sábado, 10 de marzo de 2012

Dilema científico (I): Qué quieren las mujeres

Los más destacados eruditos del conocimiento se reunían con el fin de debatir y resolver los problemas que más aquejaban a la sociedad. El encuentro bajo el lema: “La paranoia del saber”, comenzó con una maratón de discusiones convenidas hasta encontrar la verdad: El Alemán Carl Marx abandonó rápidamente la maratón por causas aún no establecidas por el conocimiento científico, ya que no era posible dar con el principio de contrastación, impuesto tiempo después por el austriaco Karl Popper. Sin embargo por el color que florecía de la parte posterior de su nalga, y aceptado por el conocimiento popular, estaba en presencia de un desgarro muscular. Marx no corría desde que la prole lo perseguía por allá, a fines del siglo XIX al grito de “Burgués vende humo”.

La primera problemática fue puesta en comunidad por el francés Foucault que se encontraba aquejado por un insomnio sin precedentes a causa de la imposibilidad de resolver el dilema del huevo y la gallina. Qué da origen a qué. Sin embargo, este dilema no pudo ser resuelto, ya que, la misma fue intervenida por un piquete argentino de “la corriente vegetariana” con raíces comunista que ponían énfasis en preservar las gallinas con el fin de comer más huevos. Minutos después, se sumó al conflicto una contramarcha, un puñado de “pater family” que se inclinaban a favor de no romper los huevos, sus huevos, con infinidad de quejas sobre sus mujeres: esposas, madres, hermanas y especialmente suegras, éstos entonaron entre llanto que no podían más y elevaron un acta para que los filósofos discutan qué quieren las mujeres…

Ante ésta situación los filósofos cercanos al estudio de los sujetos como Sigmund Freud y Jacques Lacan emprendieron una ferviente y extraña discusión sobre qué quieren las mujeres:

JL: Sig, qué quieren las mujeres…

SF: Qué sé yo. Respondió el viejo mientras que con un movimiento casi imperceptible masajeaba su larga barba y leía un diario deportivo interesado en la formación del Rapid Viena que se preparaba para enfrentar al clásico rival: Austria Viena. El inventor del psicoanálisis menaba la cabeza con desdén mientras confirmaba la noticia que su equipo jugaría con línea de 3. “con lo importante que son lo laterales” ,decía una y otra vez, ante la atónita mirada del Lacan que era un acérrimo defensor de la línea de 5. Algunos dicen, sin pruebas contundentes que en una reunión, fines de los años 70 con el “Narigón “Bilardo le contó los beneficios de jugar con 5 en el fondo, luego la historia del mundial 86 es conocida.

JL: Yo creo que quieren no saber que quieren, y así poder seguir gozando de la palabra. El falo en esta discusión es clave, no le parece.

SF: Qué cosas raras dice usted, que sé yo que quieren, pregúntele a ellas. Concluyó el viejo Freud mientras abandonaba la sala tratando de sintonizar la transmisión del partido y apremiado por una urgencia cólica.

Rápidamente el africano Goio Gu ferviente defensor del existencialismo alemán dejó rodar una pregunta con aires de banalidad como quién pregunta por el tiempo

GG: ¿Cuál es el fin de la vida?

Como si se tratara de un aguerrido defensor italiano salió a cruce el agnóstico Sartre.

S: déjese de preguntar estupideces hombre, cuál va a ser, la muerte. La divina muerte.

GG: ¿Qué tiene de divina la muerte?

S: eso mismo querido colega, esa es la pregunta, la única sin respuesta: Qué hay en la muerte. Si supiera tendría los bolsillos llenos de plata y no de agujeros. Esto de ser científico no garpa. Porqué no hablamos de cosas serias. Por ejemplo: ¿Cómo salió mí querida Marsella?

La feminista Nancy Fraser salto al grito de: “cállate francés sectario, machista descarado!”, mientras apuntaba su esbelto trasero al público varonil exhibiendo sin pudor sus partes íntimas y guiñándole el ojo al moralista Hume que enrojeció como un tomate maduro.

Luego de varias discusiones alocadas se volvió sobre el tema de las mujeres, qué quieren las mujeres, la discusión terminó en un bochornoso episodio digno de una tribuna futbolera -argentina- con difamaciones cruzadas. El mismísimo Freud fue acusado de engañar a su mujer con la hermana (su cuñada), y se decía que había inventado toda su teoría para no sentir culpa de tremendo acto. La sala perdió cualquier tipo de intelectualidad y las hermosas discusiones dialécticas fueron sustituidas por trompadas que volaban por el recinto, mientras un silencioso Lacan aprovechaba el tumulto para irse sin pagar.