domingo, 3 de octubre de 2010

Los cazadores de miedo (I)

Algunas epidemias de pánico habían azotado a la cuidad. (El autor no tiene idea alguna de cómo puede llamarse la cuidad, cualquier sugerencia es bienvenida. Nota del editor). Los funcionarios públicos de la cuidad decidieron formar una unidad especial para combatir el miedo. Éste ya había hecho estragos en todas las generaciones, sin discriminación. No había condición social, racial o económica que el miedo omita, salvo, eso si, salvo a Don pepe, el miedo no se atrevía a rondar cerca de la casa, no hay versión oficial, los rumores hablar de pacto, incluso algunos sostienen que mantuvieron un romance prohibido y bueno, puterío viste. La cosa que el miedo estaba haciendo cagar a varias patas y el olor era insoportable.

En un primer momento los mandatarios intentaron que era voluntaria, pero nadie quería saber nada al respecto, y a falta de voluntarios se decidió, con ese monopolio de la violencia legítima que tiene el estado, hacerlo arbitrariamente.
A dedo como quien dice. Todos a sorteo. Si señor, a sorteo, los cuatro primeros nombres formarían parte del escuadro anti-miedo. Los nombres se darían por la radio. El pueblo temblaba de miedo esperando con la oreja pegada a la radio, todos esperando no escuchar su nombre. Doña Juana no pudo soportar la idea y murió de miedo, la vieja tenia una enfermedad Terminal, pero aseguran que la causa de la muerte no había sido otra que el mismísimo miedo. ¿Cómo sabe? Preguntó el marido entre alivio y sollozos.

Los cuatro nombrados fueron, Leopoldo Armines, ex combatientes de la cruzadas, se lo veía cada viernes y sábado, sin excepción, a las trompadas en el cruce entre 8 de Julio y Callao.
Lorenzo Augusto, un viejo de 90 años que no sufría el miedo, no sufría nada, tampoco gozaba de nada, sólo estaba vivo porque no estaba muerto. La lista se completaba con dos mujeres; Lorenza Abril, una bella madame y Roberta Lozano una vieja profesora de lengua que guardaba tanto miedo que algunos llegaron a pensar que el mismísimo miedo le temía.

Después de algún revoloteo, discusión y ademanes, se le otorgó la primera misión al escuadrón; erradicar el miedo a la oscuridad de los niños.

Un tiempo más tarde de buscar y buscar, el cuarteto se encontró con el miedo una noche de verano; estaba sentado sobre una antigua construcción a la luz de la luna fumando un porro. Aseguran éstos atrevidos, que el miedo nocturno es algo oscuro, un “negrito”, dijo despectivamente la madame, era incluso mas negro que misma noche sin luna, “Para mi que era de sucio nomá”, sentenció el viejo que ya casi no veía. El miedoo reía espantosamente en soledad.

- Che vos… che culiao. Dijo el joven peleador.
- Qué. Dijo el miedo apuntando la mirada a la luna.
- Sabes quiénes somos. Saco chapa el viejo.
- Sí, sí. El famoso escuadrón anti-miedo. Alcanzó a decir interrumpido por una estampida risueña que no podía parar.
- De qué te ríes. Dijo la profesora, mientras lo miraba como se estremecía al punto de estar en posición fetal de tanta risa.
- Este porro es fatal. Sostenía el miedo entre carcajadas.
- Che bueno, vamos a lo nuestro, tenés que parar de asustar pibes. Sino asustás más pibes estamos todos contentos y no vamos a tener que usar la fuerza ni hacerte daño, ni nada.
- Ustedes se creen que asustar chicos es lindo. Se pudo serio el miedo y siguió; porque te crees que fumo, para evadir la cruda realidad. Y con la última palabra dejo la risa para vestirse de llanto.
- Y por que lo haces. Dijo la profesora.
- Y sino quien lo va hacer.
- Nadie, querido, nadie, no hace falta asustar a los niños.
- Ustedes no entienden nada, no saben lo importante que es para los chicos el miedo al viejo de la bolsa, a la oscuridad.

Cuando terminó de hablar ya no se lo puedo ver ningún lugar. Había desaparecido en la oscura noche, de nada sirvió intentar seguir el rastro de las risas que esporádicamente se escuchaban, la primera misión del escuadrón había sido un rotundo fracaso.

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