viernes, 16 de octubre de 2009

El secreto de tus ojos

Ella estaba ahí. Brillante, como sus zapatos de charol. Negros. En esa época zapatos de charol negro calzaban cada pie de cada mujer. Ella siempre estaba con sus amigas jugando algún juego que ya olvide o que no quiero resonar. Y aunque no lo recuerde hoy, yo la recuerdo con la mirada perdida. Soñaba que me buscaba a mi.
Inventaba siempre una excusa para acércame, pateaba la pelota a sus pies. me sentaba cerca. Caminaba siete cuadras de mas para ir por el mismo camino. Cuando iba al quiosco yo la seguía con la misma intensidad que seguía en las alturas el barrilete de river que papá remontaba casi hasta las nubes. Así me perdía en su cara. Con una estupidez que sepulté y que hoy extraño como el olor del primer hogar.

Cada día durante algunos años me decidía a buscarla pero mi cobardía me acobardaba.
Pero ese día ella estaba ahí. Con los mimos zapatos de charol. con su guardapolvo celeste en tablas y medias blancas que se perdían con los vuelos de aquel delantal espacial. Bordado a mano en su costado izquierdo estaba su nombre. Lucila. Yo le decía luz y a ella no le gustaba. Discutir en esos tiempos era lo mas cerca que se podía estar. Disfrutaba cada confrontación como disfrutaría otras tantas cosas que no tienen lugar aquí. Dos colitas con cinta roja para combinaban el bordado. Yo la cargaba con eso también. Decía que era de San Lorenzo y ella no entendía nada. los años me explicaron el porque, ya que en aquel tiempo era inentendible.
Ese día ella estaba ahí como esperando, o al menos eso especulé para animarme a decirle lo bien que se sentía estar cerca.
Y encaré con la misma convicción de un centroforward, sin mirar a los costados. Cada paso el bobo relinchaba como esos potros sin rendir pero ni los cordones desatados me lo iban a impedir. De fondo escuchaba las voces de mis amigos que reían y me alentaban. Ahí estaba yo, ahí estaba ella. Posé mis zapatos marrones desgatados enfrente de de sus charoles que brillaban reflejando rayos de sol. Los zapatos enfrentados y los rostros también, colmados de una inocencia que el tiempo iría arruinando. Ella convidó una sonrisa y mis piernas quisieron bailar. Maldecía mi audacia mientras mi estupidez mostraba sus dientes.
El silencio invadió completo. Y en el momento que una palabra venía en camino me sorprendió el sonido del recreo. Lo que es peor aún, el final de recreo. El silencio cedió ante el abucheo de todo el jardín. las salitas de cinco y cuatro, coreaban en un canto clásico cada vez que el maldito recreo nos mandaba donde nadie quería ir. Ella siguió a sus amiga y yo quedé ahí. Solo. Con tanto que decir. El recreo tiene esa capacidad conductista de arruinar todo. Como tantas otras veces arruinó nuestros partidos de fútbol. Nuestro comercio de figuritas y nuestra ropa que se revolcaba por ese patio inmenso que a veces me atormentaba.
Perdí la cuenta de la veces que intenté hacerle recordar ese momento, pero ella nunca se acuerda. El destino nos juntó y nos mandó a vivir bajo el mismo techo, a veces fantaseo que hubiese sido de mi sin ella y ella me confesó otras tantas que quiso marcharse.
El tiempo pasó. Algunas tormentas nos desbastaron pero ahí seguimos atrincherados, construyendo y destruyendo, siempre amarrados a lo único que sigue y seguirá estando con su misma esencia. La mirada. La mirada parace ser lo único que no cede al tiempo que sigue tan saludable como ayer. Esa mirada que nos sigue mirando y que nos sigue eligiendo aunque a veces quisiéramos huir.

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