miércoles, 3 de febrero de 2010

Diez años después

Tenía pensado emprender este relato con estas palabras: “ Esta historia de amor comenzó…”. Pero rápidamente advertí que no había ninguna historia, mucho menos de amor.
Aún ahora sigo sin saber cómo llamarle, es por eso que esa tarea la dejo para quién lea hasta el final.

Pasaron diez años de la primera vez que la ví. Era un día de invierno, salvaje invierno sureño, el frió rechinaba los huesos y yo me encontraba dando vueltas por lugares que hoy no recuerdo, tan borrosos son esos recuerdos que tampoco tengo certezas que haya sido un invierno, mucho menos que el frió estuviese rugiendo.
Mi recuerdo sólo hizo foco en su sonrisa y es ella, su sonrisa, la que me trajo hasta acá.

La conocí días mas tarde, fue un cumpleaños, esos de 15. Yo caí un poco de casualidad y otro tanto por un amigo la cuál le insistí excesivamente que me llevara. Sabía que ella estaba allí y allí estaba, intensa como un óleo sin secar.
Cuando la ví, una exilia sensación me bailaba un tango. Estaba inquieto como un gato bajo la lluvia, como el primer día de un preso.
Allí estaba su sonrisa, dibujando la mía. No recuerdo su voz, mucho menos que vestía. Cruzamos algunas palabras hasta que, mi silenciosa estupidez tomó las riendas y no me abandonó hasta que la despedida nos despidió.
Casi sin palabras, nos echamos con un tibio adiós. Aunque lo disimulaba muy bien, añoraba volver a verla, ella no lo sé.
Diez años después supe que deseaba que la sacara a bailar, yo me sigo preguntando por qué.

Nos volvimos a cruzar, diez años después de aquel encuentro y aquellas ganas que ahogué con mis propias manos hoy salieron a vengarse, esas mismas ganas las que escriben lo que escribo.
No voy a mentir, no me había olvidado de ella pero tampoco la recordaba.
Esta vez hablamos más de la cuenta, y ahora alguien tiene que pagar. Pactamos saldar nuestras deudas, las mías estaban en números rojos, las de ella, tampoco las sé.
Los dos sabíamos, aunque lo habíamos olvidado que teníamos algo pendiente, sacarnos a bailar. y si bien el tiempo desfiló con la misma velocidad de siempre, reconozco que pareció ir más rápido de lo que yo pude contar.

Quizá ahora sea tarde, tengo crecidas sospechas que, es mucho peor que eso, pro aún así hicimos un pacto, un pacto de caballeros diría Joaquín, pero éste, era entre ella y yo, yo y ella y confieso que cada vez que escribo ella y yo o yo y ella enciendo un cigarrillo.
Diez años después de esta historia sin historia nos encontrará bailando un tango, y esa imagen me resulta encantadora. Después de tanto tiempo sigo sabiendo lo mismo de ella que sabía en aquel momento, que tiene una sonrisa hermosa y sigue tan radiante como antaño.

Hay algo que ella no sabe y quizá nunca lo sabrá, el día que casi nos conocimos, me bastó para escribirle una carta. Una carta de amor a puño y letra, otra vez hablé de amor antes de tiempo, y la verdad que poco sé yo de aquello, pero de las palabras que tengo en la mano es la que mejor calza esa sansación.
Esa carta nunca le llegó, yo nunca volví a verla, tampoco su carta. No puedo decir que no lo intenté, aunque ese intento no haya salido ileso.
Averigüe su dirección gracias al mismo amigo que me llevó a al fiesta y aunque ella sigue sin saberlo llegué hasta su casa.
Hallé en un barrio prolijo una casa de dos pisos con un elegante tejado y unas rejas que yacían de guardián de un bello jardín.
Allí me detuve, casi enfrente, casi escondido preguntándome que hacía allí, pero esa respuesta no convidaba dudas, era jugar a jugarse, algo que por aquellos tiempos me acuñaba mejor.
Pero esa estupidez que cada tanto me visita, especialmente cuando menos disfruto de su compañía, llegó para dejarme inmóvil como un árbol viejo.
Estaba enfrente de su casa, con su carta en la mano convenciéndome de ir a golpear su puerta.
Me encantaría decir que amontoné coraje y fui directo a su portón, sin embrago la realidad dista mucho de eso.simplemente me fui, terminé vencido y huyendo a lugares más seguros, mas aburridos.
La carta se perdió tiempo después y con ella mis quimeras de adoquín.

Diez años después sólo tengo esos recuerdos, memorias que miró con recelo, no hay nada más ficcional que los recuerdos. Recordamos lo que inventamos y muchas veces suelen ser tan ilusos como esta pila de palabras.

Tampoco puedo decir que la busqué, no sabía cómo y aunque sabía su dirección, la olvidé entre algunas copas de más.

No se cómo terminará esta historia, quizá nunca comience , lo que si tengo seguro, nos encontrará en algún próximo otoño yendo a una milonga a reír con los cuerpos y hablar hasta enmudecer.

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