jueves, 22 de octubre de 2009

La soledad del arco

Las cuatro sombras que ofrecía el sol cuando comenzó el partido abordaron el camino de la muerte lentamente al compás del atardecer; hasta quedar una sola. Gentileza de un farol unos ocho metros por encima del nivel del campo de juego. Éste se encontraba en el medio de ese potrero improvisado en algún lugar del barrio que ya olvide. El partido había surgido sin demasiadas preparaciones como otras veces. Cuando alguien proponía, casi religiosamente todos nos íbamos sumando como lo hacen los devotos. Las dimensiones de la cancha eran tan arbitrarias como el lenguaje. Pero poco importaba mientras un esférico corriera libremente por los pies.

Los arcos se dividían entre ladrillos de una construcción abandonada y algún voluntarioso que ofrecía sus ropaje sabiendo de antemano que se llevaría un reto hogareño. El travesaño imaginario terminaba en los brazos extendido de quién por desgracia del azar le tocara defenderlo. Esto siempre era foco de problema. Cuando el partido se picaba era común desperdiciar el tiempo en determinar si el gol era convalidado o no; lo definía casi siempre la voz mas poderosa, como en el reino animal, la ley del mas fuerte definía esas cuestiones. Y no era sorpresa que después de un minucioso “pan y queso” los seleccionadores priorizaban la destreza rústica sobre las habilidades futbolísticas. O al menos ese era el consuelo de los últimos elegidos.

Jorgito era siempre el primer elegido, un marcador central algo labrador que, siguiendo la ley de la biología era tan alto como su progenitor; tenía las manos tan grandes que ese fútbol numero cinco parecía una pelotita de ping pong entre sus garras. De poco servía sus destrezas para el arco, eran casi tan pobres como las que yacían en sus piernas, no se sabía si era diestro o zurdo le pegaba igual de mal con ambas. Y digo le pegaba, porque le pegaba. La trataba tan mal a esa hermosa pelota que uno sentía la necesidad de decirle “tratarla con cariño viejo”; pero nadie se animaba. Su única virtud era ir bien de arriba y esto era de carácter mas físico que otra cosa.

El partido era parejo sin demasiadas emociones hasta que una falla de la última línea en una jugada preparada por los rivales terminó en una exquisita definición del gringo Rodríguez, un pescador. Nosotros le decíamos “pichero” era raro verlo a mas de cinco o seis metro del arco. La política de “gol sale” me mandó al disfraz de arquero. Y ahí me paré. a defender el arco. A la derecha el buzo adidas de Javier al a izquierda un ladrillo de adobe a la mitad. Mi meta era evitar que la pelota pase por ahí. Una tarea no tan difícil. La pelota llegaba poco; el juego estaba trabado en la mitad de la cancha. De repente un amague descomunal de nuestro wing derecho dejó a toda la defensa contraría a contra pie y definió cruzado ante la tibia respuesta del guardameta. Un arquero urgido por la nececidad de salir del arco como quien ve en los botines del contrario una llave a la libertad. A la cancha al juego, o a la parte mas divertida de él.

La soledad del arco no es tan fácil como evitar que la pelota pase por el mismo. Sobre todo un tipo como yo que ve una pelota rodar y el mundo es otro mundo. Ese día estar tan sólo defendiendo la pelota de un buzo y un ladrillo comenzó a impacientarme. Una fuerte sensación de incertidumbre navego por todas mis sensaciones hasta anclarse en mis pensamientos. Esa sensación fue incluso mas fuerte que aquel gol que haría dos meses mas tarde eludiendo dos rivales y definiendo con una elegancia que jamás vería; al menos salir de mis botines. Unos fulbenses que mamá me había regalado un tiempo atrás. Recuerdo aquel día que los ví, mis ojos brillaron como luego brillaron con algún beso de mujer. Antes de cada partido papá con una paciencia que envidió se internaba en la ardua tarea de lustrar esos timbos negros que en tantas alegrías me acompañaron. Aunque aquella tarde la alegría estuvo tan ausente que pensé no volverla a ver.

Mientras Sergio y Diego disputaban la pelota en la mitad del juego con la elegancia de los volantes centrales que hoy no abundan, mi cabeza deambulaba entre preguntas tan extrañas que no había respuesta posible para comprender.
¿Quién era yo? ¿ Qué hacía en ese lugar con esos objetos animados jubilosos tras otro inerte como si fuera un dios?. No comprendía que pasaba por mi cabeza.
De repente un centro cruzado casi termina en gol y Edu me miró como quién mira a un traidor, yo alcance a balbucear “ la saque con la vista” y colgué en mi cara una sonrisa tan irreal como todo lo que sentía en ese momento.
Todos se encontraban bajo un velo simbólico, reían y actuaban tan naturalmente que sentí una envidia poco sana de sumarme al rito. Imposible. En una jugada sucia mi cabeza había gambeteado momentáneamente esa situación y mi sensación de vacío llagaba todo; los latidos, pensamientos, movimientos.
Después de pasar la pelota entre dos ladrillos un montón de semejantes a mi se abrazaban alegremente mientras yo en la otra punta del mundo en la mas pura soledad aguantaba una estampida de extrañeza.
Quería correr hasta mi casa; escapar a un lugar para esconderme de esa locura pero no podía dejar el arco tenía que defenderlo no porque lo sintiera necesario sino por una cuestión a la cual yo quería asir nuevamente y era lo simbólico de aquel juego.

Otro corner para ellos trajo a todos hasta mi área a las cercanías de mi físico; mi cuerpo estaba allí pero lo que piensa estaba en cualquier otro lugar; tuve que involucrarme, disimular.
Me flexione apoyando las manos en mis rodillas como esos arqueros de vieja guardia intenté hacer foco en la pelota; mandé a Pablo al palo de ladrillo, nadie podía negar mi actuación.
Un centro violento encontró la cabeza un contrario a la altura del primer palo y todos salieron gritando gol.Yo estaba inmóvil seguía en la misma posición mirando al corner; perdido, no entendía.
Te dejaste hacer el gol boludo. Gritó Rodrigo.
Lo mire desorbitado; pensé en matarlo a golpes, pensé en decirle lo que estaba sintiendo, pensé tantas cosas y sólo pude decir. No lo vi.

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