martes, 5 de enero de 2010

La última carta del cartero Soler

Fue un 14 de Marzo. El año no lo sé, algunos hablan de 1998, otros no saben y no contestan.
Fue un 14 del mes tercero cuando Rodrigo Soler colgó la chaqueta. Una camisa azul marino con vivos blanco y enormes botones que en fila llegaban hasta la cintura.
Colgó la chaqueta de cartero de la misma manera que un boxeador cuelga los guantes o un futbolista sus botines.

El oficio de cartero tenía los días contados. Salvo contadas excepciones, ya nadie escribía cartas.
Llegó con el semblante agotado, como si viniera de una guerra. Entró silencioso como la noche, como una flor. Sacó su chaqueta por última vez y la colgó en el perchero de madera, regalo de su abuelo.
Se sentó con sus brazos apoyados en sus rodillas mientras jugaba a volver al pasado con algunos recuerdos. Rompecabezas. Los recuerdos suelen ser rompecabezas imposibles.
Recordó su última carta. La última vez que llevó una carta a domicilio en su bicicleta.

La última carta Rodrigo la llevó hasta la casa de Don Enrique, un viejo que jugaba al ajedrez por correspondencia. La amistad que los unía los acarreó a abrir el sobre juntos, el viejo siempre invitaba a Rodrigo cuando le llegaba una jugada, para mostrarle. Rodrigo nunca se quedaba, pero ese día se quedó, fue imposible decirle que no, el viejo salió con una sonrisa y una nueva invitación. “Tengo el tablero listo”. Dijo, sin abandonar su reír. Rodrigo no supo decir que no.

La carta decía.

Mi querido Enrique acá va mi jugada: “T E 7 ++”.-

Soler no entendía nada. Usualmente no entendía nada. El viejo le explicó lo que significaba las letras y los numeros. Intentó mostrarle la jugada en el tablero.


- Y las cruces qué significan. Preguntó expectante con los ojos bien abiertos.
- Jaque mate. Balbuceó el viejo. Sorprendido, estaba convencido que el mate estaría de su lado.



El viejo Enrique quiso mostrarle la partida completa. Guardaba todas las jugadas, eran 200 cartas por lado. La partida había tardado 3 años. Rodrigo se excusó elegantemente y se marchó.
Antes de irse preguntó.

- ¿Por qué no jugás en vivo?
- Porque necesito tiempo. Respondió mientras acomodaba las piezas.
- Seguro no querés qué te muestre.
- Otro día. Alegó.

Probablemente de haber sabido que sería la última carta no sólo se hubiese quedado sino que también lo habría arengado para que siga jugando.
Poco habría importado, el viejo dejó el ajedrez después de ese partido y se dedicó a las damas. A las damas casadas. Don Enrique se encontró de casualidad con la lectura de “Don Juan” y de aquel momento se propuso conquistar a todas las mujeres. Los resultados fueron nefastos, mientras intentaba subir al balcón de su una enamorada perdió el equilibrio y cayó. Esa fue su última aventura.

Abatido por el fin de las cartas escrita de puño y letra que acabaron con su oficio, Rodrigo comenzó a realizar todo tipo de maldades sin perder su pasión por llevar cartas, sólo que ahora las cartas eran escritas por él y su única intención era la perversidad.
Inventaba infidelidades, citas a ciegas para uno, muertes y falsas esperanzas a toda la comunidad ocasionando estragos de todo tipo, sin embargó nunca pudo sanear la tristeza que le producía haber entregado la última carta.
Los días de cartero ya se habían contado y ya sin excepciones nadie escribía cartas.

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