y lo prendió con una pitada larga que quemó la mitad del cigarrillo.
Dejó entrever una pequeña sonrisa mientras miraba a cada uno de la mesa para prohibirles la palabra, iba a decir algo el nono!!
De a poco como un efecto domino, todos iban cediendo al silencio, aunque a nadie le importara lo que vaya a decir.

Se arremangó las manos, nuevamente, tomó un trago de whisky y habló. Dijo lo que dijo.
Algunos rieron, otros se quedaron paralíticos por lo que decía, mi hermana no sé que cara puso, no alcance a verla, yo me quedé sorprendido y encantado.

Saben lo que dicen del viento, dijo, éstos que creen saber y quieren explicar el mundo, éstos dicen, que el viento es un movimiento del aire, que se produce naturalmente., dicen: fenómeno meteorológico, y el viejo largo una carcajada irónica, nadie más rió, algunos compartieron esa teoría, el abuelo siguió; siempre que no saben que decir se apoyan en: “fenómenos naturales y religiosos” y querida nieta te voy a decir como nació el viento, porque aunque no lo viví, el abuelo de tu abuelo lo contó y yo le creí, y por eso te lo cuento a ti, espero que me creas y le cuentes a tu nieto que tu abuelo, por medio de su abuelo, sabe como nació del viento.
Tomó aire, pitó fuerte de nuevo y siguió.

No se sabe el nombre o mi abuelo no me lo quiso decir, no tiene mucha importancia saberlo , sino lo que ese nombre hizo, y fue sufrir, el viento nació el día que la primer hombre sufrió de amor, y en un eterno suspiro que duró lo que dura una vida, expulsó el primer aire que empezó a dar vuelta por el mundo, con el tiempo nuevos suspiros se fueron juntando formando distintos viento, el viento es la prueba que existió el amor y que existe.

El viejo terminó el cigarrillo, se levantó despacio y se fue. Se fue suspirando.
Yo no se si es verdad, pero yo le creo y con eso basta. Basta y sobra.

miércoles, 21 de abril de 2010

El coleccionista de sonrisas

El coleccionista de sonrisas, así lo llaman ahora, así lo conoció casi todos los que lo conocieron y los que casi lo conocen. Pero antes tuvo un nombre, uno de verdad. Hubo un hombre, otro hombre.

Todavía dudo si es trascendente empezar esta historia con aquel tipo, si sería mejor empezarla con éste, con el coleccionista que es en definitiva, la razón por la que escribo.
Y aunque sigo con algunas duda sobre el comienzo, empezaré por aquel tipo que poca importancia tiene que en este momento, aunque de momento desconozco cómo será…

Se llamaba Matías. Matías Sturt. Hijos de padres…. De padre y madre. La madre seguro se llamaba Natalia Aramendia, del padre tengo algunas vacilaciones, pero según Natalia era: Alberto Sturt. Yo sigo dudando si no fue hijo de una aventura que ella tuvo, un verano. Poco importa.

La vida de Matías tuvo un comenzó muy trágico, rápidamente perdió a sus padres. Fue en la playa. Mientras los padres se debatían en un lenguaje cada vez mas vulgar, él decidió tomar un paseo por las cálidas arenas. Encontró allí un enorme castillo, estaba abandonado, era tan grande que podía perderse allí. Tenía túneles, puertas por todos lados, ventanas, era un paraíso.

Matías quedo incrédulo ante esa obra y sin pensar se introdujo en aquel castillo. El tiempo se detuvo para él, y permaneció allí todo el tiempo que pudo, que a decir verdad no podría traducirlo en tiempos reales, pero cuando salió, ya era todo un hombre y lo hizo porque, un fuerte viento sureño, arrasó con todo esa obra arquitectónica.

Esto fue un golpe muy duro para él, había pasado años allí. Busco a sus padres que nunca pudo encontrar. Entre tantas pérdidas también se extravió su sonrisa. Su alma se disfrazó de penas y la sonrisa y su gracias fueron desterradas, cómo Adán y cómo Eva. No había lugar para ella.
Tan fuerte fue que ni siquiera podía estirar los labios para simular una gracia, sus músculos habían cedido. Su semblante era un vacío.
Así comenzó la historia, así dicen que comenzó, y con esto una nueva identidad, Matías dejo de ser Matías para ser el coleccionista de sonrisas.

Al principio las pintaba, pasaba sus días retratando muecas alegres de la gente.
Siempre se lo veía en las comedías teatrales, siempre mirando al publico, pintando. Luego se las llevaba a su casa y las colgaba de las paredes, y las disfrutaba en su soledad.

Alguna tarde primaveral de antaño, ese muchachito que supo llamarse Matías se encontró con una sonrisa más linda que la luna, más dulce que un beso con miel.
Fue de casualidad. El sol ya se iba alejando lento, y él ya había guardado los colores. Salía de un viejo bar con lagunas copas de más, cunado se la encontró de frente. Esplendida. Brillante. Era de esas sonrisas que verlas estremece. Sintió corriente en la espalda. De esos gestos que te pueden hacer enloquecer. Literalmente.
Rápidamente la boceteó. Ella lo miró desconfiada. A él no le importó. Cuando había terminado se acercó y le dijo; alguna vez viste algo así. Mientras le mostraba su propia sonrisa. Ella quedó como sacudida y dejo caer una nueva sonrisa, esas que desvisten hasta las muelas. Salvaje. Por qué me dibujaste, dijo ella. Para volverte a ver, respondió él. Ella lo amo, en el acto, con locura y miedo.
Quedó enloquecida cuando el le mostró sus pinturas. Se alcanzaron a ver a los ojos entre los rayos de luz que aun sobrevivían a la oscuridad. Ella sonrió, él lo intentó.
Ella se fue de madrugada cuando él simulaba dormir. La dejo ir, no podía estar con ella sin poder reír. Cómo hacer para amar sin saber reír.
No se volvieron a ver, el dejó las pinturas por las fotos y siguió coleccionando sonrisas de las más varadas y divertidas.
Disfrutaba en las plazas de las expresiones de los niños. risas inocentes, inmaculadas, sin ese hilo de contaminación que la vida les convidaría años después. También disfrutaba de las sonrisas de los viejos, esos que sabían que el fin del camino no estaba tan lejos y sin embargo sabían reír desencajadamente. Saber que la muerte estaba cerca y reír jubilosamente era algo que le fascinaba.

Algunos dicen que aquella mujer le devolvió al sonrisa y vivieron en un amor feroz , que tuvieron algunos hijos y que sólo la muerte los pudo separar, yo nunca pude aseverar esa historia, pero tampoco la puedo refutar.

jueves, 1 de abril de 2010

Teorías sobre San Valentín

Las historias sobre San Valentín son tantas como disímiles entre si. Los historiados especializados sospechan que, de no haber varios San Valentines, éste habría vivido alrededor de 300 años.
Los más mitológicos sostienen que aún sigue vivo en algún lugar del planeta tierra, más precisamente en la tierra. Los realistas lo imaginan bajo tierra.

Los que fomentan la idea de la inmortalidad de san Valentín, reparan sus especulaciones en la premisa de que: es el responsable de la vida y de la muerte, es un guerrero para soportar la vida y a través del amor esperar a la muerte.
Todos sabemos que esto es casi imposible.

Otros sostienen que se lo ha visto en diferentes lugares al mismo tiempo, consumiendo el amor de la manera más genuina posible, fuerte contra la pared.

Facundo Ramell, uno de los buscadores de anécdotas de San Valentín, alega fehacientemente que dicho sujeto no se llamaba tal y que su varadero nombre, es Santiago Val. En su biografía no autorizada, asevera que Santiago Val o San Valentín, era un mujeriego intrépido y se lo veía paseando durante todas las noches conquistando las más plebeyas, hermosas y vírgenes de las mujeres. Incluso dice que fue él, quien inventó la famosa pastilla azul, cuando ya entrado en edad no podía consumar prácticamente el amor.
Esta teoría comenzó a perder credibilidad cuando se supo que Ramell nunca fue un historiador y que tampoco sabia escribir, era un analfabeto, los más puntillosos dicen que Facundo Ramell nunca existió y no es más que un invento de quien escribe. Yo no podría afirmar semejante proposición, al menos, no si no delante de mi abogado.

Saúl Bennet, otro inspector de la vida y obra del famoso San Valentín, consta que era un pésimo amante y a la edad de 25 años, aún no conocía el amor, después de haberlo buscado en cada cajón de su cómoda durante varios años.
Saúl atestigua que, Valentín conoció a Cupido en una fiesta secreta en el “bar de la desilusión” y con algunas copas de más ambos hicieron un pacto, el cual contaba con un permiso de Cupido para con Valentín, para poder conquistar todas las mueres que quisiera, él las fecharía y el consumaría de una vez por todas el amor tan deseado y que durante toda su vida había sido fruto de crueles encuentros.
Sin embargo luego de varios intento Valentín y Cupido tuvieron una rígida discusión que terminó con su pacto.
A continuación un fragmento de poca validez histórica sobre dicho acontecimiento.

- Che cupido. Dijo Valentín.
- Sí querido qué pasa.
- Es necesario la flecha. El flechazo digo… es necesario?
- Por qué lo decís.
- Porque las últimas cuatro que flechaste, murieron, y las que quedan vivas me culpan a mi de atacarlas. Tengo seis causas abiertas: cuatro por homicidio y dos por intento de homicidio. Y de amor ni hablemos. No me quieren ver. Ahora los que me quieren ver son sus maridos y precisamente no vivo.
- Mirá Valentín, yo no puedo a esta altura de mi vida cambiar la historia, soy cupido el del arco y la flecha.
- Bueno entonces que el flechazo no sea en el corazón. Es obvio que van a morir.
- De amor mi querido, si mueren lo hacen de amor.
- Yo no quiero que mueran de amor, yo quiero hacerles el amor.
- Bueno querido, entonces estás hablando con la persona equivocada. Sentenció cupido mientras sus alas comenzaban a llevarlo lejos del suelo.


Otros más cerca de la religión y la teología más ortodoxa, afirman que San Valentín no era santo. Éstos aseguran que lo vieron en reiteradas oportunidades en la tribuna de Huracán, gritando salvajemente goles contra el club “santo” (San Lorenzo”) y así echaron por tierra la teoría de la santidad.
Incluso aseveraron que, no sólo no era un santo, sino un mal tipo, cuando las mujeres los dejaban, que era casi todas las veces, éste las arremetía a balazos o les daba con las boleadoras del abuelo Ricardo.
Los más estudiosos de la literatura oficial sostienen que San Valentín era un plagiador, y para conquistar a sus mujeres acudía a imposibles prosas poco conocidas, pero brillantes. Otorgándose la autoría.

No faltan en éstas teoría, la de los científicos más melancólicos que sostienen a rajatabla que nuestro Valentín, vivió un amor eterno. Esos que nunca se consumen y pasó sus días entre en la más dulce de las penas de amor, sufriendo y gozando por una pasión que nunca fue y que a la vez fue eterno.
Los estudiosos de las estructuras psíquicas que se acoplan a ésta teoría lo sentenciaron sin demasiados rodeos: La histeria masculina nació con san Valentín. Estos melancólicos comenzaron a pintar las paredes con san Valentín como el símbolo del amor. Aseguran que el amor es un quimera.

Los mas románticos sostienen que san Valentín nace de la mitología escandinava, y postulan que nuestro héroe del amor, cansado de las relaciones terrenales y escapando de la urbe, se fue al mar, decidido a conquistar una hermosa sirena de piel morena y ojos de Dios. Algunos dicen que la conquistó y que vivieron felices, otros sostienen que se ahogó cuando ella los invitó a conocer a sus padres en las profundidades del mar.

sábado, 20 de marzo de 2010

Hay vientos

Hay vientos. Siempre hay vientos: los que aturden, los que calman, los que llevan cosas y los que traen, los que cantan en si bemol y los que desafinan sin vergüenza. Los que peinan y los que despeinan el tiempo.

Hay vientos ladrones, buscadores de oro. Cada otoño deambulan sin culpa, arrastrando los oros que los árboles no pueden retener.
Se llevan esas hojas doradas, que a veces juegan a ser alfombra de los transeúntes.
El viento se los roba y los junta. Hay quienes dicen, que los guardan para volver a desparramarlos, cuando los árboles de los otoños ya no estén para pintar el suelo. Hay otro que aseguran que se lo despilfarran entre mujeres y whisky.

Hay vientos más pícaros, perversos, que salen en verano a levantar cortos vestidos de hermosas mujeres y deleitarse con sus retorcidas intenciones. Estos son los vientos que corren las cortinas cuando la vecina se esta cambiando. Son vientos jóvenes llenos de vida y con la sexualidad en la mira.

Hay vientos mas crueles, que te abofetean las dos mejillas y de despeinan, a veces se complotan con arena para descargar su furia. Son vientos malvados, frustrado, casi siempre por un amor perdido o uno que nunca pudo ser.

También hay vientos soplones que dicen que los vientos huyen, vaya a saber de qué, quizá quieran escapar del mundo.
Lo que no saben entre otras cosas es que no sólo no podrán huir, tampoco saben que los vientos son inmortales, nadie aún, se ha animado a confesarlo.

Hay vientos dulces, con olor a miel, que te pegotean todo, como esos cachorros que te lamen hasta las botas. Esos que te van susurrando románticas historias al oído.

Están los vientos nostálgicos, que te inundan de recuerdos, recuerdos nuevos, porque los recuerdos siempre distan de lo qué fue.
Son vientos utópicos que quieren hacerte vivir vidas que no viviste, son vientos que te invitan a la inmortalidad.
Hay quienes los han seguidos por años pero la mayoría perdió el rastro o encontraron la muerte antes que la eternidad.

Siempre andan por ahí, los vientos de esperanza, los más añorados los que siempre eligen a los chicos y se escapan de los adultos por falta de sueños.
Ellos siempre andan corriendo, despacio, por las plazas disfrutando y envidiando la inocente sonrisa de los infantes.

A veces se quedan días enteros olvidando sus tareas y más de uno perdió su mujer por entretenerse allí.

Ellos aparecen en el vaivén de las hamacas, en el infinito descenso de un tobogán y los carruseles plagados de animales.

viernes, 19 de marzo de 2010

Cinco minutos

Me gustaba verla dormir. Pasaba largos ratos despierto, cuando ella dormía junto a su cuerpo inerte.
Dejando bailar mi imaginación, especulando sus sueños. Jugando con sus quimeras.
Sin proponérmelo se convirtió en un ritual, me despertaba un ratito antes que el mundo comience a girar. Sólo para contemplarla.

Cinco minutos antes que el despertador nos devuelva a la realidad yo estaba allí. Observándola, intenso.
Prendía un cigarrillo en ayunas, acompañado de las luces del alba y de un delicioso silencio que tanto disfrutaba.
¡Como disfrutaba de aquello! Era mi ritual, mi droga, mi guarida, mi refugio.
Era mi abrigo del mundo. Los disfrutaba, como un niño la hora de jugar.

Ella ya no está. Se fue. La rutina nos destruyó y nuestro amor envejeció antes que nosotros. Nuestras cosas en común eran cada vez menos comunes y el amor que con tanta dedicación habíamos construido se demolió: lento, despacio, dolorosamente.
Y se fue. Me dejó. Nos dejamos. Y cada uno siguió, como pudo. Yo malherido sin demasiadas fuerzas, pero con algunas. Las suficientes para seguir.

La volví a ver mucho tiempo después. De casualidad. Nos cruzamos y nos miramos a los ojos. Era la única forma de reconocernos. De reconocer. A lo ojos.
Ellos siempre están iguales, inmunes al paso del tiempo. Ella había sentido el paso del tiempo, yo lo había sufrido.
Pero los ojos no. Ellos siempre están allí. En el mismo lugar. Siempre están iguales hasta el último de los parpadeos.
Es lo que nunca cambia, lo que nos mantiene siendo diferentes pero iguales.
Cuando nos miramos nos reconocimos. En ese momento aunque sabía que era ella, supe que su sonrisa tampoco había cambiado. Esa sonrisa que no podría explicar, no porque no se pueda, simplemente porque carezco de la facultad de ponerla en palabras.
Lo cierto que su sonrisa no había cambiado. La mía, la mía no lo sé.

Y nos reímos y hablamos tanto que lo olvidé. Fueron algunos minutos de pura verborragía, de presente y pasado, no había mucho futuro para discutir.

Yo nunca le había contado de esos cinco minutos, y me pareció que era una buena ocasión, quizá la última y cuando se estaba yendo la tomé del brazo y le dije. Le narré lo que hacía cada mañana, cinco minutos antes que el reloj nos ponga en alerta. Le conté porque moría de ganas de saber su reacción, quizá era para conquistarla nuevamente, aunque sabía que no era por eso.

Ella sonrió, miró el suelo en un segundo que pareció mucho más y me dijo que ya sabía.
Que ella sabía que yo la miraba y le gustaba esa situación, que también la disfrutaba.
Nos reímos nuevamente y no dijimos más nada y cuando me estaba yendo, fue ella quien me tomó del brazo y me dijo que se levantaba 15 minutos antes, y me observaba durante diez minutos. Que volvía a la cama cuando me estaba despertando.

No pude contener la emoción, ni siquiera sabia si era cierto pero no pude contener, una risotada bochinchera, que llamó la atención de los que por ahí pasaban. Podrían haber sido lágrimas de mar, pero fue una sonrisa, de esas de verdad. Esas que revelan cosas, que ponen luz donde no la hay. Que muestran el alma. Así me sentí, riendo como un niño.

Ella también rió. No hubo más brazos, los dos nos dejamos ir. Pensaba que pensaba, que sentía de ese encuentro tan extraño, pero me quedé con lo que pensaba yo, con lo que sentía yo.
Y me fui, y se fue. Y nos fuimos.-

lunes, 8 de marzo de 2010

Sueño…s

Las hojas secas de los árboles se chocaban para mantener el equilibrio y así evitar caer, para no ser pisoteadas por los transeúntes.
El silencio se rendía ante aquel sonido de los pétalos, que parecía una voz susurrando secretos.
Más abajo las hojas que habían tenido otra suerte, las de caer, junto a los pastos más altos, bailaban al ritmo del viento omnipresente, era como una postal, móvil.
No se qué estación era, pero todo indicaba otoño, o no muy lejos de él.

Me encontraba en una Terminal solitaria, el sol se había fugado con demasiada prisa para intentar seguirlo, no quedaba otra que esperara que vuelva, dicen que siempre vuelve y yo estoy seguro que lo hará. Quedaba la noche y la soledad, ésta siempre es más violenta de noche, aprovechando que nadie puede verla, se alza con toda su bestialidad, pidiendo disculpas cada mañana.

Me encontré sentado en un banco de cemento, con una maleta. Estaba disfrutando de todo los ruidos que el silencio permitía.
Me fascinaba aquel baile alocado de los pastos, era marionetas del viento, perverso, que a veces los movía con dulzura otras con total brutalidad.

Estuve sentado un tiempo tan largo, como para perder todo tipo de deducción del espacio transcurrido.
No sabia cuanto tiempo había estado sentado allí, sin preguntarme que hacía, en aquel lugar. Sólo sé que cuando partí, el sol todavía no estaba de vuelta.

Entre las tantas cosas que no sabía, estaba enfocada en esa valija. No sabía si estaba huyendo o estaba buscando. Quizá eran ambas, pero eso me desorbitaba completamente.
Quise pensar para atrás una y otra vez y me encontraba con la nada. No recordaba, era como si de pronto me despertara en aquel lugar.

Ni siquiera sabía como vestía mi rostro, era como si mi mundo naciera allí. Sentado en alguna Terminal de algún lugar que ni remotamente reconocía. Como todo lo demás, aquella me era extraña. Sin ningún pasado, lleno de incertidumbres.

Tuve miedo, pensé que se trataba de un sueño. Quizás lo sea, tampoco he podido develarlo, pero mientras esto dure, sea o no un sueño, poca importancia tiene, que sentido tendría soñar de manera conciente. Básicamente ninguno.

Sólo quería saber que estaba pasando allí y entender. Saber quien soy, de donde vengo o adonde voy, especialmente lo primero.

Comencé a caminar la cuidad, al principio despacio como una tortuga, mirando a mi alrededor hambriento de curiosidad. Luego esa paciencia se vistió de desespero. No había nadie por ningún lugar, las casas estaban vacías, no había luz, no registraba nada. Mi paciencia se desmoronaba como un castillo de arena en el mar.

Me acordé de mi valija, la abrí. Había muchas hojas en blanco, una pluma, cigarrillos y algunos discos clásicos de todos los estilos. Revolví desesperado, no había otra cosa. No dirección, no identificación. Nada.
Nada que pudiera curar tantas dudas. Aquello era una sensación de vértigo, de locura. De un surrealismo surreal.

Cuando el cansancio venció mi desespero, vi a lo lejos un tipo que caminaba en dirección oeste a mi ubicación. Lo corrí, lo alcancé. Me miró. Lo miré. Sonreí. El seguí mirando fijo sin emitir movimientos, como una fotografía.
Era una persona entrada en años, con más canas de las que pudiera contar.
Le pregunté si me conocía. Me dijo que sí.

- Quien soy. Volví a preguntar, ya con una incipiente sonrisa trazándolo todo.

- No sé. Dijo, serio como embajador.

- Y por qué acaba decirme que me conoce. Pregunte con algo de violencia.

- Porque acabo de conocerlo, igual que usted a mi.

- Qué hago acá. Estoy perdido. Mi conciencia despertó en la Terminal y no sé que hago en este lugar.

- Usted esta haciendo lo mismo que yo, y lo mismo de todos aquellos que encuentre en esta cuidad. Persiguiendo su sueño.

- Y cuál es el mío. Dije absorto.

- Cómo saberlo, todavía no descubro el mío. Me han dicho que en las valijas está la respuesta.

- Pero allí sólo hay papeles en blanco.

- Es todo lo sé. Lo siento. Dijo, sin sentirlo.

Se fue, lo vi perderse en la nada, donde mis ojos ya no podían documentar.

Sigo sin entender, sin despertar y sin concebir que sucede acá.
Sólo estas hojas en blanco, que empiezo a escribir.

viernes, 26 de febrero de 2010

Soledad

Decidí sacar a pasear mis demonios. Sólo lo hago cunado me lo piden de rodillas y aunque el único arrodillado era yo, les concedí el placer. Al menos eso creyeron. Únicamente lo hacía para que sus gritos se mezclen con la urbanidad y poder olvidarme de ellos.

Allí me senté, a mirar como el viento decidía el destino de las hojas que caía de algunos árboles, deseando que también decida el mío, por mi parte ya estaba enervado de tratar de llevarlos por buen camino.

Era un tarde gris, siempre es gris cuando el sol se abriga de la noche, pero todavía la oscuridad estaba algo clara y se podía deleitar como los grises de mundo, hacían una elegante yunta con el mostaza del otoño que ya había pintado, no sólo los pétalos de la flora, también los abrigos de los transeúntes, que no sé si por una cuestión de moda vestían todos marrones, quizá sólo abrigos viejos cobijando cuerpos nuevos. Yo también buscaba un abrigo que acaricie mis huesos y los calmara de tanto temblar.

Estuve sentado algunas horas, en un banco de color verde, ahora se veía negro como todo lo demás. Estuve aquel tiempo sin notar que a varios cuerpos invisibles, en el mismo banco de la plaza, había una mujer.
La miré en repetidas ocasiones para destrozar con la hipótesis que mi imaginación se burlaba de mi. Pero no, lo comprobé, al menos en todas esas ocasiones ella seguía allí. Casi sin moverse.

Supongo que notó mis movimientos oculares hacia ella y me miró, lo hizo un poco asustada, tal vez con algo de curiosidad que un viejo de barbas largas y teñido de blanco mirara casi esquizofrénicamente.
Cuando las miradas se miraron, ella desgarró la suya sin compasión.
El silencio estaba de fiesta, mis demonios también. Siempre aparecen cuando los recuerdo.

Me acerqué, algo misterioso, ella no percató la cercanía de nuestros cuerpos. Le toqué el hombre lo más sutil que pude, pero ahora no recuerdo si fue sutil o violentamente.
Se dio vuelta como una hoja de un lector apasionado, y pude ver como la más pura de las tristezas, nadaba jubilosamente en ese par de mares azules que miraron con temor.
Estiró el cuello, al tiempo que su ceño se cruzaba de piernas. Sentí como sus músculos se contarían como lo hace una presa en peligro.

- Perdón, no quise asustarla. Me excusé.

- Esta bien. Dijo ella si mostrar interés. Pero sentí cómo esas ganas de hablarle, vestían igual que sus ganas de que le hablara.


- Estuve horas sentado acá y no noté su presencia.

- Si. Dijo ella, mirando hacia delante, convidando su perfil que parecía sólo una silueta, a contraluz de un faro que apenas convidaba luminosidad.

Nos quedamos callados un momento.. sólo fue un momento…

- Estaba enloqueciendo y salí a mirar el mundo. Dije como si ella hubiera preguntado.

- Tenés miedo a enloquecer. Preguntó.

- Un poco…

- Quizá enloquecer lo sane…

- De qué…

- De su soledad. Sentenció con tanta seguridad y determinación que no supe que decir…

- Y vos de que escapas…

- Yo no escapo..

- Y que hacés…

- Acá me ves, ahuyentando tu soledad… y la mía también.

Nos quedamos jugando con las palabras como dos niños lo hacen con juguetes nuevos, intensos, con ganas.
Cada tanto el silencio nos visitaba y nosotros disfrutábamos de su presencia entre algunas muecas de complicidad.

Ella dijo que se tenía que ir y se fue. La vi perderse entre la oscuridad algunos metros hacía el oeste. Yo después de comprobar que mis demonios estaban distraídos también me fui.

Vivir en un cuento

- Quisiera vivir en un cuento…

- ¿Vivir en un cuento…?

- Sí, en un cuento…

- Por qué alguien quisiera vivir allí…

- Porque estaríamos vivos cada vez que alguien nos lea.

- Buen punto, y si nadie nos lee…

- Eso sería una pena.

- Sería catastrófico, aparte debe ser incómodo andar por los renglones,no?. No habría mucha intimidad tampoco…

- Bueno al menos viviríamos una vez, y podríamos hacerlo varias veces más.

- Pero también eso tiene un pequeño problema…

- Cuál?

- Viviríamos siempre la misma vida.

- Bueno, pero si es un cuento feliz, sería bueno revivirlo.

- La felicidad eterna debe ser algo frustrante, no te parece. Y si en vez de ser una historia feliz fuera triste, si el escritor es un dramático, melancólico y nos hace vivir una vida de mierda. Imagínate vivirla muchas veces. No es buena idea.

- Puede ser, pero en el proceso de formar los personajes, tendríamos cambios permanentes. Tendríamos varios nombres y vidas incomparables. Hasta que encuentre su mejor historia..

- Quizá su mejor historia no sea la mejor. Si es un tipo que escribe de terror o policiales, yo le tengo miedo al miedo

-
- Entonces serías un buen personaje para ese tipo de cuentos. Cuentos de terror necesita gente con miedo…

- Si pero recuerda que tu no puedes definir nada en el cuento.

- Y si el cuento fuera esto, discutir sobre vivir en un cuento…

- Vos estás diciendo que esto es un cuento…

- Por qué no, acaso vos me ves, sabes mi nombre o de donde salí…

- Claro, que se quién sos… sos… me está dando miedo… no te puedo ver… no se quién sos…

- Creo que es un cuento… sobre una conversación, estoy casi seguro…

-
- Sería un cuento muy aburrido…

- Te parece aburrida esta conversación…

- No..

- Entonces…

- Sigo pensando igual, si esto fuera un cuento yo no lo leería o ya lo habría abandonado.

- Quizá después mejora… tiene un buen final…

- En caso de ser un cuento, vos sos el que esta loco…

- Quizá pasen cosas, sospecho que están probando con nosotros.

- Probando que…

- Si somos buenos para ese papel…

- Yo tengo en numero de un buen psiquiatra lo querés…

- No no, quizá seamos futuros personajes de una buena historia….

-
- Quizá nos mate, nos matemos entre nosotros que sería peor, sobre todo si el que muere soy yo, ya te dije que soy miedoso..

- Tal vez, pero hay algo seguro..

- Qué..

- Que ahora estamos vivis…

- Cómo..

- Estamos vivos en este cuento…

viernes, 12 de febrero de 2010

La sonrisa de la Lola Lisa

Lola tenía una sonrisa tan fea, que todos sus conocidos evitaban cualquier comentario que pudiera hacerle gracia.

La primera vez que Ramón se encontró, sin previo aviso con aquella mueca de felicidad, perdió todo tipo de fe y se alistó a la filosofía nietzscheniana de que Dios había muerto.
No podía creer que una sonrisa despertara tanta incomodidad, la risa es contagiosa pero todos los que conocían a Lola Lisa, sabían que era la mas fehaciente prueba de la excepción.

O dios lo hizo a propósito o murió en el intento de hacerla con gracia. Siguió pensando ramón. Rápidamente le contó una triste historia de amor, desgarrando aquella contracción muscular. Respiró tranquilo.

Hay que decir que Lola es bien parecida, bien parecida a un ser extraño, pero no podría decir que es fea, mucho menos si omitimos mirarle la expresión.
Me animaría decir que cuando no ríe es hermosa, cualquiera caería a sus brazos sin pensarlo demasiado, incluso entre sus piernas con distinguido placer. Pero cuando alguna sonrisa asomaba por su semblante, todo su encanto huye como preso de un miedo fóbico.

Generalmente sus amoríos navegaban entre tipos depresivos y de poco o nulo sentido del humor.
Incluso sostuvo un romance con el ciego Travini. Este era ciego, pero no sordo y el sonido de su carcajada era tan espantoso como verla. Una noche escuchando al Negro Dolina, estalló en una risatoda que Travini agradeció su ceguera por primera vez en su vida y entendió cuando sus amigos le decían: “Que Dios te siga ocultando la mirada”.

Lola lisa, descubrió este hecho entrada en años, cuando una jubilosa mueca de alegría fue devuelta por un ventanal. Tardó dos horas en darse cuenta que era ella la dueña de tal gesto, de esas dos horas, una hora y 45 minutos, se debían a lo que veía, triste fue cuando se supo propia.
Allí entre lagrimas y algunos recelos, entendió porque sus padres se rehusaban a poner espejos en al casa y tenían un pésimo sentido de humor. Nunca reían en esa casa, supo decirle a su analista.

Sus amigos raras veces la invitaban a las fiestas pero era numero puesto para los velorios, era la primera en ser llamada aun si el difunto era totalmente ajena a ella.
Es más, de los pueblos allegados la venían a buscar para que ría y así que los niños paren de reír.
En su día de comunión , el padre Laureano Blades, se negó a darle la hostia cuando la vio sonreír, alegando que era la sonrisa de Satanás. Quizá no era para tanto, pobre Satanás.

Lolita había sido castigada por la naturaleza y sin embargo siguió adelante, sobretodo cuando reía, sus amigos la mandaban a la primera fila del cine, si se trataba de una comedía, aunque raras veces la llevaban y la sentaban al lado si el film era un drama.

Lisa entendió el juego, y dejó de reír en público, o ponía sus dos manos y a veces una de sus piernas para tapar su triste mueca.
Si la carcajada era insostenible, se iba al baño y cuando si se encontraba cerca del interruptor apagaba la luz.
También se supo vengar de sus compañeros de colegio que se burlaban de ella y les aprecia en las noches con su mejor sonrisa, o los perseguía por las oscuridades riendo sin parar.

Lola entendió el juego y de tanto ser sometida a momentos de poca alegría, se convirtió en una renombrada dramaturga de su época. Realizando innumerables obras de teatro y películas de gran calidad.
Lola siguió con su vida, de manera muy normal y aunque su risa siempre fue espantosa supo vivir con ella, reía en soledad

Días extraños

Hoy es uno de esos días. Llámale como quieras: tristes, nostálgicos, melancólicos. Yo los nombré: “esos días”, o “días extraños”.

Esos, que el mundo se encuentra tan raro que es mejor perderlos, ir a contramano.
Esos, que el mundo está distante y es mejor dejarlos antes, que se acostumbren a tu olor.
Hoy es de esos días, que me siento incómodo como un pez en una pecera, como una flor sin primavera.

Hoy me encontré con una foto de ataño, con una imagen mía, pero de otro tipo sin esta triste compañía.
Más joven, más brillante, más soñador. Uno que había olvidado en el trajín de recordar.

Vestía un guardapolvo blanco y zapatos de charol, tiene en su bolsillo un hoyo, y es quizá por ese pozo, que derrochó algunas risas que tan bien me vestirían hoy.

Hoy estoy así, tan ausente, que me enojo con el tiempo por no saber esperar, por llevarse tanta gente, tiempos que deberían ser para siempre, aunque confieso que algunos ha sabido convidar.

Hoy es uno de esos días, que el mundo es tan extraño que me pierdo de pensarlo y ni el espejo me hace un guiño de realidad.

Es tan raro como entender que la soledad nunca esta sola, porque hay más solos que convidados y hoy estoy así, con la soledad abrazando mi brazo riendo con mi sombra de mi pensar.

El tiempo va pasando y aquel de la foto no tenía idea que pasaría tan rápido y que yo escribiría que lo vi tan risueño, algunos años después.
Que dirá el que escribe, años después, cuando el que escribe sea otro, vaya a saber quién.
Tendrá días extraños o extrañara los días como hoy, quién sabe, cómo saberlo y para qué.

Hoy estoy así, apagado como los colores en otoño, como un traje sin su moño.
Me sigo preguntando que pensará el de la foto en aquel momento, con su guardapolvo blanco y sus sueños de papel, sueños que el tiempo bien supo esconder en mi cien.

Hoy estoy así, raro, incómodo en mi zapatos, en esta prisión que no me deja salir. Quizá no haya que salir, sino entrar y buscar, revolver, encontrar. Quién sabe, no siempre es hoy y mañana será ayer.

Confieso que hoy escribo para dormir y duermo para soñar.
Espero que me encuentre soñando cuando vuelva a despertar.

Los buscadores de conversaciones (I)

Los buscadores de conversaciones son tipos comunes y corrientes, se los puede encontrar fácilmente en los ascensores, en los colectivos y especialmente en las salas de espera de cualquier consultorio.
Tipos que tienen un talento innato de armar en minutos, conversaciones de las más agudas, con personas que probablemente nunca volverán a ver.

Lisandro Preludi era uno de ellos, un espécimen socialmente retraído. Siempre se hallaba incómodo en todos los espacios sociales. Pasó desapercibido en el colegio, en el trabajo, incluso en su familia.
Le daba grandes dolores de cabeza estar en lugares públicos y por esa razón siempre los abandonaba. Sin embargo, tenía una habilidad enorme para las diálogos en los ascensores, en dos pisos de viaje podía sacar confesiones de toda índole. Empezaba siempre por el tiempo y terminaba en cualquier lugar aunque pocas veces donde quería, ya que cualquier lugar estaba lejos de su casa, que a decir verdad, nunca supo cual era.
Descubrió esta capacidad una tarde de verano que se quedó atascado con una hermosa señorita, mientras visitaba a un amigo. El viajaba hasta el piso cinco, ella… nunca lo supo.
El ascensor estuvo varado ocho días. Recién al cuarto se animó a decir algo: “me parece que nos quedamos atascados , no?”, sin pensar en lo que decía y sin saber las consecuencias que estas palabras tendrían en aquella mujer que, para esa altura pensaba que Lisandro era mudo. Después de esas azarosas palabras la mujer estalló en una risa que duro algo así como 24 hs. Ese acontecimiento fue lo que lo llevó a encontrar su vocación: “buscador de conversaciones en los ascensores”.
Los cuatro días que le siguieron, los dos parlaron y parlaron sin darse respiro. A tal punto, que ninguno se quería bajar del ascensor y fue una carta a documento por parte del juez lo que los obligó a descender.
Sin embargo, desde aquella vez él nunca se animó a hablarle y relación sólo se desarrollaba cuando coincidían en un ascensor, algo que nunca volvió a suceder, aunque él la sigue buscando en cada elevador de la cuidad.
Abusando de esta capacidad y sabiendo que sus mejores momentos los había pasado en ese estrecho reducto que sube y baja, Lisandro abandonó su casa que nunca encontraba y comenzó una venturosa vida de bohemia, de pura bohemia. Iba de ascensor en ascensor tejiendo las más despeluznantes conversaciones con personas que veía por primera y última, sabiendo en su interior, que su única razón era encontrar aquella bella mujer.

Algo parecido ocurrió con Javier Cuello, un abogado de poca monta que, a falta de auto viajaba a su trabajo en colectivo. Advirtiendo su capacidad para entablar extrañas charlas con sus compañeros de viaje, decidió mudarse lo más lejos posible de su trabajo y así, dedicar más tiempo a viajar y a conversar con extraños.
Se mudó a unas desérticas punas, a ocho horas de su trabajo. Tenía ocho de ida, ocho de vuelta y ocho de laburo. No era un capo en las matemáticas, pero al mes y medio advirtió que así se le pasaban las 24 horas de día, lo cual le daba una satisfacción enorme.

Vendió su casa y pasaba su vida en los colectivos. Cuando se aburrió de contar su historia comenzó a inventar vidas que nunca vivió y siempre anhelo.
A veces era un ingeniero, otras un matemático, a veces simulaba ser un buscavidas, lo único que nunca cambiaba era su nombre, vaya a saber por qué.

Roberto Aramandi también tenía su historia. Era un tipo retraído que encontró en la sala de espera de un hospital sus momentos sociales mas placenteros.
La primera vez llegó al consultorio fue por un chequeo de rutina, después de esperar 34 horas para ser atendido, había llegado un día antes, charló con centenares de personas, había hablado en aquel día y medio, más que en toda su vida.
Velozmente, comenzó a visitar a su doctor a diario con alguna excusa diferente. Su médico pensaba que se trataba de algún tipo de hipocondría avanzada, entonces lo dejaba.
Al poco tiempo Roberto descubrió, que sus finanzas tomaban colores rojos y su obra social le había cortado todos los servicios, para entonces sólo iba a las salas de espera a esperar sublimes conversaciones.

domingo, 7 de febrero de 2010

Los barrabravas intelectuales

Desde algunas décadas a esta fecha el lenguaje de los simpatizantes de fútbol se ha ido pauperizando a tal punto, que un puñado de alevosas manifestaciones verbales, son suficiente para abrigarse en ese rotulo de “barrabravas”.
Pero hubo un tiempo pasado en el cual ser “barrabrava” de cualquier equipo de fútbol, demandaba un leudante conocimiento del lenguaje y se debía pasar por ciertos lugares para acceder a él, uno de ellos era la educación. Había que ser Ingeniero en insulto, para gritarle al arbitro, licenciado en metáforas, para chillarle a un rival, algún Doctorado en pasión para saber gritar cuando el equipo perdía.

Estos tiempo tuvieron sus orígenes en la década del 70. en diferentes bares de la boca, en el barrio de San Telmo, tenían lugar, largas tertulias para estar acorde a lo que sucedía dentro del campo de juego.

La primer congregación de intelectuales de barrabravas tuvo lugar en el bar de la boca: “Fulbense”.
Allí representantes de los más importantes equipos de la primera división, discutieron por varios días sellando las bases para intelectualizar los insultos e inversamente a lo que sucede hoy en día, era el humor y la elegancia de la puteada lo que lograba que una hinchada cobre popularidad.
Se cuenta por los angostos pasillos que las hinchadas más numerosas que hoy conocemos estaban más ligada a la admiración que los barrabravas despertaban desde la tribuna, que al equipo desde la cancha.

Así fue como en la década del 70 el glorioso River Plate comenzó a generar adeptos que seguían los pasos del gran Osvaldo Partussi, un plomero del barrio de la paternal, quién fuera uno de los pioneros en esta nueva corriente.

- No podemos seguir puteando de arriba abajo a nuestros muchachos y tampoco a los rivales, tenemos que encontrar la palabra justa para no vulgarizar este hermoso deporte”. Así fue como se abrió esta congregación a la cual todos los presentes respondieron:
- Y eso cómo sería.
- Lo primero que vamos hacer es comprar un diccionario para cada uno, en el partido clásico entre platense y Argentinos Juniors había una bandera que decía: “bamos el calamar”, lo primero es poner atención a la ortografía de las banderas.
- Sobre todo en la ortografía. Deslizó a modo de chiste el caudillo de la Academia Racing Club.

Después de este comentario, fue suspendidos por la autoridades del gremio, a la imposibilidad de comprar el gráfico cada vez que su equipo salga en la portada por el resto de la temporada.


- No más: puto, cagón, pecho frío…. Desde ahora cada vez que un jugador esté por debajo de su rendimiento cantaremos “ Qué pasó qué pasó que el invierno te llegó”.

Así comenzó a gestarse esta corriente de los nuevos simpatizantes de fútbol. Abordaron a dictarse talleres de historia, literatura y poesía con el fin de perfeccionar las sensaciones tanto alegres como afligidas.
“Sos más triste Baudelaire”, decían cuando un jugador erraba un gol bajo del arco, y “Mira a los costados Don Juan”, cuando alguno se engolosinaba con el esférico y no lo pasaba a sus compañeros.

Se dejó de robar melodías populares para cantar y se formó un conservatorio de música donde los seguidores debían acudir para formar parte de los cánticos, debían aprobar la cátedra de “canciones de fútbol” para ser músico oficial de cualquier club.
Esto entusiasmó atrozmente a las hinchadas, que rápidamente comenzaron a incluir violines, pianos de cola, contrabajos, bandoneones, bombardinos.
El problema estaba en los pianistas y contrabajistas para acceder a los estadios, especialmente cuando iban de visitante. Germán Viola quién era el pianista de los triperos plantense siempre llegaba cuando el partido finalizaba.

Las hinchadas velozmente dejaron de costarse de forma clandestina y desde la producción de su propia música bajo el sello discográfico “Cánticos de potrero”, llegaron a ser disco de oro en cuestión de semanas.
Esto fue sin dudas una gran influencia para las hinchadas europeas que apenas emitían algún sonido cuando su equipo marcaba un gol.

El mercado de pases también tuvo cambios radicales, ya los europeos dejaron de interesarse en nuestros futbolistas y ahora querían llevarse a los barrabravas , entendiendo que esta atracción llevaría más gente a las canchas.
El Milán de la rica Italia, contrató a la dupla compositora del Club Sarmiento despilfarrando así, las finanzas del club que rápidamente perdieron varias categorías.
Ante estos hechos la dupla inspiró el himno del club, una canción protegida por un ritmo de jazz que el propio Django" Reinhardt hubiese querido componer, la canción decía así: “ Jugadores jugadores no importa las categorías que pierdan…. Jugadores jugadores los alentaremos hasta que desaparezcan”.
Y así fue al cabo de cuatro años desde su llegada, el equipo desapareció y la gente sólo iba a la cancha a escuchar a esta dupla de cantautores.

Pero cómo dije al principio, hace algunas décadas nuestro lenguaje en el fútbol ha caído a profundidades enormes y esto se generó con la subida al poder del último golpe de Estado por allá, en el año 1976. Desde allí a esta parte todo ha decaído.

Estos malandras despotricadores de cultura, comenzaron a prohibir cantos alegando que eran subversivos, todo lo que no entendían lo prohibían y no pode entender los cantos fue suficiente no sólo para impedirlos sino también para perseguir gente al punto que, la mayoría de esa camada tuvo que exiliarse en el extranjero para conservar su vida.
Los militares tomaron los centro y talleres de escritura, cerraron el conservatorio y así comenzó una nueva generación de simpatizantes de fútbol.

Sin embargo, algunos de ellos pudieron gambetear el exilio con la misma habilidad que tantas veces se le vio al loco Houseman. Siguieron militando los bares de San Telmo y los potreros de barrios fomentando la intelectualidad del juego.
Algunos se pueden escuchar en las radios a altas horas de la noche, o en algún café de la esquina.
No se los ve en los programas de fútbol, tampoco comentando partidos, pero ellos siempre estarán dando vueltas por ahí, alentando y alimentado esa cultura de los “barrabravas intelectuales”.-

miércoles, 3 de febrero de 2010

Diez años después

Tenía pensado emprender este relato con estas palabras: “ Esta historia de amor comenzó…”. Pero rápidamente advertí que no había ninguna historia, mucho menos de amor.
Aún ahora sigo sin saber cómo llamarle, es por eso que esa tarea la dejo para quién lea hasta el final.

Pasaron diez años de la primera vez que la ví. Era un día de invierno, salvaje invierno sureño, el frió rechinaba los huesos y yo me encontraba dando vueltas por lugares que hoy no recuerdo, tan borrosos son esos recuerdos que tampoco tengo certezas que haya sido un invierno, mucho menos que el frió estuviese rugiendo.
Mi recuerdo sólo hizo foco en su sonrisa y es ella, su sonrisa, la que me trajo hasta acá.

La conocí días mas tarde, fue un cumpleaños, esos de 15. Yo caí un poco de casualidad y otro tanto por un amigo la cuál le insistí excesivamente que me llevara. Sabía que ella estaba allí y allí estaba, intensa como un óleo sin secar.
Cuando la ví, una exilia sensación me bailaba un tango. Estaba inquieto como un gato bajo la lluvia, como el primer día de un preso.
Allí estaba su sonrisa, dibujando la mía. No recuerdo su voz, mucho menos que vestía. Cruzamos algunas palabras hasta que, mi silenciosa estupidez tomó las riendas y no me abandonó hasta que la despedida nos despidió.
Casi sin palabras, nos echamos con un tibio adiós. Aunque lo disimulaba muy bien, añoraba volver a verla, ella no lo sé.
Diez años después supe que deseaba que la sacara a bailar, yo me sigo preguntando por qué.

Nos volvimos a cruzar, diez años después de aquel encuentro y aquellas ganas que ahogué con mis propias manos hoy salieron a vengarse, esas mismas ganas las que escriben lo que escribo.
No voy a mentir, no me había olvidado de ella pero tampoco la recordaba.
Esta vez hablamos más de la cuenta, y ahora alguien tiene que pagar. Pactamos saldar nuestras deudas, las mías estaban en números rojos, las de ella, tampoco las sé.
Los dos sabíamos, aunque lo habíamos olvidado que teníamos algo pendiente, sacarnos a bailar. y si bien el tiempo desfiló con la misma velocidad de siempre, reconozco que pareció ir más rápido de lo que yo pude contar.

Quizá ahora sea tarde, tengo crecidas sospechas que, es mucho peor que eso, pro aún así hicimos un pacto, un pacto de caballeros diría Joaquín, pero éste, era entre ella y yo, yo y ella y confieso que cada vez que escribo ella y yo o yo y ella enciendo un cigarrillo.
Diez años después de esta historia sin historia nos encontrará bailando un tango, y esa imagen me resulta encantadora. Después de tanto tiempo sigo sabiendo lo mismo de ella que sabía en aquel momento, que tiene una sonrisa hermosa y sigue tan radiante como antaño.

Hay algo que ella no sabe y quizá nunca lo sabrá, el día que casi nos conocimos, me bastó para escribirle una carta. Una carta de amor a puño y letra, otra vez hablé de amor antes de tiempo, y la verdad que poco sé yo de aquello, pero de las palabras que tengo en la mano es la que mejor calza esa sansación.
Esa carta nunca le llegó, yo nunca volví a verla, tampoco su carta. No puedo decir que no lo intenté, aunque ese intento no haya salido ileso.
Averigüe su dirección gracias al mismo amigo que me llevó a al fiesta y aunque ella sigue sin saberlo llegué hasta su casa.
Hallé en un barrio prolijo una casa de dos pisos con un elegante tejado y unas rejas que yacían de guardián de un bello jardín.
Allí me detuve, casi enfrente, casi escondido preguntándome que hacía allí, pero esa respuesta no convidaba dudas, era jugar a jugarse, algo que por aquellos tiempos me acuñaba mejor.
Pero esa estupidez que cada tanto me visita, especialmente cuando menos disfruto de su compañía, llegó para dejarme inmóvil como un árbol viejo.
Estaba enfrente de su casa, con su carta en la mano convenciéndome de ir a golpear su puerta.
Me encantaría decir que amontoné coraje y fui directo a su portón, sin embrago la realidad dista mucho de eso.simplemente me fui, terminé vencido y huyendo a lugares más seguros, mas aburridos.
La carta se perdió tiempo después y con ella mis quimeras de adoquín.

Diez años después sólo tengo esos recuerdos, memorias que miró con recelo, no hay nada más ficcional que los recuerdos. Recordamos lo que inventamos y muchas veces suelen ser tan ilusos como esta pila de palabras.

Tampoco puedo decir que la busqué, no sabía cómo y aunque sabía su dirección, la olvidé entre algunas copas de más.

No se cómo terminará esta historia, quizá nunca comience , lo que si tengo seguro, nos encontrará en algún próximo otoño yendo a una milonga a reír con los cuerpos y hablar hasta enmudecer.

lunes, 1 de febrero de 2010

La risa se fue

Había desaparecido, los ciudadanos de Villa Monte habían perdido la risa con la misma facilidad que un ciego pierde el rumbo. Si presentar batalla y tomándoselo con poco humor y sin hielo.

Varios días pasaron de la última risa que fue despojada de los labios de Octavio Paz con algo de desprecio, como si supiera que esa mueca fuera la previa a su extinción. Quizá él lo sabía, quizá no.
Lo cierto que a los poco días nueve patrulleros rodearon la casa de payaso Paz al grito de…

“Lo tenemos rodeado Paz, salga que tenemos que hablar con usted y no ande con payasadas que justamente el problema es la risa (…) y todos sabemos que usted fue el último en reír”.-


A los cinco segundos, con los pantalones a la altura del pecho y unas medias a tres colores que llegaban a las orillas de unas indescriptibles rodillas huesudas, confirmaron lo que se sospechaba, la risa había desaparecido. Hasta el depresivo Gonzáles que andaba por ahí se arrimó al oír tanto alboroto: “ Si… si… si me hubiese reído… si… si…” repetía una y otra vez mientras se alejaba con un semblante pensativo haciendo dos pasos con el pie derecho antes de apoyar el izquierdo.

- Qué yo qué. Dijo Paz con el acento atrasado, como tartamudeando. Las dos botellas que traía de whisky, una en cada mano, confirmaban lo que todos pensaban, el olor complacía hasta los no videntes: Estaba tremendamente borracho. Aun así no reía.
- Ya escuchó, no se haga el boludo. Díganos donde está al risa, porque desde que usted la ha destituido de sus labios sin piedad alguna, ha desaparecido.
- Qué qué….. ustedes están locos. Cómo saber dónde está risa.
- O habla o lo llevamos al calabozo, caramba. Se puso firme el comisario.
- Está bien, está bien. Balbuceó asustado, pensando que la amenaza era real. – Se la llevó la loca María Gómez, a la rastra. Dijo al tiempo que se empinaba las dos botellas de chivas.

Los patrulleros cambiaron el rumbo, la investigación seguiría su camino al geriátrico: “Duerma con paz…. O duerma solo ji ji ji”. Cunado llegaron el miedo cautivó aún mas a los pávidos uniformados, el “ji ji ji” había desaparecido.

El mediador Ernesto Lopito, entró buscando a la loca Gómez y Allí la encontró, hamacándose en una silla mientras tejía una carpeta al crochet.

- Dígame madame, me ha llegado un rumor que usted se llevó a la rastra la sonrisa del payaso paz, y quiero comunicarle que es la última que vez que alguien sonrió. Usted… Sabe algo?
- Nadie sabe donde está la risa. dijo sin levantar la vista de sus agujas.
- …. Pero…
- Pero nada! La vieja levantó la vista con un misterio abrumador. pero sabe qué… nadie también ha desaparecido.
Cuando quiso reír, supo que ese uniformado no era un loco como ella y la desaparición de la risa era real.


Una semana sin noticias de la risa y la gente comenzó a impacientarse, los amoríos emprendían un sinuoso camino a la expiración y las amistades cambiaron su nombre por enemistades.

Los primero en poner la discusión sobre el tapete fueron los payasos del circo,desesperados por la necesidad de encontrar una sonrisa. Ni siquiera los niños, que miraban a los payasos con cierto temor, incluso uno de ellos se desvaneció en sollozos alegando el pánico que esos pintados le producían.

Lo únicos que disfrutaban de la situación era los melancólicos, capaban las calles mirando miradas, con aires de soberbia y pancartas que decían “ Ahora rían putos, rían”. Nunca se los vio tan eufóricos.
El pueblo no era ni una sombra de lo que fue y los carnavales cambiaron su musicalización de ritmos candomberos por tristes baladas británicas.

Nadie no aparecía y la risa tampoco, no faltó algún descocado que culpó a tanguero Hugo Díaz de ahuyentar la sonrisa cuando vino al pueblo a entonar su nostálgica armónica.
Otros sospechan de que Luisina Lobos, una ricachona y solitaria mujer, la tiene secuestrada en el sótano y disfruta de ella en soledad.

Hay quienes afirman que las viejas coquetas del pueblo la han ahuyentado a escobazos e incluso que la han matado porque ella es la gran responsable de la vejez. “ la risa es la culpable de las arrugas” sabían decir.

Han pasado algunos años y la risa no ha vuelto a trepar ningún rostro.
Algunos se han mudado, otros han aprendido a vivir sin ella, todos siguen esperando encontrarla cualquier mañana venidera.

sábado, 16 de enero de 2010

La tapa del inodoro

No tardó mucho en promulgarse la ley. Fue un trámite. La muerte de Ricardo López en el baño de Doña Mercedes así lo quiso. No quiero decir que el baño haya querido, dudo ferozmente de tal posibilidad, en especial por la función que un baño tiene: satisfacción. Me refiero a lo acontecido en el baño, una noche de frió invierno que concluyó con la muerte del viejo López.

En un intento de evitar orinar la tapa del inodoro de Doña Mercedita, el viejo trastabillo dando su cabeza contra una sopapa mal ubicada produciendo la muerte en el acto.

Ricky era manco y también le faltaba una mano, con lo cual orinar en baños ajenos era una ardua tarea. Cuando entró al baño con el apuro que produce ingerir seis botellas de cerveza, supo que no sería fácil, la tapa de inodoro era de esas que no quedan paradas.
Esas que comienzan a caer cada vez que uno las levanta. No había tiempo para pensar, había que definir la situación rápidamente.
Entre el apuro y el insumo de alcohol, Ricardo, levantó su pierna derecha a la altura de la mochila del baño a fin de mantener la tapa arriba mientras que con su única mano intentaba orinar por debajo de la pierna levantada, se le escapó una sonrisa de la imagen que le devolvía un espejo a su costado derecho. Todo aprecia placentero, pero después de 45 minutos en esa posición, comenzó a perder equilibrio cayendo contra una sopapa que acabo con su vida.

Este hecho produjo la irritación de la “Asociación contra las tapas de inodoro que no se quedan levantadas”, días después de lo ocurrido un grupo de ellos se manifestó frente a las autoridades al canto de “Tapas corredizas… tapas corredizas….”.
A los pocos minutos se unieron asociaciones feministas hartas de ser victimas de tapas de inodoros salpicadas.

Rápidamente en una asamblea que duró pocos minutos, se concluyó la siguiente ley.

Ley Nº: 5263: Tapas de inodoro.
Artículo 1: Se prohíbe vender inodoros con tapas que no se queden paradas contra l mochila del baño”.

Artículo 2: Se prohíbe seguir vendiendo inodoros que no cumplan con el Artículo 1.

Artículo 3: Es obligación de la siguiente ley leer los Artículos 1 y 2. De ser posible en ese orden.

Artículo 4: En construcción.


Al mismo tiempo, las autoridades prepararon algunas recomendaciones para evitar problemas hasta que la ley entrara en vigencia.

La municipalidad de la cuidad, recomienda algunos ítems a tener en cuenta a fin e evitar cualquier inconveniente en el baño.

1. Evite orinar si su miembro padece una erección. Cúrela.
2. En caso de sufrir de parkinson, utilice su mano más afectada y goce plenamente.
3. Si usted no cuenta con ningún brazo, siéntese. Es altamente recomendable, también lo es en la primera orina de la mañana, siéntese. Meé sentado es genial.
4. evite, en lo posible, jugar con el chorro de orina, sorteé hacer esos “ta-te.ti” imaginarios por todo el inodoro.
5. Si esta bajo los efectos del alcohol, evada dormirse antes de orinar especialmente si se encuentra en la casa de su amante, como le paso al viejo López
6. No sacuda su miembro violentamente, y evada hacerlo más de tres veces. Sabemos lo que sucede.


Al parecer y según cifras de auditorias privadas, el baño es uno de los máximos responsables en los problemas de pareja.

Según el I.N.E.A.B. (Instituto Nacional de Estadísticas de Accidentes en el Baño), el 85% de parejas llegan a su fin por dos problemas relacionados con el inodoro del baño: 1: Salpicar la tapa. 2: No tirar la cadena después de hacer pis.

viernes, 15 de enero de 2010

La soledad de los arqueros

No hay peor soledad que la de un arquero. Quién podría dudar. Es tan cruel que sus propios compañeros intentan estar lo más lejos posible de él.

Algunos acontecimientos llevaron a la FIFA a buscar soluciones a las necesidad de darles compañía a los pobres guardametas que se pasan los 90 minutos en la más pura soledad.
Sin ir mas lejos es el único jugador que tiene la camiseta distinta a sus compañeros y salvo contadas excepciones, nadie les convida un abrazo cuando hay festejo de gol.

El guardameta y filosofo del Deportivo Tequila lo dejo más que claro “Para ser un buen portero hay que ser esquizofrénico”. Disparó en una rueda de prensa el día que anuncio su retiro. Según trascendió veía gente.

Ya a mediados de los años 80, algunos arqueros confesaban las secuelas psíquicas de tanta soledad. Algunos de ellos llegaron a perder el habla.
Hugo Humberto Galmarin después de años de diván confesó “Nunca quise ser arquero pero fue mi destino” al tiempo que sus ojos se arrastraron algo tímidos hasta su manos. Eran tan grandes que no entraban en ningún bolsillo.
“Manos transgénicas”, se burlaban los intelectuales de la barrabrava leprosa cada vez que se enfrentaban en el clásico rosarino.

Comenzaba la década del 90 y la FIFA tomó una medida, arrinconando aún más a los porteros a la más pura de las soledades. Los burgueses con el fin de darle dinamismo al juego, prohibieron a los goleros tomar la pelota con la mano cuando era un pase de algún compañero.
Sin embargo, la poca claridad de la ley y la falta de lectura tuvo interpretaciones disímiles.
El caso más controversial se dio en la liga de “E”, del fútbol argentino. Entendieron que el aquero ya no podía usar más las manos, algunas esposas pusieron el grito en el cielo y en las emisoras radiales, quejándose que sus maridos (arqueros) ya no lavaban ni los platos. Terminó transformándose en el año con mejor promedio de gol de la historia del fútbol mundial. 18 goles por partido. Rápidamente esto llamó la atención de los oportunistas del viejo continente, ocasionando el mayor éxodo de delanteros a Europa. Los resultados fueron lamentables, especialmente cuando éstos vieron que los arqueros usaban las manos.
Rogelio Díaz había anotado 146 goles en 28 partidos, sus numero no fueron los mismos cuando por la cifra record de 5 pelotas y dos conos fue transferido a la Roma de Italia, Allí anotó 1 gol en 300 partidos.
Otros países de África como: Ghana y Costa de Marfil, directamente eliminaron los arqueros y posteriormente los arcos, dándole nacimiento a lo que años más tarde llamaríamos: “la mariadita”.
Este atropello no hizo más que alejar a los arqueros de sus compañeros. Luís Garito, volante central del Deportivo Armenio confesó entre copas desconocer el nombre de su guardapalos.

“No les alcanza con darnos camisetas ridículas y distintas a nuestros camaradas de equipo”. Decía un pasaje del comunicado de prensa emitido por el gremio de porteros en soledad, después del suicidio de Juan Perota, guardameta del Chievo Verona.

Corría el año 1994, luego de la copa del mundo disputada en los EE.UU. algunos acontecimientos comenzaron a marcar un antes y un después en el rol de los guardavallas.
El primer episodio que despertó la atención de los especialistas, tuvo lugar el 15 de noviembre. Deportivo Luz del sur disputaba el clásico barrial frente a Deportivo Apagón. Se jugaba allí, mucho más que un campeonato, era el honor, la tranquilidad de seis meses. El que perdía era sometido a una tortura china.
Promediaba el segundo suplementario, se habían disputado más de 100 minutos de un paupérrimo nivel de juego, y era cantado que se definiría en el punto del penal. Pero esto no fue así, en un acto de extrema melancolía el Gallego Rivera, arquero del Deportivo Apagón, corrió los 105 metros que lo separaban de su colega en tiempo record. 7.56 segundos. Batiendo así, la marca de los 100 metros llanos. Cuando llegó se le tiró encima en un abrazo colosal. Estimaba más aquel desconocido que a sus compañeros de equipo.

- ¿Qué haces? Murmuró Del Río, algo sorprendido.
- Nada... sólo quería ahuyentar la soledad. Confesó entre sollozos.

Pese al acto de extrema emotividad y naturalidad, los hinchas del Apagón no lo tomaron con mucha gracia, fundamentalmente porque durante ese lapso de tiempo, El Deportivo Luz del Sur concretó el gol de la victoria.
La crueldad los llevó a la indiferencia total, al punto que el Gallego pensaba haber perdido su capacidad de oír. Nadie le hablaba.

Sin embargo, éste acto vanguardista fue tomando como un caso de inflexión sobre sus colegas que, emprendieron diferentes actos para soportar la soledad. Algunos llevaban libros y leían al punto que varios de ellos se doctoraron en leyes y medicina. Otros llevaban rompecabezas y juegos de ingenios, los más locos llevaban sus amigos imaginarios, intentando de alguna manera alivianar tanto aislamiento.
Algunos no pudieron escapar a las peores consecuencias, perdiendo el habla totalmente.

El último gran artillero de los diablos de avellaneda se enredó en un acto de altruismo que le costó su carrera deportiva. Le daba mucha pena ver a los arqueros en soledad y corría de un arco al otro durante los 90 minutos, convidándoles algún mate, alguna anécdota o un simple abrazo.

Poco a poco el gremio fue ganando poder y obligó a la FIFA a cambiar la estructura del fútbol, pasando de un arquero por equipo a dos. Esto trajo varios inconvenientes, los jueces de línea dudaban de levantar la bandera ante un eminente off side. Bajó el promedio de gol violentamente. La medida fu rápidamente disuelta.

Aunque los especialistas siguen trabajando arduamente para solucionar este problema, los arqueros siguen defendiendo los arcos padeciendo la peor de las soledades.

martes, 5 de enero de 2010

La última carta del cartero Soler

Fue un 14 de Marzo. El año no lo sé, algunos hablan de 1998, otros no saben y no contestan.
Fue un 14 del mes tercero cuando Rodrigo Soler colgó la chaqueta. Una camisa azul marino con vivos blanco y enormes botones que en fila llegaban hasta la cintura.
Colgó la chaqueta de cartero de la misma manera que un boxeador cuelga los guantes o un futbolista sus botines.

El oficio de cartero tenía los días contados. Salvo contadas excepciones, ya nadie escribía cartas.
Llegó con el semblante agotado, como si viniera de una guerra. Entró silencioso como la noche, como una flor. Sacó su chaqueta por última vez y la colgó en el perchero de madera, regalo de su abuelo.
Se sentó con sus brazos apoyados en sus rodillas mientras jugaba a volver al pasado con algunos recuerdos. Rompecabezas. Los recuerdos suelen ser rompecabezas imposibles.
Recordó su última carta. La última vez que llevó una carta a domicilio en su bicicleta.

La última carta Rodrigo la llevó hasta la casa de Don Enrique, un viejo que jugaba al ajedrez por correspondencia. La amistad que los unía los acarreó a abrir el sobre juntos, el viejo siempre invitaba a Rodrigo cuando le llegaba una jugada, para mostrarle. Rodrigo nunca se quedaba, pero ese día se quedó, fue imposible decirle que no, el viejo salió con una sonrisa y una nueva invitación. “Tengo el tablero listo”. Dijo, sin abandonar su reír. Rodrigo no supo decir que no.

La carta decía.

Mi querido Enrique acá va mi jugada: “T E 7 ++”.-

Soler no entendía nada. Usualmente no entendía nada. El viejo le explicó lo que significaba las letras y los numeros. Intentó mostrarle la jugada en el tablero.


- Y las cruces qué significan. Preguntó expectante con los ojos bien abiertos.
- Jaque mate. Balbuceó el viejo. Sorprendido, estaba convencido que el mate estaría de su lado.



El viejo Enrique quiso mostrarle la partida completa. Guardaba todas las jugadas, eran 200 cartas por lado. La partida había tardado 3 años. Rodrigo se excusó elegantemente y se marchó.
Antes de irse preguntó.

- ¿Por qué no jugás en vivo?
- Porque necesito tiempo. Respondió mientras acomodaba las piezas.
- Seguro no querés qué te muestre.
- Otro día. Alegó.

Probablemente de haber sabido que sería la última carta no sólo se hubiese quedado sino que también lo habría arengado para que siga jugando.
Poco habría importado, el viejo dejó el ajedrez después de ese partido y se dedicó a las damas. A las damas casadas. Don Enrique se encontró de casualidad con la lectura de “Don Juan” y de aquel momento se propuso conquistar a todas las mujeres. Los resultados fueron nefastos, mientras intentaba subir al balcón de su una enamorada perdió el equilibrio y cayó. Esa fue su última aventura.

Abatido por el fin de las cartas escrita de puño y letra que acabaron con su oficio, Rodrigo comenzó a realizar todo tipo de maldades sin perder su pasión por llevar cartas, sólo que ahora las cartas eran escritas por él y su única intención era la perversidad.
Inventaba infidelidades, citas a ciegas para uno, muertes y falsas esperanzas a toda la comunidad ocasionando estragos de todo tipo, sin embargó nunca pudo sanear la tristeza que le producía haber entregado la última carta.
Los días de cartero ya se habían contado y ya sin excepciones nadie escribía cartas.

lunes, 4 de enero de 2010

Sueño (Su)Real.

Salvo algunos restos diurnos, no he podido precisar los acontecimientos que precedieron aquel primer sueño.
A decir verdad, ni siquiera tengo certeza que aquel, haya sido el primero. Poca importancia tiene ahora.
Lo cierto, ese sueño abrió la puerta para este relato que relato.
Relato que relato por razones que el lector desconocerá. Salvaje arbitrio. A los fines, éstas tienen menos importancia que aquellas.

El sueño me presentaba restos del día: mi casa. La escena tenia tintes surrealistas. Sentado, hipnotizado por el ventanal que da a la calle. Esa ventana jugaba a ser un proyector de cine capturando mi atención ferozmente.
Sonaba un tango de Piazzolla. Mentira, esta parte la invente para darle más textura. Creo que estaba silencioso, pero de tanto pensar en ese tango, ahora lo recuerdo con música, esa mentira se disfrazó de verdad. Sonaba un tango de Piazzolla.
La trama era extraña, a penas algunos memorias de gente que pasaba por ese ventanal viviendo toda su vida. Nacían en un extremo de la ventana y morían en el otro. Algunos pasaban en silencio sin penas ni glorias, otros se amarraban a la ventana y me imploraban que agrande la ventana.
Había algunos que pasaban alegres, contando historias, silbando melodías que jamás se escucharon. Que jamás escuche.

La trama dejo de ser extraña para ser inverosímil. Todo empezó con ella, y confieso sin pudor: todo termina en ella.
Ella pasó por la ventana con una sonrisa que parecía una luna, una media luna. Me miró, yo pienso que me miró, quizá sólo miraba la cámara, pero cuando miró, enloquecí.
Aquí viene el surrealismo: Yo estaba en un sueño con total conciencia que era un sueño y al mismo tiempo tenia un control sobre aquel, podía elegir, moverse, incluso pensar, cuando ella me miró salté el ventanal con la misma furia que un toro en la arena.

Ella comenzó a correr por calles que yo había corrido en mi infancia, mientras mas rápido la corría más rápido se alejaba. Y se fue. Su silueta comenzó a desdibujarse, cada vez más pequeña hasta hacerse invisible.
Desperté. Extraño. Melancólico. Raro. Raro es lo único que carece de raro. Todo es raro. Desperté con el bobo galopando. Sádico.
Algo más surrealista fue tener la facultad de volver a soñarla. Cada noche. Juntos. Después de aquel primer sueño, siempre juntos. Aún hoy, no comprendo cómo era posible.

Comencé a vivir en un sueño. Literal. Así. Literal: vivía en un sueño, la vida en vigilia a penas me interesaba.

Lo más increíble de la historia, era la dificultad de hablar de historia en singular, eran historias. En cada sueño me desayunaba con otra historia. Cambiaban los paisajes, las ciudades.
A veces éramos jóvenes llenos de sueños, otras éramos viejos arrugados de tanto reír.
Ella tenía muchos nombres: Clara, Laura, Rosario, casi siempre la llamaba Lara.
Todos los días los sueños venían con elementos nuevos, disímiles, salvo nuestra historia de amor. Siempre era la misma. Qué sentido tendría contar una no historia de amor. Ésta es una.
Éramos siempre los dos, viviendo todas las vidas. Inmortales.