viernes, 12 de febrero de 2010

Los buscadores de conversaciones (I)

Los buscadores de conversaciones son tipos comunes y corrientes, se los puede encontrar fácilmente en los ascensores, en los colectivos y especialmente en las salas de espera de cualquier consultorio.
Tipos que tienen un talento innato de armar en minutos, conversaciones de las más agudas, con personas que probablemente nunca volverán a ver.

Lisandro Preludi era uno de ellos, un espécimen socialmente retraído. Siempre se hallaba incómodo en todos los espacios sociales. Pasó desapercibido en el colegio, en el trabajo, incluso en su familia.
Le daba grandes dolores de cabeza estar en lugares públicos y por esa razón siempre los abandonaba. Sin embargo, tenía una habilidad enorme para las diálogos en los ascensores, en dos pisos de viaje podía sacar confesiones de toda índole. Empezaba siempre por el tiempo y terminaba en cualquier lugar aunque pocas veces donde quería, ya que cualquier lugar estaba lejos de su casa, que a decir verdad, nunca supo cual era.
Descubrió esta capacidad una tarde de verano que se quedó atascado con una hermosa señorita, mientras visitaba a un amigo. El viajaba hasta el piso cinco, ella… nunca lo supo.
El ascensor estuvo varado ocho días. Recién al cuarto se animó a decir algo: “me parece que nos quedamos atascados , no?”, sin pensar en lo que decía y sin saber las consecuencias que estas palabras tendrían en aquella mujer que, para esa altura pensaba que Lisandro era mudo. Después de esas azarosas palabras la mujer estalló en una risa que duro algo así como 24 hs. Ese acontecimiento fue lo que lo llevó a encontrar su vocación: “buscador de conversaciones en los ascensores”.
Los cuatro días que le siguieron, los dos parlaron y parlaron sin darse respiro. A tal punto, que ninguno se quería bajar del ascensor y fue una carta a documento por parte del juez lo que los obligó a descender.
Sin embargo, desde aquella vez él nunca se animó a hablarle y relación sólo se desarrollaba cuando coincidían en un ascensor, algo que nunca volvió a suceder, aunque él la sigue buscando en cada elevador de la cuidad.
Abusando de esta capacidad y sabiendo que sus mejores momentos los había pasado en ese estrecho reducto que sube y baja, Lisandro abandonó su casa que nunca encontraba y comenzó una venturosa vida de bohemia, de pura bohemia. Iba de ascensor en ascensor tejiendo las más despeluznantes conversaciones con personas que veía por primera y última, sabiendo en su interior, que su única razón era encontrar aquella bella mujer.

Algo parecido ocurrió con Javier Cuello, un abogado de poca monta que, a falta de auto viajaba a su trabajo en colectivo. Advirtiendo su capacidad para entablar extrañas charlas con sus compañeros de viaje, decidió mudarse lo más lejos posible de su trabajo y así, dedicar más tiempo a viajar y a conversar con extraños.
Se mudó a unas desérticas punas, a ocho horas de su trabajo. Tenía ocho de ida, ocho de vuelta y ocho de laburo. No era un capo en las matemáticas, pero al mes y medio advirtió que así se le pasaban las 24 horas de día, lo cual le daba una satisfacción enorme.

Vendió su casa y pasaba su vida en los colectivos. Cuando se aburrió de contar su historia comenzó a inventar vidas que nunca vivió y siempre anhelo.
A veces era un ingeniero, otras un matemático, a veces simulaba ser un buscavidas, lo único que nunca cambiaba era su nombre, vaya a saber por qué.

Roberto Aramandi también tenía su historia. Era un tipo retraído que encontró en la sala de espera de un hospital sus momentos sociales mas placenteros.
La primera vez llegó al consultorio fue por un chequeo de rutina, después de esperar 34 horas para ser atendido, había llegado un día antes, charló con centenares de personas, había hablado en aquel día y medio, más que en toda su vida.
Velozmente, comenzó a visitar a su doctor a diario con alguna excusa diferente. Su médico pensaba que se trataba de algún tipo de hipocondría avanzada, entonces lo dejaba.
Al poco tiempo Roberto descubrió, que sus finanzas tomaban colores rojos y su obra social le había cortado todos los servicios, para entonces sólo iba a las salas de espera a esperar sublimes conversaciones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me encanto,te juro que puedo ver a los tipos,muy bien transmitido fa!
besos, Noe

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