viernes, 26 de febrero de 2010

Soledad

Decidí sacar a pasear mis demonios. Sólo lo hago cunado me lo piden de rodillas y aunque el único arrodillado era yo, les concedí el placer. Al menos eso creyeron. Únicamente lo hacía para que sus gritos se mezclen con la urbanidad y poder olvidarme de ellos.

Allí me senté, a mirar como el viento decidía el destino de las hojas que caía de algunos árboles, deseando que también decida el mío, por mi parte ya estaba enervado de tratar de llevarlos por buen camino.

Era un tarde gris, siempre es gris cuando el sol se abriga de la noche, pero todavía la oscuridad estaba algo clara y se podía deleitar como los grises de mundo, hacían una elegante yunta con el mostaza del otoño que ya había pintado, no sólo los pétalos de la flora, también los abrigos de los transeúntes, que no sé si por una cuestión de moda vestían todos marrones, quizá sólo abrigos viejos cobijando cuerpos nuevos. Yo también buscaba un abrigo que acaricie mis huesos y los calmara de tanto temblar.

Estuve sentado algunas horas, en un banco de color verde, ahora se veía negro como todo lo demás. Estuve aquel tiempo sin notar que a varios cuerpos invisibles, en el mismo banco de la plaza, había una mujer.
La miré en repetidas ocasiones para destrozar con la hipótesis que mi imaginación se burlaba de mi. Pero no, lo comprobé, al menos en todas esas ocasiones ella seguía allí. Casi sin moverse.

Supongo que notó mis movimientos oculares hacia ella y me miró, lo hizo un poco asustada, tal vez con algo de curiosidad que un viejo de barbas largas y teñido de blanco mirara casi esquizofrénicamente.
Cuando las miradas se miraron, ella desgarró la suya sin compasión.
El silencio estaba de fiesta, mis demonios también. Siempre aparecen cuando los recuerdo.

Me acerqué, algo misterioso, ella no percató la cercanía de nuestros cuerpos. Le toqué el hombre lo más sutil que pude, pero ahora no recuerdo si fue sutil o violentamente.
Se dio vuelta como una hoja de un lector apasionado, y pude ver como la más pura de las tristezas, nadaba jubilosamente en ese par de mares azules que miraron con temor.
Estiró el cuello, al tiempo que su ceño se cruzaba de piernas. Sentí como sus músculos se contarían como lo hace una presa en peligro.

- Perdón, no quise asustarla. Me excusé.

- Esta bien. Dijo ella si mostrar interés. Pero sentí cómo esas ganas de hablarle, vestían igual que sus ganas de que le hablara.


- Estuve horas sentado acá y no noté su presencia.

- Si. Dijo ella, mirando hacia delante, convidando su perfil que parecía sólo una silueta, a contraluz de un faro que apenas convidaba luminosidad.

Nos quedamos callados un momento.. sólo fue un momento…

- Estaba enloqueciendo y salí a mirar el mundo. Dije como si ella hubiera preguntado.

- Tenés miedo a enloquecer. Preguntó.

- Un poco…

- Quizá enloquecer lo sane…

- De qué…

- De su soledad. Sentenció con tanta seguridad y determinación que no supe que decir…

- Y vos de que escapas…

- Yo no escapo..

- Y que hacés…

- Acá me ves, ahuyentando tu soledad… y la mía también.

Nos quedamos jugando con las palabras como dos niños lo hacen con juguetes nuevos, intensos, con ganas.
Cada tanto el silencio nos visitaba y nosotros disfrutábamos de su presencia entre algunas muecas de complicidad.

Ella dijo que se tenía que ir y se fue. La vi perderse entre la oscuridad algunos metros hacía el oeste. Yo después de comprobar que mis demonios estaban distraídos también me fui.

Vivir en un cuento

- Quisiera vivir en un cuento…

- ¿Vivir en un cuento…?

- Sí, en un cuento…

- Por qué alguien quisiera vivir allí…

- Porque estaríamos vivos cada vez que alguien nos lea.

- Buen punto, y si nadie nos lee…

- Eso sería una pena.

- Sería catastrófico, aparte debe ser incómodo andar por los renglones,no?. No habría mucha intimidad tampoco…

- Bueno al menos viviríamos una vez, y podríamos hacerlo varias veces más.

- Pero también eso tiene un pequeño problema…

- Cuál?

- Viviríamos siempre la misma vida.

- Bueno, pero si es un cuento feliz, sería bueno revivirlo.

- La felicidad eterna debe ser algo frustrante, no te parece. Y si en vez de ser una historia feliz fuera triste, si el escritor es un dramático, melancólico y nos hace vivir una vida de mierda. Imagínate vivirla muchas veces. No es buena idea.

- Puede ser, pero en el proceso de formar los personajes, tendríamos cambios permanentes. Tendríamos varios nombres y vidas incomparables. Hasta que encuentre su mejor historia..

- Quizá su mejor historia no sea la mejor. Si es un tipo que escribe de terror o policiales, yo le tengo miedo al miedo

-
- Entonces serías un buen personaje para ese tipo de cuentos. Cuentos de terror necesita gente con miedo…

- Si pero recuerda que tu no puedes definir nada en el cuento.

- Y si el cuento fuera esto, discutir sobre vivir en un cuento…

- Vos estás diciendo que esto es un cuento…

- Por qué no, acaso vos me ves, sabes mi nombre o de donde salí…

- Claro, que se quién sos… sos… me está dando miedo… no te puedo ver… no se quién sos…

- Creo que es un cuento… sobre una conversación, estoy casi seguro…

-
- Sería un cuento muy aburrido…

- Te parece aburrida esta conversación…

- No..

- Entonces…

- Sigo pensando igual, si esto fuera un cuento yo no lo leería o ya lo habría abandonado.

- Quizá después mejora… tiene un buen final…

- En caso de ser un cuento, vos sos el que esta loco…

- Quizá pasen cosas, sospecho que están probando con nosotros.

- Probando que…

- Si somos buenos para ese papel…

- Yo tengo en numero de un buen psiquiatra lo querés…

- No no, quizá seamos futuros personajes de una buena historia….

-
- Quizá nos mate, nos matemos entre nosotros que sería peor, sobre todo si el que muere soy yo, ya te dije que soy miedoso..

- Tal vez, pero hay algo seguro..

- Qué..

- Que ahora estamos vivis…

- Cómo..

- Estamos vivos en este cuento…

viernes, 12 de febrero de 2010

La sonrisa de la Lola Lisa

Lola tenía una sonrisa tan fea, que todos sus conocidos evitaban cualquier comentario que pudiera hacerle gracia.

La primera vez que Ramón se encontró, sin previo aviso con aquella mueca de felicidad, perdió todo tipo de fe y se alistó a la filosofía nietzscheniana de que Dios había muerto.
No podía creer que una sonrisa despertara tanta incomodidad, la risa es contagiosa pero todos los que conocían a Lola Lisa, sabían que era la mas fehaciente prueba de la excepción.

O dios lo hizo a propósito o murió en el intento de hacerla con gracia. Siguió pensando ramón. Rápidamente le contó una triste historia de amor, desgarrando aquella contracción muscular. Respiró tranquilo.

Hay que decir que Lola es bien parecida, bien parecida a un ser extraño, pero no podría decir que es fea, mucho menos si omitimos mirarle la expresión.
Me animaría decir que cuando no ríe es hermosa, cualquiera caería a sus brazos sin pensarlo demasiado, incluso entre sus piernas con distinguido placer. Pero cuando alguna sonrisa asomaba por su semblante, todo su encanto huye como preso de un miedo fóbico.

Generalmente sus amoríos navegaban entre tipos depresivos y de poco o nulo sentido del humor.
Incluso sostuvo un romance con el ciego Travini. Este era ciego, pero no sordo y el sonido de su carcajada era tan espantoso como verla. Una noche escuchando al Negro Dolina, estalló en una risatoda que Travini agradeció su ceguera por primera vez en su vida y entendió cuando sus amigos le decían: “Que Dios te siga ocultando la mirada”.

Lola lisa, descubrió este hecho entrada en años, cuando una jubilosa mueca de alegría fue devuelta por un ventanal. Tardó dos horas en darse cuenta que era ella la dueña de tal gesto, de esas dos horas, una hora y 45 minutos, se debían a lo que veía, triste fue cuando se supo propia.
Allí entre lagrimas y algunos recelos, entendió porque sus padres se rehusaban a poner espejos en al casa y tenían un pésimo sentido de humor. Nunca reían en esa casa, supo decirle a su analista.

Sus amigos raras veces la invitaban a las fiestas pero era numero puesto para los velorios, era la primera en ser llamada aun si el difunto era totalmente ajena a ella.
Es más, de los pueblos allegados la venían a buscar para que ría y así que los niños paren de reír.
En su día de comunión , el padre Laureano Blades, se negó a darle la hostia cuando la vio sonreír, alegando que era la sonrisa de Satanás. Quizá no era para tanto, pobre Satanás.

Lolita había sido castigada por la naturaleza y sin embargo siguió adelante, sobretodo cuando reía, sus amigos la mandaban a la primera fila del cine, si se trataba de una comedía, aunque raras veces la llevaban y la sentaban al lado si el film era un drama.

Lisa entendió el juego, y dejó de reír en público, o ponía sus dos manos y a veces una de sus piernas para tapar su triste mueca.
Si la carcajada era insostenible, se iba al baño y cuando si se encontraba cerca del interruptor apagaba la luz.
También se supo vengar de sus compañeros de colegio que se burlaban de ella y les aprecia en las noches con su mejor sonrisa, o los perseguía por las oscuridades riendo sin parar.

Lola entendió el juego y de tanto ser sometida a momentos de poca alegría, se convirtió en una renombrada dramaturga de su época. Realizando innumerables obras de teatro y películas de gran calidad.
Lola siguió con su vida, de manera muy normal y aunque su risa siempre fue espantosa supo vivir con ella, reía en soledad

Días extraños

Hoy es uno de esos días. Llámale como quieras: tristes, nostálgicos, melancólicos. Yo los nombré: “esos días”, o “días extraños”.

Esos, que el mundo se encuentra tan raro que es mejor perderlos, ir a contramano.
Esos, que el mundo está distante y es mejor dejarlos antes, que se acostumbren a tu olor.
Hoy es de esos días, que me siento incómodo como un pez en una pecera, como una flor sin primavera.

Hoy me encontré con una foto de ataño, con una imagen mía, pero de otro tipo sin esta triste compañía.
Más joven, más brillante, más soñador. Uno que había olvidado en el trajín de recordar.

Vestía un guardapolvo blanco y zapatos de charol, tiene en su bolsillo un hoyo, y es quizá por ese pozo, que derrochó algunas risas que tan bien me vestirían hoy.

Hoy estoy así, tan ausente, que me enojo con el tiempo por no saber esperar, por llevarse tanta gente, tiempos que deberían ser para siempre, aunque confieso que algunos ha sabido convidar.

Hoy es uno de esos días, que el mundo es tan extraño que me pierdo de pensarlo y ni el espejo me hace un guiño de realidad.

Es tan raro como entender que la soledad nunca esta sola, porque hay más solos que convidados y hoy estoy así, con la soledad abrazando mi brazo riendo con mi sombra de mi pensar.

El tiempo va pasando y aquel de la foto no tenía idea que pasaría tan rápido y que yo escribiría que lo vi tan risueño, algunos años después.
Que dirá el que escribe, años después, cuando el que escribe sea otro, vaya a saber quién.
Tendrá días extraños o extrañara los días como hoy, quién sabe, cómo saberlo y para qué.

Hoy estoy así, apagado como los colores en otoño, como un traje sin su moño.
Me sigo preguntando que pensará el de la foto en aquel momento, con su guardapolvo blanco y sus sueños de papel, sueños que el tiempo bien supo esconder en mi cien.

Hoy estoy así, raro, incómodo en mi zapatos, en esta prisión que no me deja salir. Quizá no haya que salir, sino entrar y buscar, revolver, encontrar. Quién sabe, no siempre es hoy y mañana será ayer.

Confieso que hoy escribo para dormir y duermo para soñar.
Espero que me encuentre soñando cuando vuelva a despertar.

Los buscadores de conversaciones (I)

Los buscadores de conversaciones son tipos comunes y corrientes, se los puede encontrar fácilmente en los ascensores, en los colectivos y especialmente en las salas de espera de cualquier consultorio.
Tipos que tienen un talento innato de armar en minutos, conversaciones de las más agudas, con personas que probablemente nunca volverán a ver.

Lisandro Preludi era uno de ellos, un espécimen socialmente retraído. Siempre se hallaba incómodo en todos los espacios sociales. Pasó desapercibido en el colegio, en el trabajo, incluso en su familia.
Le daba grandes dolores de cabeza estar en lugares públicos y por esa razón siempre los abandonaba. Sin embargo, tenía una habilidad enorme para las diálogos en los ascensores, en dos pisos de viaje podía sacar confesiones de toda índole. Empezaba siempre por el tiempo y terminaba en cualquier lugar aunque pocas veces donde quería, ya que cualquier lugar estaba lejos de su casa, que a decir verdad, nunca supo cual era.
Descubrió esta capacidad una tarde de verano que se quedó atascado con una hermosa señorita, mientras visitaba a un amigo. El viajaba hasta el piso cinco, ella… nunca lo supo.
El ascensor estuvo varado ocho días. Recién al cuarto se animó a decir algo: “me parece que nos quedamos atascados , no?”, sin pensar en lo que decía y sin saber las consecuencias que estas palabras tendrían en aquella mujer que, para esa altura pensaba que Lisandro era mudo. Después de esas azarosas palabras la mujer estalló en una risa que duro algo así como 24 hs. Ese acontecimiento fue lo que lo llevó a encontrar su vocación: “buscador de conversaciones en los ascensores”.
Los cuatro días que le siguieron, los dos parlaron y parlaron sin darse respiro. A tal punto, que ninguno se quería bajar del ascensor y fue una carta a documento por parte del juez lo que los obligó a descender.
Sin embargo, desde aquella vez él nunca se animó a hablarle y relación sólo se desarrollaba cuando coincidían en un ascensor, algo que nunca volvió a suceder, aunque él la sigue buscando en cada elevador de la cuidad.
Abusando de esta capacidad y sabiendo que sus mejores momentos los había pasado en ese estrecho reducto que sube y baja, Lisandro abandonó su casa que nunca encontraba y comenzó una venturosa vida de bohemia, de pura bohemia. Iba de ascensor en ascensor tejiendo las más despeluznantes conversaciones con personas que veía por primera y última, sabiendo en su interior, que su única razón era encontrar aquella bella mujer.

Algo parecido ocurrió con Javier Cuello, un abogado de poca monta que, a falta de auto viajaba a su trabajo en colectivo. Advirtiendo su capacidad para entablar extrañas charlas con sus compañeros de viaje, decidió mudarse lo más lejos posible de su trabajo y así, dedicar más tiempo a viajar y a conversar con extraños.
Se mudó a unas desérticas punas, a ocho horas de su trabajo. Tenía ocho de ida, ocho de vuelta y ocho de laburo. No era un capo en las matemáticas, pero al mes y medio advirtió que así se le pasaban las 24 horas de día, lo cual le daba una satisfacción enorme.

Vendió su casa y pasaba su vida en los colectivos. Cuando se aburrió de contar su historia comenzó a inventar vidas que nunca vivió y siempre anhelo.
A veces era un ingeniero, otras un matemático, a veces simulaba ser un buscavidas, lo único que nunca cambiaba era su nombre, vaya a saber por qué.

Roberto Aramandi también tenía su historia. Era un tipo retraído que encontró en la sala de espera de un hospital sus momentos sociales mas placenteros.
La primera vez llegó al consultorio fue por un chequeo de rutina, después de esperar 34 horas para ser atendido, había llegado un día antes, charló con centenares de personas, había hablado en aquel día y medio, más que en toda su vida.
Velozmente, comenzó a visitar a su doctor a diario con alguna excusa diferente. Su médico pensaba que se trataba de algún tipo de hipocondría avanzada, entonces lo dejaba.
Al poco tiempo Roberto descubrió, que sus finanzas tomaban colores rojos y su obra social le había cortado todos los servicios, para entonces sólo iba a las salas de espera a esperar sublimes conversaciones.

domingo, 7 de febrero de 2010

Los barrabravas intelectuales

Desde algunas décadas a esta fecha el lenguaje de los simpatizantes de fútbol se ha ido pauperizando a tal punto, que un puñado de alevosas manifestaciones verbales, son suficiente para abrigarse en ese rotulo de “barrabravas”.
Pero hubo un tiempo pasado en el cual ser “barrabrava” de cualquier equipo de fútbol, demandaba un leudante conocimiento del lenguaje y se debía pasar por ciertos lugares para acceder a él, uno de ellos era la educación. Había que ser Ingeniero en insulto, para gritarle al arbitro, licenciado en metáforas, para chillarle a un rival, algún Doctorado en pasión para saber gritar cuando el equipo perdía.

Estos tiempo tuvieron sus orígenes en la década del 70. en diferentes bares de la boca, en el barrio de San Telmo, tenían lugar, largas tertulias para estar acorde a lo que sucedía dentro del campo de juego.

La primer congregación de intelectuales de barrabravas tuvo lugar en el bar de la boca: “Fulbense”.
Allí representantes de los más importantes equipos de la primera división, discutieron por varios días sellando las bases para intelectualizar los insultos e inversamente a lo que sucede hoy en día, era el humor y la elegancia de la puteada lo que lograba que una hinchada cobre popularidad.
Se cuenta por los angostos pasillos que las hinchadas más numerosas que hoy conocemos estaban más ligada a la admiración que los barrabravas despertaban desde la tribuna, que al equipo desde la cancha.

Así fue como en la década del 70 el glorioso River Plate comenzó a generar adeptos que seguían los pasos del gran Osvaldo Partussi, un plomero del barrio de la paternal, quién fuera uno de los pioneros en esta nueva corriente.

- No podemos seguir puteando de arriba abajo a nuestros muchachos y tampoco a los rivales, tenemos que encontrar la palabra justa para no vulgarizar este hermoso deporte”. Así fue como se abrió esta congregación a la cual todos los presentes respondieron:
- Y eso cómo sería.
- Lo primero que vamos hacer es comprar un diccionario para cada uno, en el partido clásico entre platense y Argentinos Juniors había una bandera que decía: “bamos el calamar”, lo primero es poner atención a la ortografía de las banderas.
- Sobre todo en la ortografía. Deslizó a modo de chiste el caudillo de la Academia Racing Club.

Después de este comentario, fue suspendidos por la autoridades del gremio, a la imposibilidad de comprar el gráfico cada vez que su equipo salga en la portada por el resto de la temporada.


- No más: puto, cagón, pecho frío…. Desde ahora cada vez que un jugador esté por debajo de su rendimiento cantaremos “ Qué pasó qué pasó que el invierno te llegó”.

Así comenzó a gestarse esta corriente de los nuevos simpatizantes de fútbol. Abordaron a dictarse talleres de historia, literatura y poesía con el fin de perfeccionar las sensaciones tanto alegres como afligidas.
“Sos más triste Baudelaire”, decían cuando un jugador erraba un gol bajo del arco, y “Mira a los costados Don Juan”, cuando alguno se engolosinaba con el esférico y no lo pasaba a sus compañeros.

Se dejó de robar melodías populares para cantar y se formó un conservatorio de música donde los seguidores debían acudir para formar parte de los cánticos, debían aprobar la cátedra de “canciones de fútbol” para ser músico oficial de cualquier club.
Esto entusiasmó atrozmente a las hinchadas, que rápidamente comenzaron a incluir violines, pianos de cola, contrabajos, bandoneones, bombardinos.
El problema estaba en los pianistas y contrabajistas para acceder a los estadios, especialmente cuando iban de visitante. Germán Viola quién era el pianista de los triperos plantense siempre llegaba cuando el partido finalizaba.

Las hinchadas velozmente dejaron de costarse de forma clandestina y desde la producción de su propia música bajo el sello discográfico “Cánticos de potrero”, llegaron a ser disco de oro en cuestión de semanas.
Esto fue sin dudas una gran influencia para las hinchadas europeas que apenas emitían algún sonido cuando su equipo marcaba un gol.

El mercado de pases también tuvo cambios radicales, ya los europeos dejaron de interesarse en nuestros futbolistas y ahora querían llevarse a los barrabravas , entendiendo que esta atracción llevaría más gente a las canchas.
El Milán de la rica Italia, contrató a la dupla compositora del Club Sarmiento despilfarrando así, las finanzas del club que rápidamente perdieron varias categorías.
Ante estos hechos la dupla inspiró el himno del club, una canción protegida por un ritmo de jazz que el propio Django" Reinhardt hubiese querido componer, la canción decía así: “ Jugadores jugadores no importa las categorías que pierdan…. Jugadores jugadores los alentaremos hasta que desaparezcan”.
Y así fue al cabo de cuatro años desde su llegada, el equipo desapareció y la gente sólo iba a la cancha a escuchar a esta dupla de cantautores.

Pero cómo dije al principio, hace algunas décadas nuestro lenguaje en el fútbol ha caído a profundidades enormes y esto se generó con la subida al poder del último golpe de Estado por allá, en el año 1976. Desde allí a esta parte todo ha decaído.

Estos malandras despotricadores de cultura, comenzaron a prohibir cantos alegando que eran subversivos, todo lo que no entendían lo prohibían y no pode entender los cantos fue suficiente no sólo para impedirlos sino también para perseguir gente al punto que, la mayoría de esa camada tuvo que exiliarse en el extranjero para conservar su vida.
Los militares tomaron los centro y talleres de escritura, cerraron el conservatorio y así comenzó una nueva generación de simpatizantes de fútbol.

Sin embargo, algunos de ellos pudieron gambetear el exilio con la misma habilidad que tantas veces se le vio al loco Houseman. Siguieron militando los bares de San Telmo y los potreros de barrios fomentando la intelectualidad del juego.
Algunos se pueden escuchar en las radios a altas horas de la noche, o en algún café de la esquina.
No se los ve en los programas de fútbol, tampoco comentando partidos, pero ellos siempre estarán dando vueltas por ahí, alentando y alimentado esa cultura de los “barrabravas intelectuales”.-

miércoles, 3 de febrero de 2010

Diez años después

Tenía pensado emprender este relato con estas palabras: “ Esta historia de amor comenzó…”. Pero rápidamente advertí que no había ninguna historia, mucho menos de amor.
Aún ahora sigo sin saber cómo llamarle, es por eso que esa tarea la dejo para quién lea hasta el final.

Pasaron diez años de la primera vez que la ví. Era un día de invierno, salvaje invierno sureño, el frió rechinaba los huesos y yo me encontraba dando vueltas por lugares que hoy no recuerdo, tan borrosos son esos recuerdos que tampoco tengo certezas que haya sido un invierno, mucho menos que el frió estuviese rugiendo.
Mi recuerdo sólo hizo foco en su sonrisa y es ella, su sonrisa, la que me trajo hasta acá.

La conocí días mas tarde, fue un cumpleaños, esos de 15. Yo caí un poco de casualidad y otro tanto por un amigo la cuál le insistí excesivamente que me llevara. Sabía que ella estaba allí y allí estaba, intensa como un óleo sin secar.
Cuando la ví, una exilia sensación me bailaba un tango. Estaba inquieto como un gato bajo la lluvia, como el primer día de un preso.
Allí estaba su sonrisa, dibujando la mía. No recuerdo su voz, mucho menos que vestía. Cruzamos algunas palabras hasta que, mi silenciosa estupidez tomó las riendas y no me abandonó hasta que la despedida nos despidió.
Casi sin palabras, nos echamos con un tibio adiós. Aunque lo disimulaba muy bien, añoraba volver a verla, ella no lo sé.
Diez años después supe que deseaba que la sacara a bailar, yo me sigo preguntando por qué.

Nos volvimos a cruzar, diez años después de aquel encuentro y aquellas ganas que ahogué con mis propias manos hoy salieron a vengarse, esas mismas ganas las que escriben lo que escribo.
No voy a mentir, no me había olvidado de ella pero tampoco la recordaba.
Esta vez hablamos más de la cuenta, y ahora alguien tiene que pagar. Pactamos saldar nuestras deudas, las mías estaban en números rojos, las de ella, tampoco las sé.
Los dos sabíamos, aunque lo habíamos olvidado que teníamos algo pendiente, sacarnos a bailar. y si bien el tiempo desfiló con la misma velocidad de siempre, reconozco que pareció ir más rápido de lo que yo pude contar.

Quizá ahora sea tarde, tengo crecidas sospechas que, es mucho peor que eso, pro aún así hicimos un pacto, un pacto de caballeros diría Joaquín, pero éste, era entre ella y yo, yo y ella y confieso que cada vez que escribo ella y yo o yo y ella enciendo un cigarrillo.
Diez años después de esta historia sin historia nos encontrará bailando un tango, y esa imagen me resulta encantadora. Después de tanto tiempo sigo sabiendo lo mismo de ella que sabía en aquel momento, que tiene una sonrisa hermosa y sigue tan radiante como antaño.

Hay algo que ella no sabe y quizá nunca lo sabrá, el día que casi nos conocimos, me bastó para escribirle una carta. Una carta de amor a puño y letra, otra vez hablé de amor antes de tiempo, y la verdad que poco sé yo de aquello, pero de las palabras que tengo en la mano es la que mejor calza esa sansación.
Esa carta nunca le llegó, yo nunca volví a verla, tampoco su carta. No puedo decir que no lo intenté, aunque ese intento no haya salido ileso.
Averigüe su dirección gracias al mismo amigo que me llevó a al fiesta y aunque ella sigue sin saberlo llegué hasta su casa.
Hallé en un barrio prolijo una casa de dos pisos con un elegante tejado y unas rejas que yacían de guardián de un bello jardín.
Allí me detuve, casi enfrente, casi escondido preguntándome que hacía allí, pero esa respuesta no convidaba dudas, era jugar a jugarse, algo que por aquellos tiempos me acuñaba mejor.
Pero esa estupidez que cada tanto me visita, especialmente cuando menos disfruto de su compañía, llegó para dejarme inmóvil como un árbol viejo.
Estaba enfrente de su casa, con su carta en la mano convenciéndome de ir a golpear su puerta.
Me encantaría decir que amontoné coraje y fui directo a su portón, sin embrago la realidad dista mucho de eso.simplemente me fui, terminé vencido y huyendo a lugares más seguros, mas aburridos.
La carta se perdió tiempo después y con ella mis quimeras de adoquín.

Diez años después sólo tengo esos recuerdos, memorias que miró con recelo, no hay nada más ficcional que los recuerdos. Recordamos lo que inventamos y muchas veces suelen ser tan ilusos como esta pila de palabras.

Tampoco puedo decir que la busqué, no sabía cómo y aunque sabía su dirección, la olvidé entre algunas copas de más.

No se cómo terminará esta historia, quizá nunca comience , lo que si tengo seguro, nos encontrará en algún próximo otoño yendo a una milonga a reír con los cuerpos y hablar hasta enmudecer.

lunes, 1 de febrero de 2010

La risa se fue

Había desaparecido, los ciudadanos de Villa Monte habían perdido la risa con la misma facilidad que un ciego pierde el rumbo. Si presentar batalla y tomándoselo con poco humor y sin hielo.

Varios días pasaron de la última risa que fue despojada de los labios de Octavio Paz con algo de desprecio, como si supiera que esa mueca fuera la previa a su extinción. Quizá él lo sabía, quizá no.
Lo cierto que a los poco días nueve patrulleros rodearon la casa de payaso Paz al grito de…

“Lo tenemos rodeado Paz, salga que tenemos que hablar con usted y no ande con payasadas que justamente el problema es la risa (…) y todos sabemos que usted fue el último en reír”.-


A los cinco segundos, con los pantalones a la altura del pecho y unas medias a tres colores que llegaban a las orillas de unas indescriptibles rodillas huesudas, confirmaron lo que se sospechaba, la risa había desaparecido. Hasta el depresivo Gonzáles que andaba por ahí se arrimó al oír tanto alboroto: “ Si… si… si me hubiese reído… si… si…” repetía una y otra vez mientras se alejaba con un semblante pensativo haciendo dos pasos con el pie derecho antes de apoyar el izquierdo.

- Qué yo qué. Dijo Paz con el acento atrasado, como tartamudeando. Las dos botellas que traía de whisky, una en cada mano, confirmaban lo que todos pensaban, el olor complacía hasta los no videntes: Estaba tremendamente borracho. Aun así no reía.
- Ya escuchó, no se haga el boludo. Díganos donde está al risa, porque desde que usted la ha destituido de sus labios sin piedad alguna, ha desaparecido.
- Qué qué….. ustedes están locos. Cómo saber dónde está risa.
- O habla o lo llevamos al calabozo, caramba. Se puso firme el comisario.
- Está bien, está bien. Balbuceó asustado, pensando que la amenaza era real. – Se la llevó la loca María Gómez, a la rastra. Dijo al tiempo que se empinaba las dos botellas de chivas.

Los patrulleros cambiaron el rumbo, la investigación seguiría su camino al geriátrico: “Duerma con paz…. O duerma solo ji ji ji”. Cunado llegaron el miedo cautivó aún mas a los pávidos uniformados, el “ji ji ji” había desaparecido.

El mediador Ernesto Lopito, entró buscando a la loca Gómez y Allí la encontró, hamacándose en una silla mientras tejía una carpeta al crochet.

- Dígame madame, me ha llegado un rumor que usted se llevó a la rastra la sonrisa del payaso paz, y quiero comunicarle que es la última que vez que alguien sonrió. Usted… Sabe algo?
- Nadie sabe donde está la risa. dijo sin levantar la vista de sus agujas.
- …. Pero…
- Pero nada! La vieja levantó la vista con un misterio abrumador. pero sabe qué… nadie también ha desaparecido.
Cuando quiso reír, supo que ese uniformado no era un loco como ella y la desaparición de la risa era real.


Una semana sin noticias de la risa y la gente comenzó a impacientarse, los amoríos emprendían un sinuoso camino a la expiración y las amistades cambiaron su nombre por enemistades.

Los primero en poner la discusión sobre el tapete fueron los payasos del circo,desesperados por la necesidad de encontrar una sonrisa. Ni siquiera los niños, que miraban a los payasos con cierto temor, incluso uno de ellos se desvaneció en sollozos alegando el pánico que esos pintados le producían.

Lo únicos que disfrutaban de la situación era los melancólicos, capaban las calles mirando miradas, con aires de soberbia y pancartas que decían “ Ahora rían putos, rían”. Nunca se los vio tan eufóricos.
El pueblo no era ni una sombra de lo que fue y los carnavales cambiaron su musicalización de ritmos candomberos por tristes baladas británicas.

Nadie no aparecía y la risa tampoco, no faltó algún descocado que culpó a tanguero Hugo Díaz de ahuyentar la sonrisa cuando vino al pueblo a entonar su nostálgica armónica.
Otros sospechan de que Luisina Lobos, una ricachona y solitaria mujer, la tiene secuestrada en el sótano y disfruta de ella en soledad.

Hay quienes afirman que las viejas coquetas del pueblo la han ahuyentado a escobazos e incluso que la han matado porque ella es la gran responsable de la vejez. “ la risa es la culpable de las arrugas” sabían decir.

Han pasado algunos años y la risa no ha vuelto a trepar ningún rostro.
Algunos se han mudado, otros han aprendido a vivir sin ella, todos siguen esperando encontrarla cualquier mañana venidera.