jueves, 22 de octubre de 2009

Los destructores del silencio (parte I)

Los destructores del silencio, son un conglomerado de personas con algunas tendencias fóbicas a la afonía. Tipos que no pueden estar en silencio y le salen al cruce con los tapones de punta.
Para desgracia de ellos y de sus interlocutores el apuro por socorrer el silencio no siempre termina en buenos términos o en buenas palabras.
La corriente se originó en el barrio Las Palmas y fueron estos tres los que dieron vida a una tendencia que el tiempo iría acentuando.
Javier un ex combatiente de las cruzadas. De las palabras cruzadas. Cada domingo se curtía a duelo casi letal con la última sección del periódico. Hacía caso omiso a la ayuda de “horizontales y verticales” le bastaba con encontrar una palabra que entre en cada charada y en algunos caso ponía dos letras por cuadro. Su vocabulario escueto lo llevaba a repetir la misma palabras en varias ocasiones.
Al comienzo siempre era fácil escribía a placer las palabras horizontales. El problema devenía cuando llegaba el turno de las verticales, ya que, debía utilizar las palabras que le cruzaban, esto le tría dolores de cabeza cada domingo por la mañana. La resolución siempre era la misma se limitaba a poner letras por todo los cuadros hasta terminar, a veces con un corrector blanco escribía también sobre los cuadros negros.
Ante la pregunta recurrente de su mujer por las palabras verticales, sin demasiada culpa aludía que se trataba de un crucigrama bilingüe.
Lo paradójico del viejo Javier es que, hacía sus crucigramas en silencio cuando alguien lo quería molestar se ponía como loco cambiaba su color de piel mientras ensanchaba las narices como toro en rodeo. Pero de lunes a sábado era habitual verlo colocar palabras en cada ocasión que se le presentaba. En los hospitales cambiaba el cartel de “silencio hospital por “el silencio no es sano, el hospital”.
Salía cada mañana entre las 8 y 815 cuando los gallos comenzaban a callar cantando unas tristes melodías gregorianas, algunos dicen que salía haciendo gargaras de bicarbonato debido a su mal aliento pero él estaba convencido de que sus sonidos eran oriundos de la edad media. La diferencia no era tanta.
Algunos años mas tarde Doña Rosa, una vecina, cuanta que, en el funeral de su mujer no puedo aguantar el silencio del velatorio e hizo poner una radio de clásicos amparándose en la muerta “ a la vieja le gustaba la radio” decía. Y cada tanto cuando aparecía un rock and roll cincuentoso sacaba a bailar alguana vieja de la colectividad y no paraba de hablar. Era imposible mantener el silencio salvo en su tarea que el había definido como “el batallador de las cruzadas del último día”. Palabras cruzadas del domingo.

Germán era otro de esos demoledores de la calma. No podía aguantar el silencio. Según le dijo su analista la elección de su mujer era una elección de objeto de amor primada por la pulsión invocante; Germán no entendía un sorete lo que ella decía pero sonaba lindo, y si sonaba era suficiente. Luego llegó a sus oídos que al parecer un educado francés de la teoría Freudiana refería es este termino, invocante, diciendo que si sonaba era lindo, placentero o algo así. Germán siguió sin entender.
Una tarde de lunes de otoño abrumado por el silencio y ante la imposibilidad de satisfacer su sensibilidad auditiva decidió ir hasta la cuidad universitaria, esos eruditos del conocimiento no paran de hablar pensó. Era un buen lugar. Cayó en una clase de psicoanálisis y el tema a desglosar era un texto de Freud bajo el titulo “el chiste y su relación con el incoscinete” él no creía un carajo en lo que escucha y decía ese viejo barbudo sobre el chiste pero ahora comprendía las caras de su analista cuando el recurría a bromas en su análisis. En especial las bromas de carácter sexual. Ni que habar cuando en el chiste estaba involucrada ella. De aquel día evitó el humor en su diván. Sin embargo la imposibilidad del silencio lo llevó a cometer tantos lapsus que su psicoanalista no podía diferenciar que era de lo que no era. No hizo falta, en los 15 años que duró el análisis ella no dijo una sola palabra, tiempo después Germán oiría placidamente, como cada vez que oía, que la mujer era muda. La chica era muda dijo y largo a reír.

Nuestro último y mas conocido destructor de silenció manejaba un tren destruyendo literalmente el silencio de toda la cuidad. Los que mas sufrían eran los que vivían entre la municipalidad y J B Justo, el tren pasaba por ahí diariamente entre las 14 y 1415; los vecinos indignados salían en paños menores con los mas sublimes insultos. Él solo reía feliz de escuchar tanto ruido.
El problema vino cuando en uno de los viajes, la famosa letra “a” un tanto despistada a causa de una pelea con la “e” cruzó con la barrera baja y “pumm”. Chau la letra “a”. La destruyó literalmente. La mató.
Al velorio asistieron todos, Javier llevaba el grabador por las dudas. pero no hizo falta en honor a la letra “a” todos entonaron la conocida “la mar estaba serena” empezaron por la “e” luego la “i” la “o” y la “u”, cuando llegaron a la “a” se armó un quibombo. Nadie podía pronunciarla, el sonido era muy análogo a las palabras que Javier usaba en forma vertical. Todos comprendieron su lenguaje aunque no comprendía el significado. Parecía un coro de gangoso cantando.
Los mas perjudicados fueron sin duda los fanáticos del anana y la banana. Que ante las pregunta de los verduleros se limitaban a señalar con el dedo y decir “quiero dos de eso”.
Los destructores seguirán vigilando todos los lugares ahuyentando el silencio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario