jueves, 26 de noviembre de 2009

Diez segundos

Llegué diez segundos tarde. Raras veces diez segundo suelen ser determinantes. Al menos hasta ese momento.
Es normal en nuestro país llegar tarde a todos lados; con los medios de transportes diez segundos suelen ser mucho tiempo.
Mi primer destino era la parada del 54. mi segundo, dependiente de aquel primero era el trabajo.

Llegué agitado. Descanse mis brazos sobre mis piernas un poco flexionadas, mientras intentaba capitalizar mi aliento.
Lo había perdido en las últimas dos cuadras en un intento de alcanzar el bondi. No tenía recuerdo de la última vez que mi locomoción había superado la marcha
El nudo de mi corbata era otro de los encargados de atentar criminalmente contra mi paupérrimo estado atlético.
Ese día volví a correr.
Dos cuadras antes, mi reloj marcaba estar diez segundos atrás de mi destino en una relación de tiempo y espacio.

Siempre me llamó poderosamente la atención como esos enormes colectivos pueden ser tan precisos. tantas variables en juego y siempre pasan a la misma hora por el mismo lugar.
Variables de todo tipo: tráfico, peatón, semáforos, etc. etc.
No podía entender como se las arreglaban para llegar a tiempo.
En tiempo.

No es difícil imaginar mi profesión. Contador. Números. Exactitud.
Ha sido una piedra en el zapato poder entender la lógica que se pone en juego aquí. O allí.

Lo cierto fue que llegué tarde. Diez segundos, suficientes para perder el colectivo y llegar mas tarde a mi trabajo. Lo cual sería bastante molesto. Mi jefe no es de esos tipo fácil de satisfacer, tampoco su mujer por lo que se comenta en los pasillos.

Después de algunos minutos pude volver mis pulsaciones a la normalidad. Esto sería unas 80 veces por minuto.
Cuando tuve noción de mi contexto pude ver una mujer en las mismas circunstancias que yo. Éramos los únicos en la parada de Santa fe y Laprida.
Rápidamente supuse, también había llegado tarde, aunque no noté en ella signos de agitación como los que reinaban en mi respirar. Tampoco signos de preocupación, apenas si podía dar fe que estaba viva y la razón de aquello fue que, movía las articulaciones de los dedos como si le costara manejar su motricidad.
Ella nunca me miró en los ocho minutos que tardó en arribar un nuevo colectivo de la línea 54, por mi parte, no podía dejar de mirarla.
Al principio me convencí que la miraba porque no había nada mas para mirar, salvo un cartel publicitando productos de “perfección”. Tardé algunos segundos mas en convencerme que, mi atención estaba cautivada en esa hembra por una simple razón, su belleza.
Nunca fui bueno para calcular años, tampoco me a pareció buena idea hacerlo con ella. ¿Para qué?
Estaba sentada con un pequeño maletín entre su falta y puedo asegurar que esos intensos minutos, jamás miró hacia donde estaba yo. Ni siquiera para descartar cualquier posibilidad. Yo pasé esos ocho minutos abstraídos totalmente del mundo, solo tenia en mi cabeza a esa mujer.
Pensé, quizá la única forma de conocerla era por ese retraso de diez segundos. Quizá diez segundos antes hubiesen marcado otro destino, otra situación totalmente diferente.
Seguí pensando cómo esa relación entre tiempo y espacio puede contribuir a determinar cosas que son imposible de manipular. Situaciones que no podrían ser otras, bajo ningún caso.
Quizá esa mujer nunca volvería a estar frente a mi. Diez segundos antes y ella no hubiese existido para mi. No hubiese existido.
Pero allí estaba, radiante como el reflejo de un sol de verano sobre cristalinas aguas de manantiales. Radiante como los colores. Como la noche.
Pensé decírselo. No pude. Qué le iba a decir…
“sabe que mientras la miraba pensé en lo loco del mundo. En lo extraño, que todo esto es. Qué tal vez si llegaba diez segundos antes ni siquiera sería posible hablar de esto… ni pensarlo…”
No! no pude. Tuve todas mis intenciones pero no pude hacerlo.

Un aterrador chillido de frenos trajo ante nosotros un destartalado colectivo de la línea 54. abrió sus puerta. Los dos subimos. Deje que pasara primero, no fue sólo cortesía.

Ella se sentó en el tercer asiento de los individuales. Quise estar cerca de ella, pero fue imposible, la multitud me separó, la separó de mi vista.

Llegué diez segundos tardes a la parada del colectivo y 18 al trabajo. Para mi suerte, siempre tan carenciada, mi jefe no fue a trabajar. Me había ahorrado malos momentos.

Lo que no pude ahorrar fue mi tiempo. Busqué a esa mujer hasta el cansacio, en las cercanías de Santa Fe y Lapdrida.
A veces diez segundos antes, otras diez segundos después.
Pero nunca la he podido volver a ver.

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